Las mentirijillas del señor Del Burgo

EL señor Jaime Ignacio del Burgo acaba de descolgarse con sus más recientes reflexiones públicas en torno a la conquista de Navarra. Estas ideas, basadas en medias verdades cuando no en abiertas falsedades, son ya un lugar común del pensamiento del exparlamentario del grupo canario por Navarra, y responden claramente a sus propias obsesiones personales: la perfidia secular de los vascongados, la maldad intrínseca del idioma batua, la no existencia del pueblo vasco (Euskal Herria) a lo largo de la historia, etcétera.

Sus diatribas están dirigidas de manera evidente a un consumo interno, es decir, a un público entregado y carente de espíritu crítico, de manera que no cuestione en absoluto los tópicos y lugares comunes de esa pseudo-historiografía navarrista de la que Del Burgo participa. Tienen por tanto un valor científico absolutamente irrelevante, ya que ignoran los avances historiográficos producidos en este tema, y se basan en una bibliografía mitificada, rancia, obsoleta y amortizada hace décadas. No obstante, creo que es necesario que en este año 2012 hagamos un esfuerzo por avanzar en el debate e intentar que estas imposturas queden en el lugar que les corresponde, y por lo tanto quisiera hacer las siguientes puntualizaciones.

1. Afirma Del Burgo que la legalidad de la época amparaba la conquista castellana de Navarra. Y como muestra de ello cita la potestad papal, como si toda la legalidad del siglo XVI se resumiera a la voluntad del Papa, cosa ciertamente pintoresca, teniendo en cuenta que la lista de estados que en aquella época fueron cuestionando ese hecho no paró de crecer. El señor Del Burgo, además, elude de manera sibilina citar las bulas papales que declaraban herejes a los reyes navarros, y que constituyen en sí la supuesta legalidad de la conquista. A estas alturas se ha debido enterar ya de que se promulgaron con posterioridad a la conquista, y que se produjeron por exigencia expresa de Fernando el Falsario, que quería dar una coartada legal para su invasión de Navarra. Es muy triste que un navarro del siglo XXI justifique de manera tan burda a los enemigos de la Navarra del XVI, en un momento tan crucial de su historia.

2. Sitúa don Jaime Ignacio la conquista en el contexto de la coalición anglo-española contra Francia, y afirma que se disponían a invadir la Guyena francesa, dejando caer que la conquista de Navarra no era un fin en sí mismo, y que fue tan solo parte de esa campaña. Y esto constituye otra impostura, puesto que lo cierto es que el proyecto de invasión de la Guyena, pactado con Inglaterra, fue una añagaza para invadir Navarra, cosa que Fernando tenía planeada hacía tiempo, como demuestra el hecho de que sus juristas estuvieran ya trabajando en la legitimación de dicha conquista (Orella, 2010). Muy al contrario, la verdad es que los ingleses se sintieron pronto engañados por Fernando el Falsario al ver que no pensaba invadir Guyena, y no quisieron participar en la conquista de Navarra. Por ello, tras amenazar veladamente a Fernando por sentirse manipulados, el ejército inglés que mandaba el marqués de Dorset terminaría por ser embarcado en naves castellanas y transportado, gentil y presurosamente, al puerto de Southampton, sin entrar en combate y, por supuesto, sin invadir Guyena, cosa que don Jaime Ignacio olvida decir.

3. También es falso afirmar, como hace Del Burgo, que los reyes navarros bascularan hacia Francia en perjuicio de España. Esta es otra mentira que, no por mucho repetirla, será nunca verdad. Juan y Catalina nunca tuvieron intención de atacar a Castilla, y tan solo se esforzaron en mantener su neutralidad. Es lo que ya hace muchos años Lacarra definiera como «política de balancín» (Lacarra 1972). El tratado franco-navarro de Blois, afortunado o no, contenía tan solo cláusulas defensivas (Lacarra 1972, Esarte 2001), y mostraba una simetría clara con la política que Navarra tenía hacia Castilla. Es más, el tratado de Blois, que supuestamente desató la conquista, fue firmado el 18 de julio de 1512, y difícilmente podía conocerlo Fernando para el día 21 de julio, fecha del inicio del ataque y momento para el que, lógicamente, los planes de la conquista estaban ya trazados, las tropas concentradas, las armas preparadas… pero claro, don Jaime Ignacio pone también mucho cuidado en no citar este hecho.

4. También nos hace trampa Del Burgo cuando afirma que las cortes de Navarra reconocieron en 1513 a Fernando el Católico (cfr. el Falsario) como rey de Navarra. ¿Qué legalidad podrían tener unas cortes convocadas por Fernando de Aragón? ¿Ignora acaso don Jaime Ignacio que esas cortes se produjeron con el reino militarmente ocupado y con guarniciones extranjeras en todas las localidades importantes, incluida Pamplona? ¿Desconoce que en ese momento la mayor parte del aparato político, administrativo y judicial navarro se encontraba en situación de huida? ¿Ignora que a esas cortes acudieron de manera casi exclusiva los beaumonteses traidores, con el conde de Lerín a la cabeza? Son demasiados despistes, don Jaime Ignacio. Juegue usted limpio, por favor.

5. Aprovecha además Del Burgo el episodio de Amaiur para lanzar una tiradita a otra de sus obsesiones personales, el euskara batua. Y lo hace diciendo que Maya-Mayer son los nombres verdaderos del castillo y de la localidad baztanesa, y que Amaiur es una invención del batua. Qué torpeza y qué desconocimiento. Entérese usted, don Jaime Ignacio, que Amaiur se cita con ese nombre en la documentación medieval del reino para el año 1192, es decir más de 700 años antes de que surgiera el euskara batua. Y que si hoy Maya se llama oficialmente Amaiur es porque así se decidió en la localidad baztanesa. Tenga usted más respeto. Tampoco respeta mucho el exparlamentario del grupo canario por Navarra a los navarros defensores del castillo de Amaiur, cuando se refiere a ellos como «nada heroicos». Y contradice en esto a los propios cronistas de la época, que elogian la defensa que 200 navarros hicieron ante un ejército muy superior. Los propios sitiadores de Amaiur, con el conde de Lerín y el virrey español a la cabeza, mostraron más respeto que usted, señor Del Burgo, por los navarros asediados, y elogiaron el valor de Jaime Bélaz de Medrano, su hijo Luis, los hermanos de San Francisco Javier y el resto de compañeros, que aguantaron durante varios días el bombardeo de 16 cañones sobre el diminuto castillo y rechazaron varios asaltos antes de caer.

6. Reserva también Del Burgo una andanada para los vascongados, a quienes acusa de ser responsables y ejecutores de la conquista. No entraré aquí a juzgar las razones de guipuzcoanos vizcaínos y alaveses para participar en aquella invasión, simplemente porque es evidente que, al atacar a Navarra, tan solo cumplían las órdenes impuestas desde Castilla. No deja de sorprender ese infantil recurso de Del Burgo por decirnos lo buena, justa y ventajosa fue la conquista de 1512, para luego subrayar la perfidia de los vascongados por participar en ella. Un argumento pueril, simple y bastante obtuso, a decir verdad.

7. Y para terminar, señor Del Burgo, se refiere usted a Ignacio de Loyola como «defensor de Pamplona ante los franceses». Sepa usted de una vez, si es que aún no se ha enterado, que Ignacio estaba en Pamplona como soldado de un ejército de ocupación, y que los franceses eran en realidad una coalición franco-navarra que intentaba recuperar el reino para sus verdaderos reyes. Sepa que Ignacio de Loyola mandó bombardear Pamplona desde su castillo, razón por la que la población civil de Iruñea intentó lincharlo tras su captura (Monteano 2010). Y sepa que el francés enemigo de Ignacio que se ocupó de protegerlo al caer herido, el gabacho encargado de custodiarlo y llevarlo luego hasta la casa familiar de Loyola se llamaba Esteban de Zuasti, caballero que moriría luego en el asedio de Hondarribia de 1521. ¿De dónde piensa usted que sería Esteban de Zuasti? ¿de París? ¿de Bordeaux? ¿de Toulouse acaso?

Termino. Señor Del Burgo, tiene usted que hacer un esfuerzo por tomarse este tema más en serio. Sus argumentos, a día de hoy, no alcanzan el nivel mínimo exigido para una tertulia familiar navideña ante los nietos, o para la sobremesa de una potxada de fiestas en verano, cuando el auditorio sestea distraído mientras hace la digestión. Y por favor, absténgase en lo sucesivo de tratarnos como si fuéramos tontos.

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