La insumisión en Navarra: Una constante histórica

El fenómeno de la insumisión protagonizado por los jóvenes vascos en los 80 no fue algo nuevo entre las gentes de la Alta Navarra. Tras la conquista castellano-aragonesa tenemos ya noticias de insumisas, insumisos y desertores, una constante durante estos últimos 500 años.

Insumisas a la Conquista.

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Sí, también ha habido insumisas navarras, y muchas. Y también sufrieron la represión por su resistencia silenciosa a una cultura extraña, manteniéndose fieles a sus formas de vida ancestrales, auténtica actitud de resistencia a un proceso de aculturización que ha llegado hasta nuestros días. Detrás de los procesos contra las “brujas”, puestos en marcha en el mismo siglo XVI en suelo conquistado, no había sino personas con nombres y apellidos que se negaban a aceptar el nuevo “orden” impuesto.Con el licenciado y miembro del Consejo Real español Pedro de Balanza se instauraron los procesos contra habitantes autóctonos bajo la acusación de brujería, procesos prácticamente idénticos a los impuestos por cuestiones de rebeldía. Pamplona, Otsagabia, Roncal y Salazar fueron los puntos principales en los que se desarrollaron.Tenemos constancia de expoliaciones como las realizadas a Pichiri Adot, Martín de Esandi e Iñigo Adot y, entre las llamadas brujas citadas, figuran expresamente Juana Botín, Joana Bereterra y Graciana Iribarren, que fueron llevadas a Pamplona por el ujier Johan de Ilzarbe. De Joana Garro, Oxa Gaspe, Graciana Laina y Aluzia Roncalesa, se señala la necesidad de comprarles zapatos, para poder llegar a Pamplona. De Domingo de Ezconoz, la mujer de Adagorri y Gracia Metida, vecina de Ezkaroz, sabemos que escaparon de la prisión en marzo de 1525.[1]El no de los jóvenes navarros a la Armada española se manifestó ya con las primeras levas obligatorias que el ejército español impuso tras la conquista del viejo reino. La Diputación Navarra se cuidó mucho de librar a sus jóvenes de esos reclutamientos hasta que las derrotas carlistas convirtieron por ley a Navarra y el resto de territorios vascos al sur de los Pirineos en provincias españolas. En la década de los 80 y 90 los jóvenes insumisos vascos, de modo especial los navarros, destacaron por ser el colectivo más numeroso de Europa en decir no a su alistamiento forzoso, en este caso a los Ejércitos español y francés.

 

Los navarros del Norte.

También al norte de los Pirineos, en este caso en tiempos de la Revolución francesa, el reclutamiento de voluntarios fue un completo fracaso en tierras vascas. Los oficiales municipales de los distintos pueblos tuvieron que confesar su impotencia frente a ese rechazo generalizado, como en el caso de Heleta (Hélette), donde “ni uno sólo” quiso escucharlos, lo cual fue “motivo de gran humillación”. En Sarrikotapea (Charritte-de-Bas) el número de desertores aumentó tanto que el alcalde recibió desde Maule (Mauléon) la orden “de arrestar a los desertores de nuestro municipio”.Los archivos de Donapaleu (Saint-Palais) conservan las actas de 22 municipios de su distrito concernientes a la campaña de reclutamiento de 1793, donde la falta de voluntarios era suplida con el reclutamiento forzoso, en muchas ocasiones incapaz de llevarse a cabo ante las deserciones generalizadas. Tres años mas tarde, en el alto Zuberoa, consiguieron desarticular una red de deserción, y en diciembre de 1789 se enviaron soldados de la guardia nacional al cantón de Domintxane (Domezain) en busca de rebeldes de la armada. Las mismas reticencias encontrarán las autoridades durante las campaña de 1807 y 1808, que reprochan a menudo a los alcaldes de las localidades afectadas su pasividad. [2]     En las poblaciones fronterizas, como Sara e Itxasou, el rechazo al reclutamiento se materializó una vez más en la deserción y la huída al otro lado de los Pirineos. La falta de ilusión manifiesta de la población vasca fue interpretada por las autoridades francesas como desafección al proceso revolucionario.

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La receta supuso la más dura represión contra sus gentes, ordenando la detención masiva de la población de seis localidades diferentes, para posteriormente desterrarlas a cinco departamentos del suroeste francés, algunas de ellas incluso a la región de Lot-Et-Garonne. La lista de 211 personas desterradas de Itsaso nos da un alcance de la tragedia vivida por los habitantes de las poblaciones afectadas[3]. En la práctica, esas medidas de internamiento y expulsión se extendieron, además de las seis localidades ya mencionadas, a Luhuso (Louhossoa), Lekorre (Mendionde), Makea (Macaya), Larresoro (Larressore), Biriatu (Biriatou) y Kanbo (Cambo). Sus habitantes fueron detenidos y reagrupados en las iglesias, para posteriormente ser obligados a encaminarse hacia Baiona, a Capbreton, a Saint-Vicent-de-Tyrosse o a Ondes, en la más dura indigencia.Cuando en octubre de 1794 se decidió el regreso de los deportados a sus localidades de origen, los vecinos de Sara dejaron testimonio de las duras condiciones que tuvieron que padecer, viéndose obligadas incluso a ejercer la prostitución para poder sobrevivir. Las estadísticas de evasión del reclutamiento a principio de siglo nos dan una idea del grado de adhesión a esas otras naciones, la francesa y la española. Respecto a la primera, los distintos pueblos bajo su administración, en especial el corso y el vasco consideraban que el servicio militar obligatorio era una desagradable imposición en vez de un deber nacional como ciudadano francés.
En las provincias vascas al norte del Pirineo el número de desertores e insumisos se mantendrá durante el siglo XIX como el más elevado del estado francés, extendiéndose hasta los años de la primera guerra mundial. Los propios informes de las autoridades reconocen en 1914 que, sobre todo en las zonas rurales, “todavía no se ha interiorizado la noción de la patria francesa”. Si en 1918 el Comisario Gubernamental de Fronteras contabilizó 1.086 desertores y 16.889 insumisos en el departamento de los Bajos Pirineos, ya anteriormente, en 1916, un informe de la Gendarmería aportó los siguientes datos sobre la Baja Navarra:

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En Donapaleu, no sabemos cuántos fueron movilizados, pero sí que hubo 8 desertores y 782 insumisos; en Iholdi también desconocemos los que acudieron a filas, siendo 42 los desertores y 1.035 insumisos; en Baigorri fueron alistados 594, frente a los 45 desertores y 1.302 insumisos; en Garazi, 1.310 jóvenes fueron llevados al frente, mientras que 49 desertaron y 1.310 fueron insumisos.[4]
Esa primera gran guerra acabó por unir a las mujeres y hombres que vivían bajo el Estado francés contra el enemigo común alemán. Los miles de vascos que fueron arrastrados a salvar esa patria extraña (de la que desconocían incluso su idioma) y, en especial, los cerca de 6.000 muertos en el frente, pasarán a formar parte de las páginas de la historia francesa. El entorno social y familiar de todos esos antiguos combatientes irán ya adquiriendo un sentimiento patriótico francés, potenciado conscientemente desde las autoridades con la construcción del símbolo de los “muertos por la patria”, a quienes se consagrarán monumentos en todos los pueblos de la geografía vasca.

 

¡Abajo las Quintas!

Al sur de los Pirineos, las dos guerras carlistas (1833-1839; 1872-1876) supusieron un momento clave en el proceso de construcción del Estado-nación moderno español. Las leyes promulgadas tras cada una de las dos contienda militares fueron los instrumentos de ese Estado liberal para institucionalizar la nueva ciudadanía impuesta a vascas y vascos: se desmantelaron las aduanas vascas trasladándolas a la costa y al Pirineo, y se destruyó prácticamente todo el entramado político y administrativo de esas cuatro provincias vascas, en adelante “españolas” según la legalidad impuesta a sus habitantes. Las instituciones navarras nunca habían aceptado para sus jóvenes, salvo raras excepciones, el modo de reclutamiento forzoso conocido como las quintas, hasta que la Diputación  las aceptó tal y como lo requería la ley de 1841 impuesta tras la derrota carlista. A los navarros, que veían cómo las provincias hermanas más occidentales se mantenían sin aceptarlas, les costó bastante más aceptarlo. En los años siguientes se repitieron los bandos del Jefe Político (más tarde Gobernador Civil) contra “el escandaloso número de desertores”, pero las mayores amenazas no van a ser contra los desertores, sino contra los alcaldes y las justicias de los pueblos que les ocultan y protegen. Los militares españoles se mostraban indignados, no sólo por la influencia que podía tener en “la buena moral de los soldados de la patria sino porque conviene desarraigar de los pueblos la aversión que todavía muestran al servicio de las armas”. La sublevación de los mozos pamploneses dejó sin efecto, entre otras, la quinta de 1843. En la década de los 60 dobló e incluso triplicó la media estatal española de sustituidos y redimidos, a costa de un esfuerzo económico ingente para los bienes de las familias y pueblos afectados. En el trienio 1869-1871 llegó a liberar prácticamente a todos los quintos, siendo además donde más caros se pagaban los sustitutos, más de 1.500 pesetas, cuando la media oscilaba entre 500 y 1.000.[5] La segunda derrota carlista instaurará definitivamente ese sistema en las cuatro provincias sureñas en la década de los setenta.En la próxima Ezkaba daremos voz a jóvenes del barrio que dijeron no a la “mili”. En una tercera entrega relataremos un pequeño episodio protagonizado también por jóvenes insumisos del barrio: la marcha a Bruselas, una auténtica aventura al más puro estilo de rebeldes, aventureros y contrabandistas.

Testua: Patxi Abasolo LopezIrudiak: Zaldi Eroa eta Euskal Herriko Kartelak


[1] Esarte, Navarra, 1512-1530, Pamiela, 2001.[2] Goyhenetche, Historia General del P. Vasco, 2005.[3] Goyhenetche, Lapurdi Historian,1987.[4] Esparza, Abajo las Quintas!, 1994.[5] Esparza, Abajo las Quintas!, 1994.

 

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