¿Arturo Campión o Batzarre? (y II)

Si en la primera parte de este artículo abordaba el concepto del vasquismo en Navarra desde el punto de vista de la identidad (vascos o vasquistas), ahora lo haré apuntando al objetivo político (independentistas vs vasquistas).

Según Wikipedia, el vasquismo es hoy “un sentimiento de apego al ‘entorno’ vasco y su cultura, que existe en personas, grupos sociales y zonas del País Vasco, Navarra y País Vasco Francés y que, según el DRAE se caracteriza por el amor o apego a las cosas características o típicas del País Vasco”. Vamos, que mirado desde Nafarroa se trata del amor por lo “supra foral”, que diría Uxue Barkos, pero vacío de contenido político y reducido a sentimiento de apego al ‘entorno’, nunca a Euskal Herria o al desmantelado Estado navarro.

A continuación, la enciclopedia virtual incide en la diferencia entre vasquista e independentista, apuntando como ejemplo que varias organizaciones políticas se denominan como vasquistas “sin reivindicar para sí el nacionalismo vasco”, y cita a Nafarroa Bai, Batzarre y Ezker Batua-Berdeak. Seguidamente, vemos que la autoría intelectual del concepto también parece ser supraforal, del PSE-EE, donde afirman defender un vasquismo “libre de cualquier determinación esencialista y/o etnicista de cuño nacionalista”. ¿Les suena?

“Nuestro vasquismo tiene vocación de superar la dialéctica tradicional entre nacionalistas y no-nacionalistas para vertebrar, desde el post-nacionalismo, un país de identidades plurales y diversos sentimientos de pertenencia”, dice el PSE-EE. ¿Se referirán a su labor en Ajuria Enea? Wikipedia aclara que Ramón Jaúregui y Patxi López “han apostado por un PSE-EE netamente vasquista a la vez que federal español”, si bien existen en el partido fuertes tendencias, “posiblemente mayoritarias”, muy contrarias a tales definiciones. Total, que los vasquistas pintan más bien poco frente a los unionistas de Zumosol, que son quienes al final nos vienen a imponer sus banderas y los discursos del Borbón.

En realidad, este vasquismo no es sino la expresión local de una de las dos tendencias históricas con las que los españoles han abordado su relación con los pueblos colonizados y con los “infieles”. Sea con los guanches, los incas, los sicilianos, los rifeños, los rebeldes de Flandes o los cubanos independentistas, el gran imperio se debatió siempre entre los extirpacionistas y los asimilacionistas, mano dura o mano blanda, estado de excepción o estatuto de autonomía, unionistas o vasquistas que diríamos hoy. Es decir, tienen claro que las instituciones, las leyes, la cosmovisión, la espiritualidad, la lengua y la cultura del otro deben tender a cero, pero la discusión estriba entre quienes aspiran a diluir lenta y amablemente al indígena (o al infiel) y quienes apuestan por arrancarlo de raíz.

Sin embargo, valga el ejemplo del actual Gobierno Vasco para comprobar quienes se llevan el gato al agua en ese dilema interno español. Valga también la Inquisición, la expulsión de moriscos y judíos, el genocidio cometido en América Latina, el exterminio de los guanches, los campos de concentración en Cuba o el uso de armas químicas en el norte africano. Y valga sobre todo que España casi siempre ha sido una monarquía absoluta o una dictadura, muy pocas veces una democracia formal y casi nunca una real. ¿Y qué es de los vasquistas cuando el general de turno da un golpe encima de la mesa?

Con la supremacía de los extirpacionistas en el Estado, este vasquismo de arena se cae por su propio peso al no contar con ningún proyecto específico para nuestra tierra, ni voluntad ni capacidad de propiciar un cambio real. Se trata más bien de un señuelo para hacernos perder el tiempo e inocular más nacionalismo español, porque en las cosas importantes siempre vendrá alguien de Madrid a decir que no. Y cuando habla la central, las sucursales a callar.

Nada que ver este vasquismo con el que removió el panorama político navarro a finales del XIX y principios del XX, cuando se pedía la reunificación de las cuatro provincias y el restablecimiento de la foralidad arrebatada. Arturo Campión fue precisamente una de sus figuras. Le tocó la Gamazada siendo diputado en las Cortes y su discurso es de los que ya no se estilan por aquellos pagos: “aquí estamos los diputados navarros cumpliendo la misión tradicional de nuestra raza, que tanto en la historia antigua como en la moderna y aún contemporánea, se expresa con el verbo ‘resistir’. Aquí estamos escribiendo un capítulo nuevo de esa historia sin par que nos muestra a los vascones defendiendo su territorio, su casa, su hogar, sus costumbres, su idioma, sus creencias, contra la bárbara ambición de celtas, romanos, francos, árabes y efectuando el milagro de conseguir por luengos siglos su nacionalidad diminuta a pesar de todos”.

Dejando de lado conceptos felizmente superados como el de la raza, nada que ver aquella postura de resistencia frente al recorte foral con los silencios de los “post-nacionalistas” ante el gran fraude del Amejoramiento; nada que ver el “laurak bat” o el proyecto de autonomía a cuatro con los ámbitos “supra forales”; nada que ver el camino hacia la unidad independentista con el “vaya usted a saber” del vasquismo navarro del siglo XXI, enroscado en cortejar y cortejar a uno de los partidos más desconfiables de todo el orbe, el PSN, que respondió con calabazas hace tres años y así lo seguirá haciendo mientras los socios mayoritarios de NaBai no renuncien a sí mismos y a su propio proyecto. “Y hasta que escupan a la izquierda abertzale”, que añadiría el seguramente vasquista Gabriel Urralburu.

Así, hoy el vasquismo no es ninguna ideología integradora, porque lo que busca es desintegrar el país y marginar a quienes tratan de evitarlo. Tampoco suma voluntades en torno al independentismo, la restitución de los fueros o la recomposición del “jarrón roto”, más bien busca difuminarlas en su nacionalismo español light y semi republicano, como si el producto que nos vendieran no fuera en realidad una monarquía heredera del franquismo. Y de las posibilidades de matrimonio con Roberto Jiménez, pues qué les voy a contar que no sepan… Así que, hablando ya de proyectos reales y de lograr un verdadero cambio político en Nafarroa, cabe repetirse la misma pregunta: ¿Arturo Campión o Batzarre?

 

Publicado por Nafarroan-k argitaratua