Hace ya años tropecé en una librería de Munich con “Giordano Bruno oder Der Spiegel des Unendlichen”, un excelente libro del autor Eugen Drewermann de 416 páginas editado por Kösel-Verlag. Me gustó tanto que, traducido al castellano para amigos y conocidos, lo ofrecí con poco éxito a editoriales de nuestra tierra. Más tarde, en 1995 y en versión de Claudio Gancho, lo publicó Herder: Giordano Bruno o El espejo del infinito. Eugen Drewermann es un autor prolífico, que llena las salas con sus conferencias. Fue profesor universitario avanzado y sugerente al que la Iglesia católica le cortó las alas. Hoy es un psicoterapeuta, empeñado en desangustiar a las gentes y llenar la vida de esperanza y optimismo. Eugen Drewermann, tras leer e indagar en Giordano Bruno, viste sus ropas, se traslada al 1600, vive su experiencia y la plasma a pluma y tinta en una semana en 300 folios.
La santa Inquisición quemó, por malvado y blasfemo, a aquel hombre osado de ciencia en la hoguera purificadora. Quien se acerca e indaga en la Inquisición, en su ideología y procedimientos, contempla aterrado la descomposición humana que entrañan y atesoran con frecuencia el llamado “hombre bueno y sencillo” y “la institución seria y santa”.
El libro finaliza con la frase que se dice pronunció Giordano Bruno al oír su sentencia de muerte y fuego: Maiori forsam cum timore sententiam in me fertis, quam ego accipiam, quizá vosotros, al dictar vuestra sentencia, sentís más miedo que yo al escucharla.
Desde hace días asisto horrorizado, sonrojado y apenado a comentarios, manifestaciones, escritos, reportajes y conversaciones de bajo fondo y cloaca humana al hablarse del preso político de ETA Josu Uribetxebarria Bolinaga, ingresado en el Hospital Donostia aquejado de un cáncer en fase terminal, detectado ya en el 2005 y que quizá, por no haber sido tratado adecuadamente, ha degenerado en muerte cercana.
Como digo, he escuchado a dirigentes políticos, institucionales y hombres de la calle. También he escuchado silencios. A Josu Uribetxebarria antes no le conocía, tampoco a muchos de los comentaristas.
Pues bien, también con este libro a punto de cerrarse, y luego de indagar imágenes y comentarios, me viene al recuerdo aquel viejo libro de Munich sobre Giordano: al final Josu, después de avatares vividos, me parece más humano y recio que toda la santa Inquisición que nos rodea con fuerte olor a cloaca, sangre y venganza animal, vistan estos ropajes clericales, de periodista, de hombre de acera y barro, institucionales o caminen erguidos por la vida con la escobilla de la justicia.