Big bang I

El homo sapiens, en su segundo intento de colonización extrafricano y después de unos miles de años ocupando Asia, tuvo su oportunidad de colonizar Europa en una de las etapas interglaciares de la ultima gran glaciación terrestre(Würn-Wisconsin). Mas tarde, cuando esta se reactivó (oldest dryas-younger dryas), los caminos se volvieron a cerrar quedando los recién llegados aislados del resto. Estas comunidades de cromagnones ubicadas en los territorios al sur y este del mar cantábrico de la época (cota actual -120 m), fueron el origen de una de las más asombrosas culturas, inéditas hasta en momento, en su especie; además, el aislamiento provocó una evolución diferenciada que aun podemos observar entre sus descendientes en pequeños rasgos biológicos propios y que tanta materia prima dan para la mofa en la supuesta intelectualidad hispana.

El big bang de la vida (fanerozoico, la explosión cámbrica), producido millones de años atrás, fue el origen de las diferentes formas de organización biológica a modo de cúmulos de galaxias donde éstas, a su vez, se organizaban en galaxias y éstas, en cúmulos de estrellas y sistemas planetarios asociados a ellas. Fue África el origen primigenio, el lugar donde, después de la primera explosión y de la aparición de los primeros leptones y quarks (arqueozoico), surgió la galaxia de la humanidad. Con el paso del tiempo las mencionadas partículas llegaron a unirse, creándose los primeros protones y neutrones que, al final, acabaron juntos en átomos, en materia propiamente dicha, que dio lugar a la vida y al hombre en colaboración con las cuatro fuerzas conocidas en las que se diferenció la primitiva fuerza inicial: nucleares fuerte y débil, gravitatoria y electromagnética.

La galaxia humana en su expansión iba ocupando un lugar no siempre estático en el cual interactuaban sus componentes en forma de colisiones, acreciones y disgregaciones; produciéndose una reorganización constante con sucesivos cambios y equilibrios.

Nuestro sistema solar Aquitano tuvo la suerte, o la desgracia, de evolucionar en su inicio en aislamiento, lo que le dotó de las características autóctonas arriba mencionadas, adquiriendo una propia y fuerte personalidad que sólo con el paso de los siglos ha visto reducida debido a la presión constante de otros sistemas que a ella se han acercado, incluso atravesado, produciéndose algún que otro choque interestelar y/o desvío orbital; perdiéndose y/o ganándose elementos entre ambas. A pesar de todo, y a pesar de ser parte insignificante de la galaxia humana general y de no aparecer en los mapas oficiales de la misma, nuestro sistema solar vasco(n) mantiene el tipo y continua su andadura como tal.

Pero no es fácil la vida para este nuestro sistema. La influencia de otros sistemas solares más fuertes y demasiado próximos a nosotros son tremendas, tanto, que muchos de nuestros cuerpos orbitales, deslumbrados por ese brillo solar no autóctono (no olvidemos que desde Plutón nuestro Sol es otra más de las muchas estrellas visibles en su cielo), no son capaces de reconocer su propio sol en el firmamento. Estos cegadores soles, gracias a la fagocitacion y robo en sistemas exteriores (sin freno desde 1054), han sido capaces de dotarse de energía suficiente como para brillar más que otros; despistando así a incautos planetas, asteroides o polvo cósmico nabarro, catalán o corso. Dando la impresión de ser nuestro auténtico sol, con las quemaduras y perdidas de retina definitivas correspondientes después de una exposición demasiado larga a sus destructivos rayos ultravioleta.

A pesar de todo, la intensidad de nuestro viento solar (flujo de partículas ionizadas) hace que disminuya la radiación exterior (más energética) cósmica en todo nuestro sistema. Este nuestro viento solar, modificando el campo magnético interplanetario, actúa, pues, como un eficaz escudo; no permitiendo, y rechazando, la entrada de esos intrusos rayos venidos de otras estrellas. Por tanto, a mayor viento solar propio, menor radiación cósmica perniciosa.

Simplificando mucho podríamos describir dos tipos de estrellas (soles) comunes en la galaxia. Por un lado las masivas no habituales, tipo francés, donde la gran cantidad de materia robada hace que, para poder existir sin colapsarse, disfrute de un potente relumbrón (con su correspondiente derroche energético). Por el otro están estrellas como la nuestra, la del estado Nabarro, modesta, corriente; dentro del ámbito estelar con menos producción de luz pero con un brillo constante y una vida infinitamente mas larga que las otras, ya que su equilibrada combustión interna regula muchísimo mejor la producción de helio a partir del hidrogeno nuclear. En las primeras, su propia masificación las hace efímeras (el III reich) muy a pesar de su apariencia y esplendor momentáneos.

El problema para nuestra supervivencia como sistema solar radica en la distancia a estos soles y sus sistemas. La muerte de estos soles masivos es rápida pero puede ser muy destructiva para alguien que esté lo suficientemente cerca. La supernova final resultante, a una prudente distancia, es un bonito festival de fuegos de artificio que, demasiado próximo, nos podría dejar sin falanges en el menor de los casos; o empujarnos con ella a la muerte en el peor, disgregando nuestros restos en sistemas vecinos con sus nuevas órbitas, soles y equilibrios.

La pregunta es: ¿Está el sistema solar nabarro a una distancia de seguridad suficiente para poder soportar las fabulosas fuerzas de los sistemas francés o español y/o poder soportar sus autodestrucciones?

En astrofísica los científicos se guían por observaciones y similitudes de estructuras parejas vistas en estados evolutivos diferentes. Nosotros deberíamos hacer lo mismo y prepararnos para cualquier eventualidad, para ello es imprescindible la recuperación oficial de nuestro Estado, la recuperación del espacio que le corresponde a nuestro sol en la galaxia humana. Si otros soles quieren brillar, que brillen, pero sin perder la perspectiva de cuál es nuestro sistema y alrededor de quién giramos.

Debemos conseguir que todos los componentes de nuestro sistema solar sean capaces de identificarse con el sol que les da la vida. Para ello deberíamos potenciar nuestra energía cinética a su alrededor reforzando así los lazos a base de incidir en lo que nos une olvidando, o aparcando, lo que nos separa.

Debemos hacer ver a nuestros cometas de órbitas excéntricas que éstas no son las más adecuadas para sus estabilidades futuras. Siendo planeta, asteroide, gas o polvo, la estabilidad es mayor sin perder por ello la idiosincrasia personal.

No debemos olvidarnos de nuestro planeta gigante EAJoviano propio (alias Euzkadi). Aunque su grado de influencia sea grande, debemos hacerle comprender que sólo es eso: un planeta, no un sol; un planeta sin luz propia (aunque con calor interno propio debido a la desintegración de los diferentes isótopos radiactivos aun presentes en su interior); que si parece muy luminoso es debido al reflejo del auténtico generador nuclear de energía del sistema: el sol del estado nabarro. Que gracias a él, es; que sin él estaría más apagado que los incendios del carbonífero y que lo único que puede conseguir a ese ritmo es la destrucción de su zona de influencia. Que su propio relativo gigantismo es debido al robo de los espacios colindantes, lo que a su vez le hace aumentar la fuerza gravitacional; fuerza colaboradora en un futuro de una posible colisión no deseada y destructora.

En resumen, cada uno con su velocidad, cada uno con sus características de giro propio, con su inclinación, con su precesión equinoccial, con su tipo de órbita; pero, siempre, alrededor de nuestro sol, el único con el cual podremos retroalimentarnos y sobrevivir tanto como pueblo, como planeta o como asteroide; como fina partícula de polvo, como simple átomo de gas nabarro o como humilde leptón vasco(n)