Navarra, «reyno de traidores»

DIARIO DE LA CONQUISTA

 

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Entre los años 1512 y 1524 se fue produciendo, entre los navarros que habían apoyado inicialmente la conquista, lo que Floren Aoiz define como un «proceso de desacumulación de fuerzas», es decir, la desafección creciente de los invadidos respecto al invasor. Los que en principio se habían mostrado tibios pasaron a ser abiertamente críticos, y muchos de los más fervientes proespañoles tuvieron serias dudas y comenzaron a manifestar su descontento. De este hecho no escapó ni siquiera Luis de Beaumont, conde de Lerín, que hacia 1516 conspiraba abiertamente contra los patronos extranjeros de quienes cobraba. Esto dio alas a los legitimistas, que se mantenían firmes en sus planteamientos y constituían además una amplia mayoría de la sociedad navarra.

Este descontento creciente abarcaba a todas las capas de la sociedad, tanto a la nobleza como al clero alto y bajo, a los habitantes de las ciudades y al campesinado. La situación de estos últimos, en particular, había pasado por graves dificultades, especialmente por el devenir de los ejércitos, el robo de ganado, los incendios de campos, etc. No en vano, cuando no se habían cumplido aún dos años de la invasión, las cortes de Navarra se habían referido a ellos diciendo que «es lástima oír y ver la necesidad que el pobre campesino tiene».

Esta circunstancia fue inmediatamente detectada por la amplia red de espías que los ocupantes habían tejido, y los informes del virrey mostraban un panorama nada halagüeño, llegando a manifestar en un memorándum que Navarra era, literalmente, un «reyno de traidores». Y esta desconfianza se convertiría en endémica con el paso del tiempo. Así, todavía en 1521, el virrey escribía al Emperador diciendo que «no hay en todo el reyno un solo navarro de quien podamos fiarnos», y hablaba de Pamplona diciendo que si sus habitantes vieran al rey de Navarra volver a su tierra y hacerse «señor del campo», el reino estaría perdido para los ocupantes. Este tipo de recelos hizo ver muy pronto a los ocupantes que tan peligroso era para ellos la venida de un ejército legitimista desde Bearne o Baja Navarra como la actitud de los propios habitantes, que eran vistos como potenciales adversarios. Por ello, para desarmar y desmoralizar a este enemigo interno, el 3 de abril de 1516 se cursaron ya las primeras órdenes para destruir los antiguos castillos navarros, así como las torres de linaje y las murallas de sus ciudades y pueblos.

 

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