El emperador Carlos I en Navarra

Ilustración.

En octubre de 1523 los españoles que ocupaban Navarra creían finalmente pasado el terrible susto de la campaña legitimista de 1521-1522, que había traído consigo la reconquista total del reino a manos navarras. El trance se había solucionado en beneficio de los invasores con la batalla de Noáin (junio de 1521), la toma de Donibane Garazi (julio de 1521) y el asedio de Amaiur (julio de 1522), y en consecuencia parecía que las cosas comenzaban a pintar bien para sus intereses. Y eso que su felicidad tenía aún un feo borrón, situado sobre la villa guipuzcoana de Hondarribia. La ciudad había sido tomada por un ejército navarro-gascón en 1521, y permanecía aún en sus manos. Los navarros iban mandados por el hijo del mariscal Pedro de Navarra, y durante tres años, hasta la caída definitiva de la villa en 1524, la bandera de Navarra hondeó en lo más alto del castillo hondarribitarra para desesperación de los españoles. Todo un negro y espeso nubarrón en el cielo de aquel imperio donde el sol no debía ponerse.

Intentando dar al reino una apariencia de normalidad y estabilidad que estaba muy lejos de tener, se decidió organizar una visita a Navarra del flamante emperador Carlos de Gante, un príncipe alemán que casi no hablaba castellano y que pasaría a la historia con el rimbombante nombre de Carlos I de España y V de Alemania. El 12 de octubre de 1523 el emperador llegaba a Pamplona con una numerosísima comitiva, procedente de Estella y Puente la Reina. Se alojó en el palacio que la antigua familia pamplonesa de los Cruzat tenía en la calle Mayor de la capital, y se obligó a los vecinos de la Cuenca a acomodar y alimentar a las tropas españolas en sus casas, con la amenaza de fuertes multas a quien se negase. La ceremonia de coronación, celebrada en la catedral pamplonesa, se desarrolló con normalidad y con esa pomposidad de la que solo la monarquía española era capaz. Más de un miembro del cortejo, al ver colocar la corona imperial sobre la testa de Carlos de Gante respiraría aliviado, al recordar el susto acaecido el día anterior, cuando el emperador, que asistía a una cacería por los bosques de Puente la Reina, se extravió y permaneció perdido durante toda la noche. Uno de aquellos cortesanos recordaría después que llegaron a temer que hubiera sido atacado o secuestrado por los navarros, ya que «vencidos hacía poco, eran enemigos declarados por el amor que profesaban a su primitivo rey». Con lo que queda demostrado que, incluso en aquel lejano siglo XVI, había gente que era capaz de hablar claro y sin eufemismos…

http://www.noticiasdenavarra.com/2012/10/14/ocio-y-cultura/el-emperador-carlos-i-en-navarra