Sin liderazgo político triunfan los lobbies y nos hundimos todos

Juanjo Gabina

Krugman se lamenta de que, frente a este sombrío panorama que se nos avecina, se podría haber esperado que los responsables políticos se hubieran dado cuenta de que todavía no habían hecho lo suficiente como para impulsar la recuperación económica. Pero no, para él, en los últimos meses ha habido un resurgimiento impresionante tanto del llamado ‘hard-money’ —dinero obtenido por medio de créditos hipotecarios y similares— como de la ortodoxia del presupuesto equilibrado.

Considera que, en lo que se refiere a la retórica, los dirigentes europeos parecen estar recibiendo muchas ideas de los discursos que realizara Herbert Hoover durante los comienzos de la Gran Depresión. En sus manuales de prácticas anticrisis se recoge fielmente la necesidad de aumentar los impuestos y de recortar el gasto para realmente expandir la economía, mediante la mejora de la confianza empresarial. Europa piensa desde Alemania y en en dicho país, por experiencia, el gran peligro se considera que es la inflación que padeció Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial, algo que Krugman olvida.

Sin embargo, y en la práctica, a juzgar por los resultados tampoco Estados Unidos lo está haciendo mucho mejor. Darle a la manivela de la máquina de hacer dinero tampoco parece que sea una buena solución. La Fed parece consciente de los riesgos que entraña una deflación económica pero, según Krugman, no hace nada para evitar este riesgo.

La administración Obama entiende sobre los peligros de la austeridad fiscal prematura pero, de todos modos, por culpa de los republicanos y de los demócratas conservadores en el Congreso que se oponen a la aprobación de ayudas adicionales a los gobiernos estatales, la austeridad está llegando en forma de recortes presupuestarios a nivel estatal y local.

¿Por qué este giro equivocado en la política? Los partidarios de la línea dura a menudo invocan los problemas que afronta Grecia y otros países europeos como España, Portugal e Italia para justificar sus acciones. Es cierto que los inversores en bonos han acosado a los gobiernos con déficits de modo intratable. Pero no hay pruebas de que, cuando se encara una economía deprimida, la austeridad fiscal a corto plazo sirva para tranquilizar a los inversores.

Por el contrario, Grecia se ha comprometido a llevar a rajatabla la austeridad, sólo para comprobar cómo el riesgo cada vez se le extiende más. Irlanda impuso recortes salvajes en el gasto público, y lo que ha conseguido es ser tratado por los mercados como si tuviera un riesgo soberano peor que el de España, que ha sido un país mucho más reacio a tomar medidas duras hasta que tanto el Directorio franco-alemán como Estados Unidos le exigieron responder con contundencia a su desastrosa situación económica, donde las altas tasas de desempleo, el galopante déficit presupuestario y la enorme deuda contraida amenazaban seriamente la estabilidad económica de la Eurozona.

Para Krugman, todo es una locura. Es casi como si los mercados financieros comprendieran lo que los responsables políticos europeos al parecer no hacen. Comprendieran que si bien la responsabilidad fiscal a largo plazo es importante, al reducir el gasto en medio de una depresión, se contribuye a ahondar la depresión y se allana el camino para la deflación. En consecuencia, el recorte del gasto, en realidad, es del todo contraproducente.

El premio Nobel de Economía critica a los responsables de las políticas económicas de la Eurozona porque, para él, lo que considera como la victoria de la ortodoxia poco tiene que ver con lo que representa un análisis racional de la crisis. La principal premisa de la ortodoxia consiste en que el sufrimiento que se impone a las personas es la forma de mostrar su liderazgo en tiempos difíciles.

Si, además, se carece del necesario liderazgo político, los únicos que podrán beneficiarse de todas estas políticas restrictivas son los lobbies o rentistas empresariales del sistema que, en su gran mayoría, continúan apalancados gracias al dinero público y disfrutando de unos privilegios que se han convertido en los principales lastres que nos impiden realizar la transición hacia la economía sostenible y, así, poder escapar de la depresión económica que nos acecha.

¿Y quién va a pagar el precio de este triunfo de la ortodoxia? Para Paul Krugman, la respuesta es bien evidente: lo pagarán las decenas de millones de trabajadores desempleados, muchos de los cuales continuarán sin empleo durante muchos años y algunos de ellos nunca más volverán a trabajar.

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua