Gernika: mucho más que memoria

Setenta y cinco años desde la destrucción brutal e infame de Gernika. 75 años sin que los responsables de aquella atrocidad hayan reconocido su responsabilidad, en los que nadie ha sido juzgado por ninguno de los innumerables crímenes del fascismo.

Quizá algún despistado se pregunte si la lacónica petición de perdón del Borbón se refería a actos como este. A fin de cuentas, su padrino se hizo con el poder gracias a las masacres cometidas con el apoyo de los nazis alemanes y los fascistas italianos: sin las bombas arrojadas sobre Gernika y tantos otros lugares, Franco no habría logrado imponerse.

Gernika es uno de los nombres de la memoria que no han podido borrar. Como escribiera Kundera, la batalla de la memoria frente al olvido es la lucha del ser humano contra el poder. No ha sido fácil es a lucha, pues tras la Muerte llegó la Mentira, durante mucho tiempo dueña y señora, mientras las versiones oficiales se imponían a culatazo limpio. Un régimen tan repugnante, que acusó a las víctimas del bombardeo de dinamitar la villa y difundir una versión falsa para ensuciar la imagen del «Caudillo», no iba a aceptar que aflorara la basura escondida bajo la alfombra.

Todavía hoy día la derecha neofranquista, neoconservadora y neoliberal difunde falsedades y alienta dudas sobre unos hechos que son, para su vergüenza, símbolo ante el mundo de lo que han significado el fascismo y el españolismo para el pueblo vasco. Otros optan por el silencio o por discursos hipócritas que no establecerán ninguna responsabilidad más allá de los muertos y enterrados, que no pueden contar sus incómodas verdades.

Otra cosa sería tirar de todos los hilos con los que se tejió la Monarquía constitucional tras la que se adivina, todavía, el humo de Gernika, de tantas Gernikas. Esto permitiría afrontar un verdadero proceso de democratización, la transición realmente pendiente. Esto haría posible un ejercicio de ruptura con la dictadura, su filosofía política, su modelo de estado y sus lastres. Abriría el camino al reconocimiento de que existen naciones, como la nuestra, que tienen derecho a decidir libremente su futuro.

No sería fácil. Hay demasiados intereses comprometidos y un desafío como ese requeriría un liderazgo político en la parte española que hoy no se atisba. Sería preciso un esfuerzo de autocrítica y modificación de comportamientos para el que algunos no parecen estar preparados.

Y digo que no parecen porque el mundo cambia. Lo que ahora nos parece imposible puede ser realidad mañana. Es cuestión de empujar en la dirección adecuada. Incluso quien no quiere cambiar de opinión puede verse empujado a hacerlo. Y para ello, la batalla del relato histórico, sin ser ni la única ni la decisiva, es ciertamente importante.

Habrá quien piense que esto es solo memoria. ¿Solo? Si una persona incapaz de recordar sufre una grave enfermedad, mucho más terrible es que le ocurra a todo un pueblo. Por suerte, Euskal Herria recuerda, palpita, piensa, imagina y sueña con un mundo donde lo ocurrido hace 75 años en Gernika sea, sencillamente, impensable.

 

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