Prospectiva y experiencia

Juanjo Gabina

La educación y la formación cultural, que cada uno de nosotros tiene, representa uno de los factores que más intervienen a la hora de medir el valor que tenemos como capital humano. Entre otros factores, también tiene importancia el factor relativo a nuestras habilidades y talentos. Este último factor junto al de nuestras propias actitudes y competencias conformarán la base fundamental para la práctica y el desarrollo de la carrera profesional. Luego vendrá la experiencia que nos posibilitará ser innovadores si somos capaces de ser contraintuitivos y cambiar la perspectiva con la que analizamos los problemas. Nunca hay nada que dure para siempre y todo puede superarse y hacerse mejor.

El valor del conocimiento, derivado de la experiencia que hemos adquirido, conforma lo que denominaríamos nuestro capital personal. Este conocimiento también proviene del grado de madurez y puede surgir tanto de las actividades que hayamos realizado, en general, como de los viajes, de las estancias en otros países, de los diferentes empleos que hayamos tenido y de las amistades y relaciones humanas que desarrollemos. La experiencia es muy importante pero, a veces, confundimos su verdadero alcance y significado. La experiencia para que sea válida ha de ser útil para impulsar cambios y no puede medirse sólo en base a los años que uno tiene como acostumbramos. ¿Cuántas veces los treinta años de experiencia de muchas personas, en realidad, no son más un año de experiencia, treinta años repetido?.

La experiencia también proviene de la madurez alcanzada y de la sabiduría que se adquiere con los fracasos y con la lucha por la vida realizada través de los años. Se puede tener experiencia siendo muy joven o no tenerla, aunque uno sea ya viejo. Sin experiencia, la innovación es casi imposible. Es una condición necesaria pero no suficiente. De cualquier modo, la experiencia ha de ser enriquecedora, contrastada y sometida al rigor de la ciencia. De esta manera es como podremos beneficiarnos de las reflexiones y de las ideas generales que nos provienen de la experiencia nuestra y de otros. La experiencia necesita siempre el contraste sistemático, la duda metódica. El principio de la duda sobre el que escribiera Descartes en su “Discurso del Método” es fundamental para no llegar a caer en la trampa de aplicar silogismos y estereotipos falsos que tanto nos confunden, equivocan y desorientan, a la hora de tomar decisiones importantes a lo largo de nuestras vidas.

El paso de lo que es una experiencia individual a lo que tendría una aplicación general es un proceso muy delicado que requiere muchas pruebas que han de realizarse en condiciones que sean totalmente diferentes a las que habitualmente se realizan y han de ser contrastadas por terceros. El diálogo y el intercambio de ideas con otros es fundamental. Por consiguiente, el valor real de la experiencia debe ser recogido con ciertas prevenciones. Samuel Langhorne Clemens, el famoso escritor norteamericano conocido con el sobrenombre de Mark Twain, allá en los años finales de su vida, hizo una pequeña crítica de los que opinaban que la experiencia era la fuente del conocimiento por excelencia. La crítica la recogió en su obra titulada: “Following the Equator” y que escribió durante su estancia en Inglaterra, en 1897.

“…deberíamos tener mucho cuidado cuando afirmamos que la experiencia es la madre de la ciencia y mucho menos pensar que la experiencia ya es sabiduría en sí misma y quedarnos ahí parados. No nos vaya a pasar como al gato que cuando se sienta encima de la tapa de una estufa que está caliente se quema y pega un salto huyendo, dolorido por la quemadura. El gato aprende de la experiencia y nunca más se sentará encima de la tapa de esa estufa cuando ésta esté caliente y eso nos puede parecer correcto, pero no olvidemos que tampoco lo hará aunque la tapa se encuentre fría por estar la estufa apagada…”

Hoy en día, los prospectivistas, como muchos innovadores, nos enfrentamos al hecho de tener que convencer a muchos dirigentes acerca de los cambios a efectuar porque el modelo actual no funciona. Aunque vean que haciendo más de lo mismo, lo único que consiguen es agudizar la crisis, son incapaces de dotarse de la verdadera experiencia. Son como el gato. Aprenden de manera equivocada. Son incapaces de imaginarse nada diferente a lo que han vivido durante tantos años. Para ellos, la experiencia es casi una foto fija. La realidad del futuro la consideran muy parecida a  lo que siempre ha sido. Les asustan las grandes transformaciones socioeconómicas e, incluso, les da vértigo pensar que deben liderar el cambio de las obsoletas reglas de juego basadas en el liberalismo. En cierto modo, son cobardes y/o incapaces, cuando no irresponsables porque impiden una transición no traumática al nuevo paradigma.

Si el sistema no funciona se escudan en la creencia de que se cumplirá el milagro y que las cosas volverán a ser lo que siempre fueron. Ni hacen lo que tienen que hacer, ni dejan hacer. Se comportan como el perro del hortelano. Son aquellos que se presentan a las elecciones o acceden a cargos directivos sin tener la más mínima idea acerca de cómo solucionar los problemas que padecen aquellos ciudadanos o trabajadores a los que pretenden gobernar. Incluso, aunque se desate con virulencia la más grave de las crisis nos les importa porque son insensibles al sufrimiento de los demás. El objetivo único que les mueve en la vida es el de alcanzar y/o el de perpetuarse en el poder.

La mayor tragedia para nosotros es que cuando estos políticos han alcanzado el poder caen en manos de los rentistas del sistema que quieren seguir gozando de sus privilegios. Se crea entonces todo un entramado de conspicuos intereses en base a alianzas inconfesables. Todo ello se levanta en base a las redes de corrupción y nepotismo donde intervienen los grandes oligopolios. Éste es uno de los motivos por el que superar la actual crisis no va a ser una tarea fácil puesto que implica acabar con los lobbies y la corrupción. Además, hoy en día, contamos con muy pocos políticos que sean valientes como para rechazar las presiones reaccionarias de los rentistas del sistema y que, a su vez, tengan el carisma suficiente como para liderar la transición al nuevo paradigma socioeconómico basado en la economía sostenible. Sin embargo, estos políticos existen y a ellos debemos prestar nuestro apoyo y nuestros servicios. Como bien dijo el Cid Campeador: “¡Qué buen vasallo sería si tuviera buen señor!”

Publicado por Nabarralde-k argitaratua