Bárcenas: ¿el detonante?

Mikel_Sorauren

A lo largo de la presente crisis se ha considerado la posibilidad de que el proceso pudiese desembocar en una situación de cambio irreversible en el marco del Estado español. Algunos acontecimientos daban la impresión de responder a un deterioro de las estructuras socio-económicas que abocaban por fuerza a la debacle del sistema. Cuestión difícil de determinar que  un hecho político -o económico- grave pueda ser la primera manifestación del derrumbe general del edificio en quiebra. Por lo demás, el proceso crítico trascurre a un ritmo  que no tiene por qué acomodarse  a la percepción personal de la crisis misma. La espera siempre resulta  engañosa, porque los acontecimientos, a pesar de esperados, responden a multitud de factores que se nos escapan. En cualquier caso no dejan de sorprendernos en el momento en el que aparecen ante nuestra perspectiva.

El caso Bárcenas pertenece a la clase de los que pueden convertirse  en punto decisivo para acelerar el proceso de la crisis, provocando en definitiva el temido desastre. De ser analizado con cierto distanciamiento, se podría concluir que no constituye un hecho de mayor gravedad, diferente de otros de los que tienen lugar regularmente en el seno de la clase política española. En definitiva una constante a lo largo de esta etapa histórica, transcurrida desde la desaparición de Franco. El sistema -políticos, periodistas y demás elementos de la élite- se declara conmocionado ante lo que se considera un hecho de manipulación de los resortes políticos -corrupción la llaman- que no deja de ser intrínseco a la cultura española.

No pretendo que la corrupción constituya una especificidad del carácter español, ni que esté ausente  de la actuación política en otras latitudes. Cuando insisto en la corrupción como rasgo cultural español, considero la discordancia existente entre los principios proclamados del sistema de valores de la cultura  española  que se reclama de los principios renovadores surgidos en la Edad contemporánea y los objetivos reales -auténticos- que impulsan a los dirigentes españoles en los ámbitos social, económico y político. Afirmo que existe un desajuste entre lo que es y lo que se pretende ser. Lo real es la pervivencia de los viejos valores tradicionales, basados en el privilegio de los poderosos y su utilidad personal, con independencia de que el individuo maneje bienes propios o de la colectividad. Tal vez por ello la inquietud se ha apoderado  en este momento de estos grupos dirigentes españoles, porque nunca han asumido que el Imperio español solamente es viable con la imposición autoritaria.

He dicho en otros escritos que el rasgo más destacado del poder en España es la forma en que este se ejerce. No afirmo que el poder sea percibido como patrimonio personal. Más bien quien lo detenta se considera a la manera del bandolero que es dueño efectivo del espacio, personas y bienes que domina, como una realidad fáctica. Quien tiene el poder lo ejerce, consciente de la fuerza de que dispone de hecho y de que otro cualquiera se lo puede arrebatar. El poder constituye por ello el instrumento con el que dominar bienes y situaciones; fundamental para garantizar el futuro o, simplemente, la supervivencia individual. No negaré la existencia de individuos, e incluso sectores sociales determinados que, por haber vivido siempre en las alturas, sienten el poder como parte intrínseca de su individualidad. El conjunto de este magma social en el que se mueve el español impone esta manera de existir y el modelo de actuación consiguiente. En definitiva esto es la corrupción; la percepción del individuo normal de que debe aprovechar las circunstancias favorables, a fin de conseguir unas ventajas, que, de dejarlas pasar, serán utilizadas por quien se encuentra a su lado; con el riesgo de que este último las vuelva en nuestra contra. Es cierto, no obstante, que para los más fuertes -que no perciben al resto de la colectividad como un riesgo y se sienten por encima de la gente normal- el acaparar recursos de toda índole constituye un objetivo vital en sí mismo. El resultado en ambos casos es el mismo; la utilización de instrumentos públicos para fines privados y la fractura social de hecho entre poderosos y débiles. Estos últimos no consideran, sino una doble alternativa; o la sumisión que puede hacer partícipe de las migajas del fuerte, o la resignación.

La presunta sorpresa  de que dan muestra los voceros políticos y de los medios, cuando se hacen públicos hechos como el de Bárcenas, quiere ocultar el sistema de valores real por el que se mueven élites sociales y siguen, mal que bien, las personas normales. La realidad cotidiana de quienes cuentan con poder, es la del permanente manejo de recursos comunitarios para fines privados, y lo cierto es que la sociedad conoce las particularidades de este manejo. Normalmente esta circunstancia no da lugar al escándalo, hasta que -no se sabe muy bien por qué razones- se oficializa lo que  es de conocimiento general. El decurso de esta etapa de la historia de España, iniciada con la desaparición de Franco, tiene como hitos de mayor relieve -mucho más que los eventos de fuerte simbolismo político- la salida a la luz pública de los casos de corrupción promovidos por  individuos y organizaciones  de mayor significado para el sistema vigente; el G.A.L., Filesa, Gurtel…

Hasta el presente no se había sentido la necesidad  de hacer frente a esta lacra. Era, a fin de cuentas, una realidad circunstancial, muy propia del ser humano. No había precisión de mal perder energías en resolver un problema marginal ¡lamentable, desde luego! Pero en definitiva limitado, resultado de inclinaciones personales, en absoluto achacable a las relaciones colectivas y, finalmente, imposible de erradicar por responder al carácter del individuo. A decir verdad, la frecuencia de los casos de corrupción parecía haberse generalizado  en el seno de las organizaciones político-sociales en un grado preocupante. Han resonado demasiado como telón de fondo determinadas expresiones; estado de derecho, presunción de inocencia, los jueces determinarán…, hasta hacer perder el sentido a una situación que tenía que ser excepción, pero convertida en cotidiana norma.

Lo peor para el sistema es la conciencia de la gente de la mendacidad de los principios; la seguridad de que administradores y élites sociales  utilizaban los resortes del poder en su beneficio y , finalmente, la conclusión y convencimiento  de que la propia supervivencia exigía adecuarse al sistema real. La generalidad del ejercicio del poder corrupto se asumía como realidad estructuradora del sistema y se convivía en el rumor o conocimiento del mismo ¿Se podía funcionar de otra manera? Desde luego, no en España. De ahí que no sorprendiese  se hicieran públicas situaciones difundidas por los rumores, hasta el punto de que el ciudadano no podía estar seguro de la veracidad del rumor, o si este respondía a la malicia del informador.

Son estas unas circunstancias a tener en cuenta en el momento de valorar la coyuntura. Las calaveradas del monarca y el ventajismo con el que actuaba, los chanchullos de sus íntimos -Urdangarin- y las denuncias de unos políticos en contra de otros  en las que evidencian el juego de granujas; granujas controladores de los resortes públicos y privados en la permanente búsqueda de sus intereses. España se encuentra e una situación límite como efecto de la perniciosa gestión de sus corruptas y autoritarias élites. La magnitud del problema económico y social implica la ineficacia de las medidas con las que se pretende hacer frente a la situación. La clase dirigente no se haya preocupada, sino en evitar que el proceso provoque el deterioro de su status, a pesar de que los remedios que pretende -reformas laborales, restricción del gasto público, particularmente el social, rescate de la banca- llevan a importante cantidad de la ciudadanía al hambre y desasistencia sanitaria y en el terreno de atenciones básicas.

Parece que nos encontremos en un proceso de desintegración del orden político-social vigente y expresión de ello puede ser la salida a la luz pública de los hechos escandalosos que se colocan en el primer plano de interés para los medios y actividad política. En cierta medida el relieve que adquieren estos hechos  responde a la frustración en toda la escala social. En el seno de los grupos dirigentes se impone la obsesión por atribuir a los oponentes las culpas de la situación; práctica con la que se persigue ocultar la propia responsabilidad. Lo grave de esta actitud es el ocultamiento real de las verdaderas causas y raíces de la crisis, que se encuentra en las estructuras del sistema. Más allá de lo escandaloso que pueda parecer la corrupción generalizada, esta puede ser interpretada como manifestación de la desintegración del Estado. Lo cierto es que no se ve salida cercana, ni capacidad en los dirigentes para tomar medidas adecuadas. Es esta la razón que mueve a intuir que pueda producirse un acontecimiento de envergadura, que sea el inicio del proceso de desintegración del soporte estatal español.

 

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua