La caída del neoliberalismo (II)

Juanjo Gabina

La globalización que hemos ido experimentando también podría analizarse desde diferentes enfoques. Es cierto que no es lo mismo hacerlo en relación exclusivamente con las transaciones de bienes y servicios que hacerlo desde un enfoque meramente financiero. Pero aunque hagamos el análisis desde cualquiera de los enfoques siempre nos encontraremos que la globalización conlleva diferentes categorias de desigualdades.

La globalización financiera comporta un aumento de las desigualdades estructurales e implica, a su vez, el establecimiento de un nuevo reparto entre salarios y beneficios. En el mejor de los casos, la movilidad de capitales permite que éstos puedan aflorar allá donde la mano de obra sea más barata. En el peor, se puede dedicar a la especulación y a trastornar la economía real y productiva.

Por otro lado, la globalización de los mercados financieros ha permitido que aumenten los niveles de competencia entre aquellos países que se caracterizan por tener unos niveles bajos tanto de salarios como de protección social. Francia inventó la jornada de las 35 horas semanales pero cuando, con la bendición de la OMC, los chinos inventaron la jornada de las casi 90 horas semanales, han tenido recientemente que echar marcha atrás.

Es muy difícil competir con países que trabajan tantas horas a la semana y cobran menos de 100 € al mes. El dumping social no es algo que actualmente se critique. Por ello, no es de extrañar que el flujo de las inversiones productivas que van de los paises ricos a los países pobres sea un estereotipo muy extendido. Muchos consultings multinacionales acostumbran a dibujar el peor de los múltiples escenarios que se les pueden presentar a los países desarrollados.

El peor escenario suele coincidir con unas visiones de futuro donde, en medio de la crisis, casi todas las inversiones productivas del país se trasladan a China, Europa del Este y la India. Este cinismo resulta asombroso cuando, precisamente, comprobamos que estos mismos consulting multinacionales son los que asesoran a los gobiernos y empresas de países emergentes. Con tanto enfoque cortoplacista e interesado esta visto que la solución a la ecuación del desempleo es y seguirá siendo irresoluble.

El vector del crecimiento sigue siendo el consumismo exacerbado. Se siguen aplicando las mismas reglas de juego obsoletas del pasado y, así, difícilmente daremos con la salida a la depresión económica que nos aguarda. El agotamiento de los recursos limitados —en especial, el petróleo— profundizarán, sin duda, la caída del actual modelo macroeconómico. Por ello, necesitamos cuanto antes un nuevo marco. Desgraciadamente, en vez de replantear nuestro actual modelo macroeconómico y crear otro nuevo basado en los principios de la sostenibilidad, todavía quedan políticos y empresarios que sueñan con que la solución al paro pasaría por un ajuste de los salarios de sus trabajadores hasta alcanzar el nivel del de los chinos.

Hoy en día constatamos que neoliberalismo ha traído consecuencias nefastas sobre la distribución de la renta. De hecho, parte del PIB correspondiente a los salarios, durante años, ha estado bajando en muchos países desarrollados. Si el PIB fue subiendo, lo hizo a costa de un crecimiento insostenible de las desigualdades entre las rentas salariales y las rentas de capital. Con el neoliberalismo en pleno vigor, los Estados quedaron atados de pies y manos. El nuevo Leviatán se ocupaba de desconectar el mecanismo de control social de la economía que garantiza el funcionamiento mismo de la democracia.

La modificación de este importante elemento ideológico también ha ido propiciando una nueva distribución de la riqueza en los diferentes países haciendo que los ricos fueran más ricos y los pobres fueran más pobres. Incluso, las clase medias se han ido empobreciendo. La respuesta política fue la de reducir los impuestos que graban los ingresos financieros y los beneficios de las empresas y recargar los impuestos debidos a las rentas de trabajo. Los ganadores de la globalización, obviamente, han sido exonerados de muchas cargas, a la hora de soportar los presupuestos públicos.

En cierta medida, al nuevo Leviatán le interesaban todos aquellos desplazamientos políticos que erosionaban la democracia y que permitían una concentración del poder en manos de unos privilegiados que detentan el capital, a nivel mundial. Nos habíamos olvidado que la democracia, precisamente, se inventó para luchar contra los privilegios de unos pocos y así es como llegó el apalancamiento financiero que nos metió en una crisis sin precedentes. Una crisis de la que nuestros dirigentes políticos y sociales, mientras sigan haciendo más de lo mismo, no nos van a sacar nunca. (Continuará)

Publicado por Nabarralde-k argitaratua