Sahara y Nafarroa

Hay que tener casta. Cualquiera no puede ser parlamentario. Es cierto. El desempeño de tal función exige unas condiciones que no están al alcance de cualquier mortal. De entre esas características destaca especialmente esa habilidad funambulística para decir (y además hacer) algo que a priori pareciera imposible poder justificar. Esa destreza tiene su complemento en la capacidad de mantener un rictus serio, inmune al sonrojo, al mismo tiempo que una pose de excelencia tras un tono de voz medido y una impoluta corbata. Hace unos días a muchas y muchos nos hervía la sangre tras conocer que sus (que no nuestras) señorías parlamentarias de la CAV, esas mismas que acuden puntualmente y sin ningún atisbo de distracción a todas y cada una de las sesiones parlamentarias, habían decidido en abierto consenso pero a puerta cerrada subirse un 3,5% el sueldo y un 10% la dieta por desplazamientos. Ahora somos espectadores de una nueva función de este mundo al revés en el Parlamento de Nafarroa Garaia, escenificada en el apoyo mostrado por todos los partidos representados en la junta de portavoces al pueblo saharaui en la defensa de su derecho a la autodeterminación.

Escuchar determinadas expresiones en relación a un pueblo oprimido en boca de quienes, tras una careta navarrista, están negando al pueblo navarro su historia, su cultura, su lengua y sus derechos, se asemeja en cierta medida a la actitud de quien, misericorde y autocomplaciente, adopta a un niño a la vez que interna a la abuelita en el geriátrico.

Pero vayamos por partes, simplemente recogiendo algunas de las expresiones que recoge la declaración del Parlamento.

Se habla del «derecho fundamental del pueblo saharaui a la autodeterminación, derecho inalienable reconocido para el conjunto de los pueblos colonizados y defendido sin reservas por el conjunto de resoluciones pertinentes de las Naciones Unidas». Ese derecho de autodeterminación de los pueblos que, sustituida la voluntad popular por una democracia delegativa en sus señorías y cimentada sobre la división institucional de un pueblo, se niega aquí mismo. ¿Acaso Euskal Herria, el pueblo del euskara, la comunidad que habitaba ese territorio que los romanos denominaron Vasconia no constituye un pueblo? Evidentemente, un pueblo no deja de serlo por no disponer de un estado, pero es que en el caso de Euskal Herria se llegó incluso a disponer de un estado que pervivió varios siglos. De ahí Navarra y las y los «navarros» como términos predominantemente político frente a los términos «vascón», Euskal Herria, como términos fundamentalmente culturales, en lo que constituye las dos caras de una misma moneda.

Quizás el matiz diferencial entre los casos del Sahara y Nafarroa pudiera estar en el término «colonizado» que se le atribuye al primero. El Sahara fue colonizado por españoles, franceses y, más recientemente, fue víctima de las pretensiones anexionistas del reino alauita. Pero acaso ¿no fue algo muy similar lo que ocurrió por estas tierras durante siglos de permanente hostigamiento militar por parte del Reino de Castilla? ¿Cómo sino anexionismo se puede denominar la conquista de la mayor parte de Araba, Gipuzkoa y el Duranguesado en 1198-1200? ¿cómo denominar a la ofensiva militar iniciada en 1512 para terminar con la parte oriental del Reino de Navarra? Los navarros y navarras sufrieron en 1512 su particular marcha verde, protagonizada por las tropas del Duque de Alba. Aún se podrá argumentar que no fue un enfrentamiento entre «navarros» y «castellanos», entre dos estados, sino que fue un enfrentamiento entre navarros, agramonteses y beamonteses, teniendo estos últimos ayuda externa. Sin embargo, más preciso sería decir que el Reino de Castilla se valió de una «facción» que pretendía detentar el poder para combatir a la facción que controlaba el poder político en ese momento. En Irak, los ocupantes también han explotado las rivalidades existentes entre sunitas, chiítas y kurdos para ocupar el país e imposibilitar una respuesta conjunta. Aunque la imagen que quieran trasladar sea la de un país al borde de una guerra civil, el origen último del dramático día a día iraquí está en la ocupación. Y serán los sunitas, chiítas y kurdos quienes deban discutir y decidir qué tipo de relación desean mantener.

Tal vez la diferencia con el caso navarro resida en que esta etapa de conquista a sangre y fuego sucedió hace ya demasiados siglos. La historia oficial, ésa escrita por los vencedores (primero con las armas y luego con la propaganda y la aculturación) ha conseguido en gran medida ocultar, en muchos casos para siempre, el pasado de Nafarroa. De ese pasado sólo perviven a nivel oficial retazos descontextualizados para dilapidar millones de euros del erario público celebrando el 500 aniversario del nacimiento de Francisco Jatsu, hermano de quienes defendieran las fortalezas de Amaiur y Hondarribia, últimos focos de resistencia armada frente a las tropas castellanas.

Cuando en la declaración aprobada en la Junta de portavoces se muestra la preocupación por las «víctimas de la represión marroquí», se recoge que el Parlamento «denuncia las violaciones masivas de los derechos humanos por parte de las autoridades marroquíes», así como la «tortura sistemática y las represalias in- fligidas contra los ciudadanos saharauis», y se denuncia «la violencia sexista contra las mujeres», viene a la cabeza lo que debió de ser la conquista de Nafarroa y las posteriores décadas. Tal vez ninguna frase lo simbolice mejor que la escrita por el coronel Villalba al cardenal Cisneros tras ejecutar la orden de demolición de los castillos: «Navarra está tan baxa de fantasía después que vuestra señoría reverendísima mandó derrocar los muros, que no ay ombre que alçe la cabeza». Varios siglos después nos encontramos con que algunas edificaciones sobrevivientes siguen cayéndose a pedazos ante la desidia institucional, a la vez que patrimonio histórico es enviado al vertedero de Beriain. Tampoco es algo del pasado hablar de represión contra las mujeres y hombres que hoy en día alzan la cabeza reivindicando sus derechos escoltados y aporreados por uniformados. Tampoco la tortura es algo del pasado. La Cámara Foral recrimina «la censura y el bloqueo impuestos por Marruecos en los territorios ocupados del Sahara Occidental», pero obvian que aquí mismo se cierran medios de comunicación, se arrincona y amordaza la lingua navarrorum y se dificultan y multan los desfiles de Olentzero por los barrios.

Cabe por último preguntarse qué va a contar la comisión que viaje a conocer, entre otras cosas, el sistema educativo saharaui. ¿Explicarán que en Nafarroa los jóvenes no pueden cursar sus estudios universitarios en la lengua que se habla desde hace miles de años en su tierra?

En la rueda de prensa alguno de los portavoces afirmó acertadamente que la raíz de lo que ocurre en el Sahara es «política». Sólo le faltó darse cuenta de que algo de eso está enraizado también aquí desde hace siglos.

Desde las particularidades de cada pueblo y proceso, el reconocimiento y ejercicio del derecho de autodeterminación de los pueblos es la clave para poner fin a un atropello histórico y respetar verdaderamente la voluntad del pueblo. En el Sahara, en Chechenia, en Irlanda del Norte, en Kurdistán y también en Euskal Herria.