Tomás Moro y los rentistas del sistema

Juanjo Gabina

Tomas Moro y los rentistas del sistema (I)

Thomas More —también conocido como Tomás Moro— supo identificar con claridad que la humanidad se encontraba al final de una era. Quizás mejor que cualquier otro pensador de su época, era muy consciente del freno que suponían los rentistas del sistema para la aplicación de aquellas medidas que les permitieran salir de la grave crisis en la que se encontraban. More también conoció el impás o inmovilismo político, social e ideológico en el que se encontraban todos los gobiernos de los diferentes reinos que conformaban la Europa cristiana de finales del siglo XV.

Por aquel tiempo, asistían al final de una época —la Edad Media— y se enfrentaban al comienzo de otra —la Edad Moderna— que se les presentaba como un libro cuyas páginas estuvieran en blanco. Para More resultaba apasionante —y comprometedor a la vez— participar en los debates que se celebraban entre los pensadores de su círculo de amigos íntimos, entre los que se encontraba también Erasmus de Rotterdam. Las discusiones a las que se veían sometidos intentaban escudriñar, entre todos los escenarios futuros posibles, un futuro desde donde surgiera un nuevo mundo que pudiera hacer feliz a la humanidad entera. Ese mundo sería conocido como la isla ‘Utopía’. Un valor que tendremos que recuperar todos cuanto antes.

Desgraciadamente, en tiempos de Thomas More, pocos monarcas europeos se sentían comprometidos con la urgente necesidad de adaptar sus políticas a los nuevos tiempos que se avecinaban. En general, los monarcas eran cobardes y corruptos y además, en general, eran tibios y débiles pues no hacían nada para evitar que se agravara la crisis. Ello no tenía perdón pues estos monarcas eran muy conscientes de que para adaptar las políticas a los nuevos tiempos deberían enfrentarse a innumerables rentistas del sistema de las clases de la nobleza y religiosa, cosa que no estaban dispuestos a realizar, aunque se rodearan de cancilleres y consejeros renovadores. En consecuencia, no existía ningún liderazgo que intentase siquiera marcar el nuevo rumbo a seguir a la población de entonces.

A veces, cuando todo parecía indicar que las cosas se desarrollaban por los caminos naturales de la adaptación, de pronto, surgían, desde el viejo mundo moribundo de la Edad Media, nuevas voces que intentaban con fuerza frenar los cambios. Eran los sectores más reaccionarios de la sociedad medieval que querían hacer prevalecer sus privilegios, gracias al empuje de los nobles, abogados, eclesiásticos, etc. Todos ellos eran una gran obstáculo que se oponía al progreso y More lo sabía perfectamente. Thomas More sabía que, para que la humanidad encontrase por sí sola el camino de la felicidad, debería combatir a los rentistas del sistema.

La cuestión era, como casi siempre, definir primero el “qué hacer” y el “adónde ir” para, más tarde, explicar a las gentes sobre la trascendencia de los cambios a introducir en el sistema y hacerles partícipes de la oportunidad histórica que estos cambios ofrecían para acabar con la miseria y la injusticia. El tiempo apremiaba y jugaba en contra de todos. Además, como consecuencia de las modificaciones en la economía, estaban apareciendo las fatídicas plagas de la humanidad como eran las guerras, el hambre, las epidemias…, que, al unirse a otros factores de declive, estaban creando una crisis sin precedentes en Europa.

El surgimiento de una economía-mundo se produjo sobre todo a partir del descubrimiento de esa nueva frontera que representaba el continente americano para los europeos. En Europa, gracias al desarrollo del comercio, se había producido la aparición de una nueva y pujante clase social compuesta por ricos comerciantes. Sin embargo, con el desarrollo del comercio también se había desarrollado la corrupción. En todos los reinos de Europa, la corrupción se había convertido una lacra social que, de manera generalizada, se había extendido entre los nobles y demás mandatarios políticos y las autoridades eclesiásticas de finales de la Edad Media.

Tomas Moro y los rentistas del sistema (II)

Por si fuera poco, en tiempos de Thomas More, la incompetencia y la mediocridad que caracterizaban a los monarcas y los príncipes de sus época producía unos efectos tan nefastos y desastrosos en el gobierno de sus reinos que hasta los más tranquilos y confiados vasallos comenzaban a mostrarse temerosos de su suerte.

Los monarcas y príncipes, halagados por los grandes comerciantes, habían despilfarrado fortunas en guerras, en la construcción de palacios de capricho y en la celebración continua de grandes faustos y bacanales. Así pues, la mayoría de los monarcas europeos habían gastado todo lo que tenían y lo que no tenían también.

Muchos reyes y príncipes quebraron y para financiar sus enormes y crecientes deudas no se les ocurrió otra cosa que la de aumentar y aumentar los impuestos y vender parte de sus extensos dominios a burgueses enriquecidos y a nobles poderosos, sin importarles un comino las consecuencias que ello tendría para el empobrecimiento de sus siervos, muchos de ellos sometidos al desarraigo forzoso y al expolio fiscal. Todo ello tuvo unas consecuencias desastrosas que impulsaron la avaricia y la especulación entre nobles, clérigos y comerciantes.

De este modo, se crearon, de la noche a la mañana, grandes fortunas que fueron precisamente quienes manejaron los hilos, no sólo del comercio, sino también de la política. A los pequeños agricultores —muchos de ellos siervos de la gleba aún— se les echaba de las tierras donde habían vivido y trabajado sus campos durante generaciones. Eran las tierras. propiedad del señor feudal, que, hasta entonces, habían sido la base de su sustento y el de sus familias. A su vez, en las ciudades se marginaba a estos campesinos humildes que habían sido echados a los caminos, expulsados de sus casas y tierras por sus, hasta hace poco, sus señores feudales, los nobles y abades. Para poder mantener a sus familias, se les obligaba a vivir de trabajos temporales malpagados o a refugiarse en la mendicidad, cuando no a tener que vivir del robo y de la violencia.

Thomas More escribía sobre lo que estaba sucediendo entonces lo siguiente:

“…la atmósfera se muestra taciturna, las gentes están inquietas y crispadas en razón del deseo de mantener sus derechos adquiridos. Los universitarios se empecinan, perdiendo el tiempo miserablemente, en discutir sobre detalles nimios y que no tienen ninguna utilidad. Algunos burgueses siguen reclamando con vehemencia que se ahorque a los holgazanes, vagos y maleantes. Otros predican la vuelta a las tradiciones e incluso, algunos que se creen los más sabios, optan por ocultar su desesperación en el cinismo.
No quieren saber nada acerca del “qué hacer” y el “adónde ir” y prefieren mantenerse eternamente en la duda: o bien transigir ante el monarca o el príncipe, cortejándoles lo suficiente como para que ello les permita llegar a ser su consejero, o bien rechazar cualquier compromiso con la defensa del sistema y preguntarse si, finalmente, no será lo económico la causa de los males que padecemos y si, al final, no sería menos cierto que es el hombre, suficientemente animado por el deseo y la razón, quien podría emprender, por sí solo, la reconstrucción del mundo…”.

Poco más o menos, éste era el mundo y el dilema que se encontraban viviendo tanto More y Erasmus como Machiavelli. Así lo sentía profundamente Thomas More cuando, en 1516, terminó de escribir su obra literaria que lleva por título “Utopía”. Lo que para el que fuera canciller de Enrique VIII de Inglaterra resultaba una crisis sin precedentes, sería algo que, sin embargo, a pesar de los siglos transcurridos, se convertiría en un episodio que se repetiría a lo largo de la historia y que ahora nos resulta tan familiar y conocido, cuando también nos encontramos al final de una era. La crisis que padecieron los coetáneos de Thomas More fue también una situación muy parecida a la grave crisis económico-financiera que nos encontramos sufriendo, hoy en día, cuando entramos en el último cuatrimestre del año 2010.

La coyuntura actual tiene numerosos parecidos con la que conoció Thomas More, a finales del siglo XV. El letrado inglés también vivió un mundo en crisis, sujeto a profundas transformaciones y sin embargo, fue un modelo de cómo huir del fatalismo y del determinismo histórico, poniendo toda su esperanza en la urgente necesidad de alcanzar un nuevo humanismo en base a la voluntad y a la razón. La Universidad, la de hoy como la de ayer, vivía anclada en sus compartimentos estanco llenos de retórica. Vivía inmersa en sus clásicos, en sus asignaturas y en sus disciplinas. Sin embargo, para More, en la vida apenas existían las asignaturas. Lo que había eran problemas y muy grandes y complejos, por cierto.

 

Tomas Moro y los rentistas del sistema (y III)

La Academia siempre ha sido bastante más conservadora de lo que aparenta ser. Sobre todo en tiempos de crisis profunda, cuando los cambios de modelo se revelan como la única salida a crisis, es cuando la Academia se vuelve mucho más reaccionaria y retrograda. Ensimismada y cobarde, se encierra en su propio mundo que lentamente se ha ido transformando en un fin en si mismo, convirtiéndose así en un freno para el obligado cambio de modelo económico.

De este modo, al final del ciclo económico, cuando, ante una nueva era que se abre, más se necesitaría la innovación, la Academia enmudece y se vuelve defensora del ‘status-quo’ y de los privilegios de unos pocos, frente a la desazón y el sufrimiento de la mayoría de la gente que pide desesperada un cambio de paradigma porque sufren en sus carnes que el viejo paradigma económico ya no funciona. La Academia se transformado en otro rentista más del sistema.

Por ello, no es de extrañar el que la Universidad no supo, no ha sabido —y esperemos que logre saberlo algún día— qué hacer con la ‘Utopía’. ¿Se trata de un libro de filosofía?, ¿Por el contrario, no será más que un libro de sociología o de política?. ¿O quizás se trate de un clásico pre-marxista?. Sean cuales sean las opiniones que se tengan sobre el libro, sea cual sea el estereotipo que se le haya asignado, el hecho cierto es que para algunos académicos, devoradores de hemerotecas y de sus polvos, la obra no consiste más que en una simple sátira de los finales del siglo XV o principios del XVI, una obra audaz, simpática pero, en cierto modo, también molesta pues cuestionaba el orden imperante como injusto y carente de sentido.

Thomas More —también conocido como Tomás Moro— cuando describe y narra la ‘Utopía’ crea un escenario fundamentalmente riguroso, un escenario en el que More llega a formular un postulado plausible y digno de alabanza dentro del cual se desarrollan y discuten, por contraste, todas las demás implicaciones. Para él, el aumento de los crímenes y de la violencia sólo podía explicarse por el aumento de la pobreza y las desigualdades sociales: “¿Y si la causa o razón fundamental de los males que nos aquejan residiera en la forma como manejamos la economía?” —se preguntaba. Es obvio y, en consecuencia, es también lógico y razonable pensar que este postulado podría parecernos, hoy en día, como bastante cierto y banal; pero, sin embargo, en aquellos tiempos supuso una idea-fuerza revolucionaria.

No deberíamos olvidar que cuestionaba la creencia de que el mal y su existencia era algo intrínseco al hombre. Con la ‘Utopía’ ponía punto final a los diez siglos de Edad Media. Cuestionaba a la monarquía y a la propia nobleza. Cuestionaba a los banqueros, a los abogados, a los frailes e, incluso, a los intelectuales que, hoy como ayer, mayoritariamente se distinguían por defender al poder, para mantener vigente el ‘status-quo’ del momento. De esta manera, frente a la mediocridad de sus pensamientos y la escasez de aportaciones intelectuales, gracias al arte de la adulación que tan bien practicaban, es como se ganaban la notoriedad y los privilegios que detentaban, en su sentido más literal.

Nuestro modelo económico actual tiene grandes visos de encontrarse muy agotado y sin remedio, si lo que pretende es continuar con el mismo modelo. Los avisos que nos llegan sobre la situación económica son muy alarmantes. Aunque los dirigentes políticos no hacen más que mentir y engañar a los ciudadanos con proclamas sobre la superación de la crisis para volver a caer a los pocos días, ya no hay tiempo, ni lugar para la esquiva y el disimulo. ¡Es todo tan evidente!

Además, el progresivo endeudamiento de los estados nos hace temer lo peor, pues cada vez son mayores los riegos de caer en una profunda depresión económica. A su vez, los datos y noticias que nos llegan sobre el agotamiento del petróleo también son muy alarmantes. Se nos aproxima la amenaza de una fuerte crisis energética, a corto plazo, motivada como consecuencia de la proximidad del ‘Peak Oil’ o pico máximo de producción de petróleo.

La conjunción del ambos factores —persistencia de la crisis hasta el replanteamiento del modelo socioeconómico actual y crisis energética— podría conducirnos a un nuevo escenario donde las consecuencias serías nefastas para aquellos países que no se preparen y adapten anticipadamente al nuevo paradigma económico emergente que necesariamente se ha de apoyar en un modelo energético sostenible. Así pues, la transición al nuevo modelo energético se convierte en uno de los principales revolucionarios cambios a llevar a cabo.

En otras palabras, mientras no nos cuestionemos —de manera parecida a como lo hizo Thomas More— que sólo a partir de una fuerte apuesta por la transición hacia una economía sostenible, donde no haya lugar para la especulación y el apalancamiento financiero, donde la generación eléctrica en base a las energías renovables sea mayoritaria dentro del ‘mix’ de energía, donde la productividad de los recursos y el ahorro y la eficiencia contribuyan a incrementar sustancialmente los niveles de uso de la economía circular, etc., es como podremos salir de la grave crisis en la que estamos inmersos.

Presumiblemente y para nuestra desgracia, todavía estamos muy lejos de iniciar los primeros pasos para salir de la crisis. Nuestros dirigentes políticos, sociales y económicos —incluida la Academia— están muy lejos de cuestionarse el actual modelo económico basado en la insostenibilidad del sistema. Así pues, durante muchos años, más de los que nos pensamos y soportando el colosal impacto del ‘Peak Oil’ que se producirá en una fecha relativamente próxima, continuaremos con la depresión económica. Al salir de ella, sería bueno que levantáramos un monumento de recuerdo a las graves consecuencias que tiene la inconmensurable estupidez humana. Sería un recuerdo para no olvidarlo nunca más.