El navarroespañolismo nos arruina

Es dudoso que lo que uno diga pueda llegar a gente que se identifique con la actual institucionalización de Nafarroa y el discurso de la cómoda integración pactada en España, dicho de otro de modo, el navarrorespañolismo. Muchas veces las posiciones ideológicas o las lealtades identitarias, políticas o de otro tipo, cuando no los puros prejuicios, impiden a muchas personas dejar de apoyar a quienes les roban y los arruinan. Y es que, conviene no olvidarlo, las personas humildes que de algún modo se identifican con este «régimen» sufren sus varapalos tanto como quienes nos enfrentamos a él, aunque, obviamente, no los vivan del mismo modo.

Y sin embargo, establecer mecanismos de complicidad con esa gente o cuando menos con parte de ella es clave para articular mayorías capaces de sustentar un cambio radical de escenario. No será fácil, pero por primera vez en mucho tiempo aparecen síntomas de algunos cambios sociales interesantes y se vislumbra que están tambaleándose algunas de las barreras construidas para evitar esa comunicación e impedir esas sinergias.

Los golpes de la crisis y los bestiales recortes, vividos como una agresión por cada vez más gente, son percibidos con el agravante de la arrogancia, la chulería y la ineptitud de unas élites políticas atiborradas de dietas y prebendas. El caso de la desaparición de Caja Navarra ejemplariza la indignidad de unas castas cerradas que han hecho de Nafarroa un cortijo y la han exprimido hasta dejarla casi sin jugo.

Este caso evidencia además hasta dónde están dispuestas a llegar estas élites en su obsesión navarroespañolista y antivasca (es decir, antinavarra). Con tal de evitar que la caja navarra participara en un proceso de articulación con las demás cajas de los territorios vascos peninsulares han sido capaces de regalarla. Antes que vasca, la mandamos a Casacristo o la tiramos por el barranco, han venido a decirnos.

El problema es que sus intenciones no se limitan a la caja: eso es lo que tienen pensado hacer con Nafarroa. Antes que permitir que pueda unirse al resto del país en un proyecto compartido, son capaces de darle fuego.

El sociólogo Feliú, en su tesis sobre las elites del poder en Navarra ilustra la concentración de poder en poco más de cien personas, entre las que la obsesión antivasca es dominante, muy lejos de la realidad social y su pluralidad. Dicho de otro modo, la mayoría paga el coste, cada día mayor, de las obsesiones, las fobias y las ansias de controlarlo todo y seguir depredando de unos pocos. Este coste se ha vuelto ya inasumible para Nafarroa. No hay recursos para alimentar a tantos parásitos, y sus obsesiones nos van a arruinar. Y eso es algo que, sencillamente, no podemos permitir.

No es verdad que la gente no soporte que la tomen por tonta. Pero en determinadas circunstancias, el vaso se sobra y la gente percibe/percibimos con claridad que nos están robando y además, insultando. El reto ahora es lograr que el viejo cuento del ¡que vienen los vascos! deje de distorsionar el debate político y social. Ya va siendo hora de desbordar las barreras, ¿no?

 

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