Amaiur

 


Hoy, algunos, rememoramos a nuestros muertos, a nuestros caídos. Y no me refiero precisamente a los caídos o represaliados en la Guerra Civil Española. Un «puñado» de 200 valientes defendieron la fortaleza de Amaiur en 1522. Se enfrentaban al que, según el experto Iñaki Sagredo, era el ejército más poderoso y mejor pertrechado de toda Europa en aquel momento. Eran las mesnadas de Carlos I de España y V de Alemania (unos 10.000 guerreros) las que aquellos días trataban de recuperar el terreno ganado por aquellos nabarros que no luchaban ni por dinero, ni por honor, ni por privilegios señoriales, sino por su libertad, como diría William Braveheart Wallace.

Quizá algún día algún valiente productor tenga los arrestos suficientes como para poner en marcha un proyecto cinematográfico que recupere para el Séptimo Arte lo que sucedió aquellos días de gloria. De hecho, es una historia que, a mi juicio, merece la pena ser contada, como capítulo renombrado dentro de la contienda que ya en aquella época coincidió en denominarse la Guerra de Navarra.

Mientras tanto, seguiremos relatándola más allá de los grandes emporios de la comunicación; más allá de los editorialistas a sueldo del conquistador; más allá de las pretensiones del Gobierno de la Nabarra Reducida, que anuncia a bombo platillo que celebrará la pertenencia de Nabarra a España. Porque han consentido en aceptar (¡sin sonrojarse!) que es posible ser nabarro y español o francés, como si fuera posible ser irlandés y ser inglés, o ser holandés y alemán.

No hubo voluntaria incorporación a Castilla. Si así hubiera sucedido, no se habría derramado tanta sangre. Por eso muchos defendemos que la memoria histórica se queda corta, demasiado corta si nos remontamos exclusivamente a 1936. Los sublevados del 18 de julio, incluyendo a Francisco Franco, conforman uno de los últimos eslabones de una larga cadena que comienza en los albores del segundo milenio, a mediados del siglo XI de nuestra era. Casi un milenio de genocidio, expolio, linguicidio, torturas, incumplimiento de pactos internacionales y otras fechorías por las que nadie ha pedido perdón. Crímenes de lesa humanidad que no prescriben pero que, a tenor de la nula atención que suscitan en nuestros líderes políticos, no merecen ser recordados. Quizá por lo inquietante de los mismos. De hecho, la capacidad que aquellos hechos tienen de cuestionar el actual status de división territorial de los despojos de nuestro Estado hace que, a juicio de muchos, hayan de relegarse al olvido.

Podemos y debemos perdonar, pero nunca olvidar. Tener enemigos no implica odiar, pero sí luchar por lo que en justicia nos corresponde. ¡Salud, camaradas de Amaiur!

 

http://raularkaia.wordpress.com/2011/03/13/amaiur-de-nuevo/