Un gran servidor del Estado

Fue uno de los mayores colaboradores de la dictadura franquista, dedicando grandes esfuerzos a asegurar la permanencia y continuidad de sus principios y de sus hombres mediante los mínimos retoques formales que culminaron con la Ley Orgánica del Estado que ya en 1966 aseguró la monarquía que había de heredarla. Corresponsable político en la creación del Tribunal de Orden Público (TOP) que nos envió a la cárcel a miles de antifranquistas, y en fusilamientos como el del caballerete Grimau y el garrote vil de Francisco Granado y Joaquín Delgado, además fue actor falaz y tragicómico con las bombas de hidrógeno en Palomares; responsable del exilio del abad de Montserrat por criticar al régimen, y de la detención del dirigente de CCOO Marcelino Camacho así como del secuestro de varios medios de comunicación. Ministro de la Gobernación cuando ocurrieron los crímenes de Vitoria y Montejurra, y la muerte de Enrique Ruano en comisaría (al que además acusó de haberse suicidado), y de la organización del Proceso de Burgos, entre otros méritos. Por si faltara algo, en sus tiempos los escuadrones de la muerte tuvieron su mayor apogeo, y también las denuncias por torturas en comisaría (informes de Amnistía Internacional).

A pesar de todo, lejos de ser enjuiciado por alguna de sus muchas y gravísimas responsabilidades políticas, fue galardonado con los mayores honores del Estado español: Gran Cruz de Carlos III, de San Raimundo de Peñafort, del Mérito Civil, de Isabel la Católica, del Mérito Naval, del Mérito Militar, del Mérito Aeronáutico, de la Orden de Cisneros, de la Orden de Alfonso X el Sabio, del Mérito al Trabajo, del Mérito Agrícola, Medalla de Oro de Galicia, de la emigración y del Mérito turístico. Y también de la Santa Sede: Gran Cruz del Santo Sepulcro de Jerusalén y de la Orden de San Gregorio Magno. También, en Portugal, de la Gran Cruz de la Orden Militar de Cristo entre otras muchas de distintos países.

Nadie puede poner en duda su gran capacidad intelectual, toda al servicio de la dictadura, ni los muchos méritos que pueda tener para sus correligionarios del franquismo sociológico, que aún hoy parecen ser mayoría. Tampoco de su estilo fascistoide que tan bien quedó reflejado en frases como éstas: «Antes de legalizar la ikurriña tendrán que pasar por encima de mi cadáver» y sobre Catalunya: «Les invadimos en 1714, les volvimos a invadir en 1936, y tengo el mosquetón preparado para invadirles tantas veces como sea necesario», fórmula que debió aprender de su correligionario Espartero que también recibió en su tiempo los máximos honores del Estado y que decía que «a Barcelona hay que bombardearla al menos una vez cada 50 años».

Yo pude oír sus descaradas mentiras sobre los crímenes de Montejurra en Caracas, junto a muchos otros exiliados que lo abucheamos, y también no hace demasiados años pude ver cómo su escolta tuvo que apagar las luces del pueblo de Obanos para sacarlo a toda prisa cuando un grupo de carlistas fuimos a protestar por su presencia en Navarra.

El problema ya no es Franco ni Fraga sino su orden de valores, que es el que sigue vigente para muchos de sus seguidores y para los que tanto le han premiado y tan bien le valoran.

Ahora es a él a quien le tocará defenderse cara a cara ante Ricardo, Aniano, José Ángel y tantos otros, aunque ellos nunca se pondrán a su altura ni utilizaran sus métodos.

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