El “último” Rey de Nabarra

Algunas corrientes de opinión e incluso algunos políticos tienen la mala costumbre de decir que Nabarra perdió su soberanía de modo definitivo tras la conocida como Guerra de Navarra (1512-1529). Pues bien, yo les digo a ustedes que esa gente se equivoca. La independencia de Nabarra acabó en 1620, cuando la que muchos llaman Baja Navarra fue finalmente incorporada -como de costumbre, por la fuerza- a Francia.

Diez años antes, el que a la sazón era, además de Enrique IV de Francia, Enrique III de Navarra, fue asesinado por un fanático cuando contaba 57 años. Triste final para un hombre conocido por firmar el Edicto de Nantes, que supuso la libertad de culto en Francia en una época en la que confesar un credo diferente al defendido por los hombres fuertes que regían la cosa pública suponía prácticamente exponerse a una sentencia de muerte. Les recomiendo, a este respecto, que visionen la película la Reina Margot, filme muy ilustrativo de las salvajadas que se cometieron en nombre de una determinada creencia y cuya memoria hacen tan flaco favor hacen a la religión contemporánea.

Sea como fuere, Enrique III de Navarra era hugonote y aceptó abrazar la fe católica para ser proclamado rey de los franceses y, por tanto, convertirse en Enrique IV de Francia. El viejo adagio París bien vale una misa viene precisamente de ese avatar histórico. Podríase decir que su intercesión a favor de la tolerancia supuso un hito en lo que se conoce como ecumenismo o diálogo interreligioso.

Pero ya se encargó un indeseable en segar su vida en 1594. Fracasó, sin embargo, en el intento, cosa que no hizo François Ravaillac, un fanático católico, en 1610. Hay quien dice que no fue sino un asesino a sueldo pagado por España o quién sabe si por el Vaticano. Lo que sí está muy claro es que los planes de Enrique iban directos a la recuperación de los territorios que habían pertenecido a Nabarra desde tiempos inmemoriales y que perdieron su libertad en 1512. Desde mi parco conocimiento de la historia me pregunto si no será verdad que británicos y germanos -por nombrar a dos estados- sabrían algo de ello y que, a pesar de ello, no quisieron interceder a favor de uno de los Estados más antiguos de Europa. Al fin y al cabo, dejar sola a Nabarra o casi sola (que viene a ser lo mismo) es ya un clásico en la historiografía de aquel estado – nación.

La cuestión es que, muerto el Rey, su tumba fue profanada en tiempos de la Revolución Francesa. Un sans-culotte separó la cabeza de su tronco y ahí comenzó el periplo de una testa que no encontró la paz sino hasta hace unos días. Hallada en el domicilio de un coleccionista jubilado, los científicos han llegado a la conclusión de que perteneció al malogrado monarca.

Hace unos días, vi reflejada la noticia en un informativo de ámbito vasco y me horrorizó escuchar al presentador decir que habían encontrado la cabeza del Rey de Francia. Sea por mala fe o por mera ignorancia, obviar que sobre el mismo hombro recayó también la corona de Nabarra no contribuye a regenerar nuestra memoria histórica. Al parecer, en Francia el hallazgo de la cabeza sí gozó de una gran cobertura, pero también allí se encargaron de falsear la realidad al ocultar su faceta de Rey de Nabarra.

Para más “inri”, ni siquiera enterrarán la cabeza en tierras nabarras. Y que conste que nadie pide que traigan el codiciado cráneo a Pamplona. Basta con que lo devuelvan a la ciudad que vio nacer a éste nuestro gran prócer, la ciudad de Pau, cuyo equipo de baloncesto (Pau Orthez) acostumbra – de cuando en cuando – a medirse con nuestro querido Baskonia. Qué realidad más apasionante la de nuestro pueblo – nación: un auténtico derby nabarro… y los compañeros de la prensa deportiva sin enterarse…

 

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