Saramago

No ser anti-vasco en España es como en el viejo Portugal no serse de Benfica: un malo jefe de familia. Hace mucho que lo descubrió José Saramago. A propósito de una declaración pública del dramaturgo Alfonso Sastre (uno de los grandes intelectuales ibéricos, en su tiempo preso por Franco y por sus tribunales y policía política acusado de apoyar al «terrorismo vasco» en contra de la «democracia orgánica» madrileña de entonces), a propósito de una declaración de Sastre, publicó José Saramago en el Diario de Noticias de Lisboa, un artículo, intitulado, «Sastre» en que revela dos cosas: que Sastre, entre muchos otros, Premio Nacional de Teatro, y a despecho de su obra es, al final, un «valedor de asesinos» y su -de él, Saramago- perplejidad por el hecho.

Como veremos, no se entiende el origen de la iluminación de Saramago, después de la tormenta desencadenada en todos los cuadrantes de la política nacionalista española por la incendiaria declaración en la que Sastre constataba que sin un proceso serio de negociación política con ETA y con el secesionismo local, no habría solución para el conflicto político entre el integralismo español y el independentismo vasco.

Lo afirmó Sastre luego del atentado en que un comando de ETA mató a Eduardo Puelles, oficial de la policía española que dirigía, desde Bilbao, al servicio secreto de seguimiento y vigilancia a miembros de la organización armada y a militantes políticos independentistas. Según los relatos periodísticos, el oficial habrá tenido una muerte atroz, en el interior de su coche en llamas, luego de la deflagración de una bomba lapa, en el viernes, 19 de Junio de 2009.

¿Que dice Sastre?

El texto de Alfonso Sastre, «La prosa y la política, publicado dos días después, el 21 de Junio en el diario independentista vasco «Gara», empezaba con «Una entradilla de urgencia. Apenas terminado este artículo, se ha producido el último atentado -esta vez mortal- de ETA y las respuestas rituales del PSOE y el PP. Todo ello parece cerrar una vez más un círculo vicioso y acreditar que la paz en este país es definitivamente imposible»

Así abría Sastre a su texto, con la situación que caracterizaba de tan «angustiosa» que sólo valdría ir » al fondo de la cuestión», lo que hacía en estos términos, contestando al secretario-general socialista vasco, Pátxi López, hoy lehendakari del Gobierno autonómico: «dirigiéndome ahora al PSOE, partido al que me gustaría ver recuperando al menos una parte de su honor perdido, ¿es verdad -es incluso posible- que ustedes no vean que el problema no es que haya una pequeña banda (pero además enorme) (!) de asesinos de largos colmillos y sedientos de sangre que, como ustedes y sus amigos dicen, sólo saben y desean matar? ¿Es verdad, pues, que ustedes no ven algo tan visible como esto: que aquí hay un serio conflicto político que sólo podrá resolverse en términos políticos? ¿Es verdad, en fin, que ustedes no se han dado cuenta todavía de que la solución de este conflicto, que tantos dolores acarrea, está en la posibilidad de una negociación? ¿A qué medios «más contundentes» se refiere usted, señor López?»

Y, en otro paso: «De ser así, Dios nos coja confesados, porque nos esperarían y amenazarían tiempos de mucho dolor en lugar de la paz, que nunca se conseguirá, […] Entonces, ¡pobres de nosotros, pero también de ustedes!»

Como resulta de sus mismas palabras, no decía Sastre lo que le imputan la derecha española y Saramago. Decía, todo al revés, algo mucho más significativo: la importancia de la palabra contra la muerte y la guerra, la importancia de abrirse el diálogo sobre todo ahí cuando y donde no se escucha nada más que las armas.

Por lo tanto, lo que sí podría parecer más raro es que, siendo José Saramago Premio Noble de la Literatura, esa purísima arte de la palabra, se confíe ahora al olvido de cómo siempre que no han hablado, los hombres se han matado. Por otras palabras, ¿cómo puede Saramago, un hombre que el mundo tributa por sus palabras, despreciar la palabra, a favor de la voz de las armas, a las cuales implícitamente exhorta, al acusar a los demás de la misma irracionalidad lógica que él, escondidamente, defiende consagrándose a ignorar y ennegrecer, el apelo a la inevitabilidad del diálogo, dejado por otro cultor de la palabra, Sastre, él también reconocido por eso por el mundo?

El sufrimiento del que hablaba Sastre

Sin contabilizar a las vidas arruinadas en silencio, al mal no mensurable, a los periódicos, órganos de comunicación y otras empresas y organizaciones cerrados por la policía, a los echados a la calle y al paro sin poder encontrarse una vida viable para ellos y sus familias, sin contar con todas las vidas enmudecidas de una guerra como todas las demás, el conyunto de víctimas con expresión presentaba el siguiente cuadro en una obra de 2003, intitulada Un mapa (inacabado) del sufrimiento» (Bilbao, Instituto Manu Robles-Arangiz Fundazioa), de autoría de Sabino Ormazábal Elola:

Muertos: 817 víctimas de ETA. 478 pertenecían a cuerpos de seguridad del Estado. El resto, civiles. 339 por la policía; total 1.156.

Heridos: -3.959 por cargas policiales en movilizaciones. Más de 200 con herida de bala o pérdida de visión por pelotazos; 2.367 por atentados de ETA. De ellas, 1.294 han quedado con incapacidad física; 242 por la extrema derecha.

Acciones armadas de ETA: -3.391 acciones armadas por parte de ETA entre los años 1968 y 2002; 3.991 actos de violencia callejera de 1991 a 2004.

-587 agresiones y atentados ultras y parapoliciales (1977 – 1980).

Amenazados: al menos 1.000 personas con escolta en el año 2003, y más de 300 con vigilancia preventiva

Ya respecto a detenciones y prisiones, sólo en el período post-franquista y hasta el 2003, se habla de los siguientes números (Omarzábal y otras fuentes, para lo que sigue):

Detenidos: 34.797 personas (de ellas, 8.172 acusadas de ser «miembros de ETA» según Interior).

Presos: 4700 (actualmente 785), entre ellos José Marí Sagardui Moja (Gazta) preso en Mayo del 1980, se encuentra en la cárcel de Jáen II, totalizando más de 29 años de cárcel (Mandela permaneció 27 años, para referir un ejemplo conocido de brutalidad represiva, África del Sur, del apartheid)

Torturados: 5390 denuncias entre 1977 y 2003

Exiliados políticos: aproximadamente 3000

Volviendo, asimismo, al día 19 de junio de 2009, cuando ETA mató al comisario Puelles, se cumplían 22 años sobre el más sangriento atentado de la organización, con 22 muertos y 45 heridos, en un supermercado de Barcelona, como fue abundantemente y correctamente recordado. Pero (y como fue abundantemente e incorrectamente silenciado) pasaban en ese día precisamente dos meses sobre la desaparición del ex – preso y ex – militante de ETA, Jon Anza, que tomó el 19 de Abril un tren en Baiona (País Vasco bajo administración francesa) rumbo a Toulouse y a una cita con miembros de la organización en el activo, cita a la que no llegó nunca a comparecer. Al contrario de lo que suele acontecer, ETA emitió a los dos días un comunicado confirmando la desaparición de Anza, cuando se dirigía a una cita con elementos suyos. En el texto se levantaban, además, sospechas sobre el posible envolvimiento de las fuerzas de seguridad españolas en esta desaparición «extrajudicial».

Quienes conocen medianamente la historia de los últimos treinta años del conflicto hispano-vasco sabe que este tipo de prácticas es allá conocido como «guerra sucia» (como si acaso pudieran existirlas limpias), es decir, el recurso a la táctica policial de «escuadrones de la muerte». En nuestro imaginario político, la figura se asocia a dictaduras como la brasileña, uruguaya o argentina a lo largo de los años 60, 70 y 80; u más recientemente a «democracias» como la colombiana, por ejemplo. Pero, por ellas ha sido juzgadas y condenadas importantes figuras del complejo policial-político del PSOE, al tiempo de los gobiernos de Felipe González, en los años 1980, con un ministro y secretario de Interior presos, por envolvimiento en el tema. Fue el llamado caso GAL, 35 muertos, del que llegó a existir una ramificación portuguesa, conectada a DINFO, designación a la época de los servicios secretos militares lusos.

Quien medianamente conozca el historial del conflicto hispano-vasco no puede contornar la hipótesis de que el atentado contra el responsable de los equipos policiales españoles de seguimiento y vigilancia de militantes de ETA y no solamente, pueda consistir en una acción militar de retaliación por un eventual regreso de la «guerra sucia» que, en verdad, junto con la práctica de la tortura a los presos vascos (de ETA u no) en las prisiones españolas no ha acabado nunca. «Los comandos de ETA no hablan solos», aclaraba en su día el general español Saenz de Santamaría, a propósito de uno de estos casos (el aparecimiento del cuerpo del presumible militante de ETA José Luís Geresta Mujika, el 20 de marzo de 1999, con señales evidentes de tortura, entre ellos dientes extraídos a sangre-fría a golpes de martillo, como han dado cuenta exámenes forenses.

Los caminos que tomamos

Un crimen no justifica nunca a otro, es cierto. Pero no puede Saramago referirse a un principio ético tan general cuando llama a Sastre «valedor de asesinos». El mismo Saramago tiene hábitos de solidaridad pública con movimientos armados, como los zapatistas. Y la misma derecha española en cuya coral Saramago intenta hacerse oír, se lo recordaba, sin olvidarle la factura, en su prensa, no hace muchos años: «Marcos vive del chapapote de los progres de cinco estrellas que se dedican a ir a Chiapas para solidarizarse con los zapatistas … Y al frente de ellos el inevitable Saramago. Lo digo para que empecemos a saber con quien nos jugamos los cuartos que tan generosamente le solemos pagar con dinero público para sus aspiraciones estelares», Antonio Burgos, El Mundo, 29 de noviembre de 2002.

Ya cuando del secuestro y muerte por ETA del concejal del PP de Ermua, Miguel Ángel Blanco, Saramago había escrito una crónica publicada en la revista portuguesa «Visão» en la que, una vez más, en ese verano del 97, en coro con la derecha española, alguna de la cual heredera directa de la experiencia nazi que instaló el franquismo en España, en finales de los años 30, en la que apodaba a ETA de «organización nazi». Pero, los poderes, como se lo certifican los derroteros españoles de José Saramago, y la olímpica ignorancia que en 2002 consagraba El Mundo a la buena voluntad del Nobel portugués, los poderes suelen tener larga la memoria y corto el perdón. Justo el contrario de los que se presentan pidiéndolo.

Después de un desaguisado personal con el entonces secretario portugués del gobierno para la Cultura, respecto a su «Evangelio», Saramago decidió que, por entero, su país no se lo merecía. Y sólo en 2003, después de invitado para una comida con el entonces presidente del Gobierno, Barroso (hoy en la Comisión Europea), saliendo del palacio del gobierno perdonó Saramago (no al secretario) pero a Portugal por la ofensa que le hiciera.

Bueno, como sabemos todos los portugueses y algunos ibéricos, después del postre Portugal es todo un prodigio de la lisonja, en tanto que a la función se asignen convenientemente los comensales. Lo certifican todos los recalcitrantes de la cultura del país que han muerto en la miseria, antes y después de la Academia Sueca, no por la debilidad de su talento, pero por la fuerza de su carácter, usualmente ubicado bien arriba del plato de lentejas gubernamentales y de todos los demás homenajes de Estado

No habremos de ser, nosotros, portugueses, ejemplar único. La crucifixión de Sastre por toda Iberia, hecha a golpes de lo que Saramago llama, en su artículo, «una ocasionales y poco expresivas noticias de prensa», como las que una brevísima selección matutina aleatoriamente conducida entre algunos periódicos de la derecha española disponibles en Internet, dicha crucifixión de Alfonso Sastre, recurre avenidas tan amplias cuanto los caminos de entronización de Saramago. En estos días, al parecer para enorme sorpresa de este, decían títulos y editoriales de toda la prensa y de de toda la derecha española sobre aquello:

(El Mundo, 21-6-09). Basagoiti pide a los jueces que eviten que Sastre ‘se ría de las víctimas como Paqui’

(ABC, 22-06-2009). «El PP y los sindicatos de Policía piden que la Justicia actúe ya contra Sastre y su partido»

Diario de Navarra, Editorial, 22-6-09). Sastre «no sólo intenta manchar con su mensaje amenazante el dolor de los familiares de Eduardo Puelles, sino que prostituye hasta su propio lenguaje cuando habla de negociación con los terroristas»

ABC, 22-06-2009). «El siniestro sastre»

Alfonso Ussia, La Razón, 23-6-09); «cuando Alfonso Sastre muera, nadie tendrá que cerrarle los ojos. La mancha negra del odio es también clausura».

(Libertad Digital, 23-06-2009). «Así nos encontramos con que el entorno de la ETA, personificado esta vez en el dramaturgo Alfonso Sastre, candidato estrella de Iniciativa Internacionalista en las pasadas elecciones europeas, justifica a los asesinos y repite los latiguillos habituales de Batasuna. […] A pesar de que la mentira revolucionaria de los portavoces filoetarras es tan insistente y nauseabunda, nos hemos terminado acostumbrando a ella. Hasta el extremo de que esta gentuza siempre dispone de altavoces para hacerse oír»

(ABC, 23-06-2009); «La metamorfosis: de cabeza de lista a matón […] El dramaturgo filoetarra, y cabeza de lista de Iniciativa Nacionalista en las pasadas europeas, Alfonso Sastre, amenazó ayer con «tiempos de mucho dolor» si no se negocia con ETA. En un artículo de opinión en «Gara», Sastre advirtió al lendakari que si opta por «la vía policial» para acabar con ETA «¡pobres de nosotros, pero también de ustedes!». Sastre utiliza en su artículo el mismo razonamiento de los terroristas»

Uno siempre puede echarse a imaginar la reacción de José Saramago, de ser ello la diana de unas «ocasionales y poco expresivas» noticias como estas, que se suceden a lo largo de los años. Pero más interesante será notarse como este listín crece infinitamente para grande y exclusiva sorpresa de José Saramago que, distraído del mundo, se consagró a la búsqueda en su misma persona una razón más original para agregarse al coral del integralismo español respecto a Alfonso Sastre. Escribe Saramago:

«Conocí al dramaturgo Alfonso Sastre hace más de treinta años. Fue nuestro único encuentro. Nunca le escribí, nunca recibí una carta suya. Me quedó la impresión de un carácter áspero, duro, nada complaciente, que no facilitó el diálogo, aunque no lo hubiere dificultado. No volví a saber de él, salvo por ocasionales y poco expresivas noticias de prensa, siempre relacionadas con su militancia política en las filas abertzales.»

De mi parte, sin tener propiamente ningún diálogo programado que pudiera Sastre facilitar o dificultar, le he conocido hace doce años, como periodista, en su casa de Hondarribia, cerca de Donostia, o San Sebastian, elija el lector al idioma. Y he visto en Sastre justo el inverso de lo que Saramago cuenta haber encontrado. Es verdad que tanpoco conmigo ha tenido Sastre alguna venia epistolar (a quienes pueda interesar, no gastéis vuestro siempre buscando pruebas policiales en mi casa, porque, repito: Sastre no me ha escrito nunca una carta).

Asimismo, tan fatal desatención hacia mi persona no enturbia la grata memoria personal que de ello guardé: un intelectual probo, enormemente culto (algo que siempre acaba por notarse en un intelectual, sobre todo cuando falta), comprometido con todo lo humano, conversador atento en la escucha y penetrante en el habla, tan poco dado a circunloquios, evasivas y lugares-comunes, como a los sectarismos de moda.

No se le conocen, además, en la biografía, gestos «ásperos, duros, nada complacientes» -(y para más tarde olvidar) de idolatría fanática hacía los superiores de turno y del correspondiente linchamiento de los inferiores de turno, en el caso, subalternos, compañeros de arte, en nombre de la santidad de cualesquiera revoluciones descartables (como le pasó precisamente a José Saramago, precisamente en este mismo periódico, Diario de Noticias, de Lisboa, que lo ha acogido tan triunfalmente en los saneamientos políticos o tan solamente personales que ahí promocionó y dirigió en 1975, cuanto se lo hace ahora, en 2009, a la hora de escucharle las quejas sobre Sastre, en más una lección banal de las ironías de la Historia y de trayectoria que siempre terminan conduciendo los hombres hacia sí mismos).

Así y todo, he visto en Alfonso Sastre un intelectual contra el pensamiento débil como escribió él mismo, rechazando el juego en doble tablero de los poderes y de las oposiciones buscando el mejor de dos mundos, en beneficio de si mismo y de su vanidad personal. He visto a un intelectual irreductible a la lisonja e inconvertible al cambio de lo humano por la retórica demagógica de los derechos humanos en sociedades opresivas como, entre otras, la española y, además, un conocedor experimentado de los expedientes de eso ejercicio hipócrita tan escasamente fútil como altamente remunerado para todos los mejor sucedidos intelectuales de todas condiciones que a su seducción y avistamiento deciden gozosamente sucumbir.

No encontré en Alfonso Sastre un «valedor de asesinos». Pero sí encontré en Alfonso Sastre un intelectual que no se ha valido nunca del crimen social y político que contribuya a ocultar bajo el velo retórico de la hipocresía humanitaria y de la autoridad de la Academia, la sueca u otra, para más de ello poder beneficiarse. Uno no sabe nunca como va a morirse. Pero arriesgo que de Alfonso Sastre no dirá nunca el cronista Antonio Burgos, lo que escribió sobre José Saramago, en El Mundo del 29 de Noviembre del 2002.

Rui Pereira

Periodista portugués, autor de La Guerra Desconocida de los Vascos y de Las Palabras Indeseables, ed. Txalaparta

José Saramago

Sastre

Conocí al dramaturgo Alfonso Sastre hace más de treinta años. Fue nuestro único encuentro. Nunca le escribí, nunca recibí una carta suya. Me quedó la impresión de un carácter áspero, duro, nada complaciente, que no facilitó el diálogo, aunque no lo hubiere dificultado. No volví a saber de él, salvo por ocasionales y poco expresivas noticias de prensa, siempre relacionadas con su militancia política en las filas abertzales. En las últimas semanas, el nombre de Alfonso Sastre volvió a aparecer como candidato cabeza de lista a las elecciones europeas, integrado una Iniciativa Internacionalista de reciente formación. La agrupación no obtuvo representación en el parlamento de Estrasburgo.

Hace pocos días ETA asesinó al policía Eduardo Puelles con el casi siempre infalible proceso de bomba-lapa colocada en la parte inferior de los coches. La muerte fue horrible, el incendio carbonizó el cuerpo del infeliz, al que no hubo manera de acudirle. Este crimen suscitó en toda España un movimiento general de indignación. General, no. Alfonso Sastre acaba de publicar en el periódico vasco Gara un artículo amenazador en que habla de «tiempos de mucho dolor en lugar de paz», al mismo tiempo que justifica los atentados como parte de un «conflicto político», añadiendo que más atentados habrá si no se abre una negociación política con ETA. Casi no acredito en lo que leo. No fue Sastre quien fijó la bomba en el coche de Eduardo Puelles, pero lo que no esperaba era verlo como valedor de asesinos.

Esta entrada fue publicada el a las Junio 23, 2009 y está archivada bajo las categorías El cuaderno de Saramago. Puedes seguir las respuestas de esta entrada a través de sindicación RSS 2.0. Tanto comentarios como pings de momento quedan cerrados.