Hemos de eliminar la palabra “verde” porque queremos que, en un futuro, todo sea sostenible

Juanjo Gabina

Hoy en día, es posible que la energía solar y, bastante menos, la energía eólica sean más caras que las energías convencionales pero, al menos, tienen la virtud de que el precio del ‘combustible’ que utilizan —los rayos de sol y el viento— será el mismo siempre por la mera razón de que nunca llegarán a costarnos ni un céntimo.

No podemos decir lo mismo de los combustibles fósiles que, además de ser combustibles sucios, cada vez serán más caros y escasos. Por el contrario, las tecnologías sobre las que se basan las energías renovables tienen otra virtud añadida y es que son más baratas cada año que pasa.

Por otra parte, si queremos ser competitivos en un mundo global, tendremos que recurrir al ahorro y a la eficiencia energética, a la producción y consumo de energías renovables y a la productividad de los recursos —lo que implica una reducción importante del consumo de recursos— para obtener una ventaja fundamental en costes, tanto en lo que se refiere a los procesos como a la operativa, al igual que en productos. De igual modo, la diferenciación de la oferta en una gran baza a jugar, ofreciendo a los clientes una ventaja competitiva basada en la innovación sostenible de productos y servicios.

Si queremos construir un futuro que merezca la pena, o lo que es lo mismo, si queremos salir de la grave recesión económica en la que estamos metidos —y, de paso evitar los riesgos de caer en profunda depresión económica que nos sumerja en la crisis durante décadas— no hay otra salida que la de efectuar la transición hacia una economía sostenible, lo que implica una inexcusable necesidad de impulsar las energías limpias, la productividad de los recursos —reducir, reutilizar y reciclar—  y el ahorro y la eficiencia energética.

Hemos de tener en cuenta que la energía es un mercado de casi 4,5 billones de euros, que cuenta con más de 3,8 miles de millones de usuarios de electricidad cuyo uso se multiplicará casi por 1,8 para el año 2030. En una bolsa tan colosalmente grande de dinero, hay muchos que constantemente quieren meter la mano. Algunos la tienen metida ya.

En efecto, son los lobbies del sector energético y del sector financiero principalmente. Muchos empresas de estos sectores quieren seguir haciendo más de lo mismo para seguir disfrutando de sus injustos privilegios, aún a sabiendas de que el futuro no tendrá que ver nada con las energías sucias como el carbón, el gas natural y el petróleo pues el futuro, queramos o no, se habrá de inscribir en clave de sostenibilidad o no habrá futuro, al menos para la inmensa mayoría de los habitantes de este planeta.

Por ello, la política energética de cualquier país no puede seguir siendo —como, habitualmente, lo es y ha sido hasta ahora— la suma de lo que piden todos los lobbies energéticos. ¡Ya está bien de que las leyes sobre la energía se escriban en los despachos de las empresas energéticas! Para acabar con esta lacra necesitamos líderes valientes que sepan enfrentarse a estos lobbies y sean capaces de dirigir la transición de nuestras economías hacia la sostenibilidad.

Sin liderazgo político, los políticas energéticas seguirán cayendo en las manos de los rentistas del sistema que nos impedirán avanzar como debiéramos hacia la sostenibilidad. En un mundo cuyo actual modelo de desarrollo ese encuentra prácticamente agotado, es todavía más patético el hecho de apostar con fuerza por la economía sostenible. Debido a estos frenos que nos impiden avanzar de manera sostenible, es por lo que los riesgos de caer en una depresión económica son cada día que pasa mayores.

Desgraciadamente, para realizar la transición hacia la economía sostenible, los líderes que tenemos no nos valen pues siguen anclados en los vicios y defectos del pasado. Tenemos que cambiarlos pero, aunque ello sea tremendamente importante, también resulta que para lograr una energía sostenible, es más difícil cambiar de líderes que de bombillas.

Las decisiones que tomemos hoy —en realidad, deberíamos haberlas tomado hace tiempo— sobre el desarrollo sostenible, donde la energía juega un papel determinante y fundamental, no son meras decisiones técnicas sobre cuestiones de segundo orden. Tampoco son simples decisiones que se toman para contentar a los que tiene una mayor o menor sensibilidad ecologista, ni para disfrazar de “verde” —hablando sólo del medio ambiente y olvidando lo social y la economía real— lo que en el fondo sigue siendo tan sucio como siempre. Me refiero al hecho de pretender dejar que el uso de las energías fósiles continúe durante décadas.

Poner a la quema de combustibles fósiles, es una decisión de una gran consecuencia y que entraña otra serie de determinaciones. Por ejemplo, decisiones sobre quiénes somos y sobre quiénes queremos ser, sobre qué es lo que más valoramos en la vida y nos hace ser felices y sobre cuál es nuestro deseo acerca del mundo en el que quisiéramos vivir en un futuro y, también, porque ello nos enfrenta a nuestros deseos de ser trascendentes, cómo queremos que las próximas generaciones nos recuerden.