Hitler, al otro lado del símbolo

Sigue siendo la bestia negra de nuestra cultura, sustituta del Diablo tradicional. En la actualidad parece hay consenso con respecto a este papel de símbolo. Su rememoración sigue lastrando a la sociedad alemana por haberlo producido y recurrido a él como remedio a las frustraciones de una Nación imperialista y amiga de la imposición autoritaria. No obstante, esta percepción de nuestro personaje ofrece una imagen del mismo un tanto distorsionada.

Insisto en el papel de figura demoniaca con la que es contemplado, hasta el punto de que parece rechazado unánimemente desde posiciones de izquierda y derecha y únicamente defendido por fanáticos, amigos de expresar con formas exacerbadas valores en teoría rechazados por la cultura dominante actual, pero que son apoyados de forma abierta u oculta por actitudes sociales muy difundidas, apoyadas en políticas vigentes de rechazo racial frente a foráneos y contrarias a planteamientos sociales -de izquierdas- críticos con el sistema.

Creo que es necesaria una rectificación sobre el alcance de la actuación de Hitler en los acontecimientos en que participó. Es clara la responsabilidad de nuestro personaje en tales acontecimientos de que fue protagonista. Los tiros no se dirigen a tal blanco. Mi propósito persigue más bien explicar al Führer en su papel de expresión de una realidad social como era la alemana de la época y, desde luego, también la europea. Los hechos de que este personaje fue protagonista y la responsabilidad que tuvo en su desarrollo puede llevarnos a una perspectiva no del todo correcta. La distorsión es resultado de la personalización de que es objeto nuestro personaje, cuando en realidad él mismo es producto de tantos factores socio-culturales de su momento histórico.

Ha predominado hasta hoy en día una imagen de Hitler elaborada a partir de los rasgos con que se describió a sí mismo en su obra MEIN KAMPF, imagen que el propio Hitler idealizó en lo que se refiere a su infancia y juventud. A esto hay que añadir la idealización que llevó a cabo la propaganda nazi, de la mano del manipulador Göbbels, que dibuja los rasgos de un superhombre, en la línea exigida por Nietzsche. La investigación actual -particularmente la llevada a cabo por J. Kressaw nos ha descubierto a una persona de menor entidad, desde luego en absoluto marcada por ninguna providencia, que no resaltó en su infancia, adolescencia y juventud sino por su indolencia y falta de estímulo para actuar. En el límite de la mendicidad vivió sin perspectiva, dejando pasar los acontecimientos.

Un autentico fracasado o -como ahora se dice- un ni-ni. Ni siquiera destacó en los momentos de mayor dramatismo que sacudieron la conciencia de los alemanes de la época a raíz de las convulsiones que sacudieron la Alemania en la que le tocó vivir. Mediocre actuación en la Primera de las guerras mundiales como correo en el frente, ni tan siquiera en las trincheras. No obstante él se atribuirá un protagonismo, magnificando su actuación con una descripción de los hechos, no refrendada por otros testimonios, a raíz de los últimos momentos de la contienda. Se quedó en el ejército de la derrota; quizás por no tener otra perspectiva en la vida. Es en este momento cuando destaca por su capacidad de debate y radicalismo, que sus propios jefes militares considerarán útil en un momento en el que las secuelas de la derrota solivianta a quienes sufren de una manera más directa sus consecuencias. Se servirá de esta ventaja y ganará audiencia entre tantos compañeros de trinchera, expresión la más acabada de la frustración de la sociedad alemana; la que se sentía traicionada por pacifistas y falsos patriotas; la Alemania tratada injustamente por los vencedores. En definitiva la que se negaba a asumir su propia responsabilidad en el desastre, permitiendo el exacerbo de un nacionalismo, generalizado a la Europa beligerante. Un nacionalismo justo y justificado por los propios alemanes por lo que entendieron como injurioso e injusto final del conflicto y su correspondiente paz. Este será el caldo de cultivo que desarrollará el nazismo, la muestra más exagerada del nacionalismo europeo, imperialista y autoritario.

En el inicio de los convulsos tiempos que vivió Alemania en los años siguientes a la guerra, tampoco destacó Hitler por su protagonismo, incluso en la propia Baviera, en donde la inestabilidad se aproximó a situaciones de revolución. El mismo Rhöm, uno de sus primeros colaboradores se permitía achacarle su falta de compromiso efectivo en aquellos momentos. Luego el ascendiente que consiguió en este mundo de frustración y deseos de venganza, le fueron colocando en posición privilegiada para adquirir poder, como suele suceder con los charlatanes que se ocupan de la política. Es relevante, al respecto, que su papel se afianzara en el seno de una organización política en la que no había intervenido en su constitución -un partido nacionalista que luego él renovó y transformó en el nazi-. No alcanzó el liderazgo por su disposición a actuar, sino por la verborrea de charlatán y la capacidad de intrigante en el seno de una organización cerrada y autoritaria.

Se podría afirmar que es más resultado del ambiente que protagonista del mismo. No obstante, la capacidad para expresar con vehemencia lo que se sentía en aquella sociedad, frustrada por la deriva socio-económica de la postguerra, le ofrecerá la ocasión de encumbrarse como líder -Führer- de un Pueblo y jefe del Estado -Reich- alemán. No es posible negar que el programa de actuación que llevó a cabo el nazismo fue planteado y ejecutado bajo su aceptación e iniciativa y responde a un nacionalismo excluyente, con las manifestaciones de mayor brutalidad y desprecio de quien no es connacional, al igual que el del compatriota que no acepta los planteamientos partidistas. Esta perspectiva explica esa brutalidad, acentuada por la racionalidad con que fue ejecutada, basada en el desprecio del ser humano y el cinismo de quien conoce su poder y la imposibilidad de reacción y defensa del agredido: el otro, a quien se busca degradar.

Es de sobra conocido que estos rasgos han convertido al nazismo alemán en la realidad más abominable por la que ha pasado la Humanidad. Esta valoración puede, no obstante distorsionar la verdad histórica y ofrecernos una imagen del nazismo que fue posible únicamente por la idiosincrasia de una colectividad peculiar que le dio forma; la sociedad alemana. A decir verdad, el éxito de tal imagen es más resultado de la imagen transmitida por quienes fueron sus víctimas que de las dimensiones que adquirió la obra nazi en cuanto tal. Entiéndaseme correctamente; esta reflexión no pretende plantear paliativos a una expresión de la violencia que muestra la capacidad del ser humano de llegar a las situaciones más extremas y degradadas, cuanto recordarnos que la misma no es resultado de rasgos peculiares de una colectividad determinada. Yo busco hacer una llamada de atención, con el fin de que seamos conscientes de que situaciones, como la que se considera, se han repetido en muchas situaciones históricas, más cercanas de lo que nos gustaría y auspiciadas por individuos y colectividades de nivel cultural alto, que presumían planteamientos éticos de gran altura.

¿Cómo pudo tener lugar una situación de tales características? Probablemente no plantearíamos la cuestión, si fuéramos capaces de asumir que las generaciones contemporáneas han sido testigos -si no protagonistas- de situaciones similares. Lo que se nos aparece más horripilante es la frialdad, la falta de sensibilidad hacia el sufrimiento, en definitiva, la racionalidad con la que se diseñó y ejecutó aquella degradación humana; quizás porque descubre nuestros bajos instintos y capacidad de maldad -disposición a imponer el sufrimiento al semejante- que podemos desarrollar los individuos.

Dejando a un lado estos aspectos que representan permanentemente un riesgo para la dignidad humana latente en todos nosotros, interesa afirmar las ocasiones históricas y contemporáneas, equiparables a lo que produjo el nazismo alemán. No es posible en este terreno recordar lo que han sido los grandes genocidios de la Historia, particularmente los que han permitido a la cultura occidental imponer su predominio sobre la Humanidad. los diversos genocidios de los Pueblos americanos, el brutal tratamiento impuesto a las poblaciones africanas mediante la esclavitud y en época más reciente la colonización del territorio africano y otros. Es obligado recordar que estos episodios han desarrollado una violencia de mayor intensidad y más continua que todo lo que pudieron hacer los nazis. A propósito de estos; también resulta obligado mencionar el apoyo que encontraron en tantos colaboracionistas en el marco de los territorios que conquistaron. Todos ellos mostraron una capacidad de sadismo, crueldad y cinismo que admite parangón con la de sus mentores alemanes.

En ningún caso es lícito olvidar que el sistema nazi fue posible gracias a los intereses de las élites sociales alemanas, incluyendo desde industriales a militares. Posteriormente es conocido el apoyo y condescendencia proporcionado por élites de otros Países e imperios, incluidos el francés e inglés, siempre abiertos a la colaboración con los extremistas de derechas para hacer frente a las reivindicaciones de los menos ricos en la propia sociedad y las naciones más débiles en el exterior. Enumerar el alcance de los acontecimientos que permiten identificar a todos aquellos europeos que llevaron a cabo actuaciones equiparables a los nazis alemanes, no es posible en este escrito.

Pero volviendo a Hitler. en ningún caso persigo relativizar su responsabilidad. Más bien intento fijar los elementos de su individualidad en el marco de los hechos de que fue protagonista. Él y sus más cercanos colaboradores pudieron imponer a Alemania un programa, gracias al instrumento del partido nazi que conformaron y dominaron. Lo que ejecutaron respondía básicamente a objetivos de los grupos dominantes alemanes, aunque deba reconocerse que los propios nazis imprimieron su matiz al conjunto de la obra. El mismo Hitler parece que fue más importante por su papel de engarce de los dirigentes del partido que por su propio trabajo. En todo caso y a pesar de sus limitaciones como ejecutor, fue hasta el final el símbolo y referente del Estado. Un auténtico mito que no respondía a la realidad del individuo indolente, poco amigo del trabajo. Resulta difícil concederle el grado de superhombre.

Concluiré con el encaje de nuestro personaje en el papel de Führer, papel que asumió y le reconoció de hecho el pueblo alemán. En todo caso y más allá de los matices que pueda ofrecer la obra de los nazis, como una especificidad alemana, es necesario insistir que respondió a una alternativa política como la que reclamaban los principales sectores de la sociedad alemana en un periodo histórico que fue percibido como de frustración permanente como consecuencia de las imposiciones de los rivales del imperialismo alemán. En tal sentido, es obligado afirmar que los otros imperialismos se encontraban en idéntica disposición, que tienen en su debe la destrucción, espolio y sujeción de grupos sociales y naciones, elementos de su política que practicaron, aunque no lo recoja el imaginario europeo con la nitidez de lo que hicieron los nazis, por razones obvias.

 

Publicado por Nabarralde-k argitaratua