Lo que no dice Don Jaime Ignacio

El Príncipe de Viana cuando puso en su escudo el lema “ Utrimque roditur”:  roído en ambos lados, lo hizo pensando en Castilla y Aragón (hoy España) aunque otros lo quieran interpretar también simplificando como España y Francia, que para el caso es lo mismo, pues no acostumbra nadie a desear anexionarse con quien durante siglos le ataca y le roe.
Y no se puede poner en duda esa actitud castellana y aragonesa (española para algunos) de acabar con Navarra, pues está acreditada en los innumerables tratados y pactos firmados entre esos reinos para repartírsela (Tamara, Lérida, Tudilen, Calatayud, Berdejo, Cazola, Carrión, Almizra, Etc.).

Los –sucesos- que según Don J.I. “condujeron a la inserción de Navarra en la Corona Española” empezaron con el asalto de Goizueta por los castellanos el 10 de Julio, seguido por la traicionera invasión del 21 del mismo mes de 1512, pretendidamente fundamentada en un bulo sobre el Tratado de Blois firmado tres días antes en esa población francesa, y en unas –armas espirituales- inexistentes sobre el terreno en esas fechas. Bulas redactadas y modificadas por el entonces poco edificante Papado para satisfacer “a la carta” al falsario de Sos. La “Etsi hii qui Christiani” y la “Pastor ille Caelestis” publicadas en Roma aquel mismo 21 de Julio no se publican en España hasta el 22/23 de Agosto y que por no resultar del total agrado de Fernando, este exigió que se hiciera una tercera con el nombre de “Exigit contumacium” que es redactada el 18 de febrero del siguiente año, muchos meses después de la injustificable invasión. Todo un montaje diabólico en aquel siglo XVI cuando el correo entre Roma y Castilla podía tardar semanas. Por otra parte la condena de estas bulas se basaba en el pretendido soporte de nuestros reyes al –cismático- y a la vez  “cristianísimo” Luis XII de Francia que nunca fue excomulgado, y con el que el “católico” poco después no tuvo el mínimo reparo en firmar las Paces de Urtubia el 1 de abril de 1513, por las que renunciaba a sus posibles derechos en Foix a cambio de que el francés se olvidara de Nápoles y dejara de apoyar a los legítimos reyes de Navarra.

El 31 de Julio de 1512 Fernando publica un manifiesto en el que se identifica como temporal –depositario del reino-, pero a finales de agosto y ya con las -armas espirituales- en la mano se desdice y publica otro diciendo que se queda definitivamente con Navarra.

Tras sus dudas para anexarlo a Aragón, el 7 de julio de 1515 en Burgos, transfiere el Reino de Navarra a la Corona de Castilla, basándose en los poderes temporales del Papado, acción que es ejemplificada internacionalmente por Thomas Hobbes en 1651, desde el punto de vista religioso y jurídico político, como radicalmente injusta y nula.

Sí como asegura Don J.I., Fernando apoyó a los reyes de Navarra en su coronación, fue por su exclusivo interés político y para obligarlos a pactar en beneficio de Castilla contra Francia, (Tratado de Madrid de 1495) que como garantía de cumplimiento les obligaba a dejar como rehén en la Corte castellana durante cinco años a su hija Magdalena Albret, de solo un año de edad, que fue acompañada por su homónima de Jaso(Hermana de San Francisco) como dama de honor, y que tras la muerte de la primera, ingreso en el convento de las Clarisas de Gandía. Infanta que, habiendo transcurrido el plazo de forzado empeño sin ser devuelta a sus padres los reyes de Navarra, a pesar de las reiteradas suplicas y reclamaciones de su madre a la castellana Reina “católica”, murió de enfermedad (¿) secuestrada en la Corte de Medina del Campo, con el consiguiente escándalo internacional y protestas de los navarros.

Las Cortes de Navarra que proclamaron Rey a Fernando el de Sos el 23 de Marzo de 1513 , eran entonces una institución descaradamente amañada por castellanos y beamonteses y por tanto sectaria e ilegal, que además se celebraban en un País ocupado por ejércitos extranjeros, como lo era el de Castilla.

Continua Don Jaime Ignacio diciendo que los reyes de Navarra eran franceses, por su ascendencia, como si los godos, visigodos, o las familias de los Austria o los Borbones, tan respetadas por el, no hubieran sido extranjeras.

Sancho III extendió su dominio sobre prácticamente toda Euskal Herria, además de sobre otros territorios. Nadie puede desconocer la mayor o menor presencia o influencia del euskara en la toponimia de La Rioja y en el castellano que allí nació; tampoco las buenas y especiales relaciones familiares y de amistad que tuvo Don Sancho III con el Duque Sancho Guillermo de Gascuña al que tras su muerte algunos documentos presentan como su sucesor, hasta que es proclamado oficialmente Eudes. La monarquía del Reino de Pamplona/Navarra mantuvo buenas relaciones con sus paisanos los vascones de allende los pirineos, del mismo modo que emparentó con los Banu Qasi de la Ribera conviviendo familiarmente con ellos durante muchos años.

Ya va quedando clara también  la escasa y magnificada participación navarra, con Sancho VII,  en la batalla de Las Navas, junto a los castellanos que solo hacia una decena de años nos habían arrebatado violentamente y con malas artes Alava y Guipuzcoa, y que no tuvo otro “cordial” motivo que las amenazas y coacciones papales así como las necesidades geoestratégicas del momento, al no haber podido obtener nuestro Rey en su visita a Marruecos apoyo de sus amigos islamicos para poder pararle los pies a Castilla.

En cuanto a la resistencia ofrecida por los navarros frente a los tercios del Duque de Alba, que era la infantería mas experimentada, feroz y  temida de Europa, hay que recordar que Pamplona/Iruña tenía probablemente entonces menos de diez mil habitantes, defensas deterioradas y escasa artillería, frente a los mas de 14.000 hombres de un ejercito castellano bien pertrechado y con muchas piezas de grueso calibre, con las que amenazaron a los pamploneses con saquear su ciudad con  toda crueldad. Entregándose estos, haciendo de la necesidad virtud, ante la amenaza de ser declarados cismáticos, vertida por el licenciado Malasaña, nunca mejor definido que con su propio apellido.

Y aun así  hasta primeros de  septiembre resistió el castillo de Tudela, y al entregarse, detrás, ante la imposibilidad de defenderlos, se abandonaron los castillos menores, entre ellos el de Miranda de Arga con su alcaide Ladrón de Mauleón, tal como habían acordado en Murillo el Mariscal y sus lugartenientes, pero negándose los alcaides a jurar fidelidad al demonio “católico” “puesto que ni el Mariscal ni los suyos, podían entrar a su servicio sin faltar a su honor”. El castillo mayor de Estella resistió aun heroicamente hasta el 30 de Octubre.

Por eso decir que la ocupación del Reino se realizo sin ninguna resistencia a la invasión, no deja de ser una engañosa media verdad, pues lo primero que hay que considerar es que la información que tenía la ciudadanía Navarra sobre la presencia del Ejercito castellano era la que este había falsamente argumentado de marchar hacia la frontera  francesa para atacar a Luis XII, no siendo conscientes formalmente de sus infames intenciones hasta que no las descubrió abiertamente con sus hechos y ya no quedaba ninguna opción factible de resistencia.

Sobre la participación de milicias de las Vascongadas contra el Reino, no se pueden desconocer las levas por fuerza o de pago realizadas en aquellos territorios  por los castellanos y los jauntxos a su servicio, ni confundirlas con una movilización espontánea y popular de los naturales vascongados contra sus paisanos navarros.

Tachar como heroica la acción de Belate en la que la retaguardia del ejercito navarro en retirada (agotados  mercenarios lansquenetes alemanes tras la subida al puerto con los cañones) que huyo a la desbandada abandonando sus cañones ante el primer ataque, no deja de tener su gracia.

Iñigo de Loiola, entonces oficial  o  mercenario del ejército castellano, en mi opinión se encontraba en el castillo de Iruña como militar profesional y casualmente, como pudo haber estado destinado en cualquier otro escenario castellano de guerra en aquel momento. Pretender como hace Don J.I. que su presencia en Iruña la había decidido él con el fin de mantener Navarra sometida a Castilla, no parece ser sino parte de la patraña que se nos quiere hacer creer.

Sobre los miles de muertos en la batalla de Noain, dice Don Jaime Ignacio, como quitándole importancia, que en su mayoría habían sido reclutados en Francia, lo cual, aunque lo pretenda,  no niega la presencia de muchos navarros, ni la posibilidad de que algunos de los reclutados en lo que el llama Francia pudieran ser también navarros peninsulares o de ultrapuertos que lógicamente tuvieron que dirigirse allá, fuera de los territorios ocupados, para alistarse.

Pretender demostrar la inexistencia de Euskal Herria por la presencia de vizcaínos, guipuzcoanos y alaveses junto al duque de Alba, como hace Don J.I. es una falacia histórica, que ademas podría extrapolarse perfectamente para negar de igual modo la existencia de España por los innumerables levantamientos y guerras entre Aragón , Castilla, León, Catalunya o Portugal.

De lo que no cabe duda es de que la Dinastía legítima de Navarra, así reconocida por todos, incluidos los «católicos», fue expulsada por la fuerza de las armas y contra la voluntad de los navarros; y sus instituciones, derechos y cultura  retorcidas, falseadas y manipuladas desde Castilla, quedando solo la fachada formal de las mismas: del Estado Navarro y de sus Fueros, que  aun así fueron defendidos con uñas y dientes, y solo se acabaron de perder tras la derrota militar de la 1ª guerra carlista y la nueva imposición armada del Judas Espartero y su colega Maroto, que prometiendo mantener o recomendar mantener los fueros en Vergara, los vuelven a castrar sometiéndolos al -sin perjuicio de la unidad constitucional de la monarquía-, reduciendo el formal Reino Soberano a provincia del Estado centralista español, con el domesticado asentimiento de una Diputación colaboracionista, falseada y mantenida en el poder por las fuerzas militares mandadas desde Madrid. Traición de la que dejó clara constancia Lizarraga en la ultima carlistada, en el frustrado acto del 15 de Agosto de 1873 en el campo del Abrazo, en el que se intento quemar el acta del llamado Convenio de Vergara, que debía estar allí enterrada,  ante  los batallones carlistas Virgen  del Carmen, Triunfo y Doña Blanca.