Economía, crecimiento y entropía

¿Recuerdan cuando pararon de crecer? Fue tras la adolescencia. Un buen día dejaron de necesitar una talla más que el año anterior. Atrás quedaron las prendas crecederas, aquella ropa excesivamente holgada que las madres compraban previsoramente. Durante años, la familia celebró el incremento incesante del peso y la altura del niño. Pero todos comprendieron que aquello tocase a su fin. Más aún: nadie habría entendido que durara indefinidamente. A los 30, habríamos alcanzado los dos metros y medio, y los tres metros al cumplir los 40… El celebrado crecimiento de la infancia se habría convertido en enfermedad en la edad adulta.

De hecho, sí seguimos creciendo. En destrezas y habilidades, en capacidad para gestionar situaciones, en mano izquierda y en conocimientos. El crecimiento cuantitativo cede el paso al cualitativo. Nuestra capacidad perceptiva sabe apreciarlo. Nadie acude al médico más alto, sino al más competente. Pero en el campo socioeconómico seguimos encallados en la querencia ponderal, en la obsesión por crecer cuantitativamente. Si el PIB no aumenta, malo. Menuda sandez cuando la adolescencia productiva quedó atrás tiempo ha.

Los masai miden la riqueza por el número de vacas que poseen. No por su rendimiento en leche, o por la venta de carne, o por la capacidad de labranza, sino por las cabezas de ganado con que cuentan. Es una forma primitiva de evaluar la riqueza. El caso es que nosotros hacemos lo propio. No hemos desarrollado procedimientos para evaluar la felicidad, el bienestar, la sabiduría, la calidad ambiental o la equidad redistributiva como bienes económicos. Somos ricos si crecemos, aunque seamos infelices, injustos o vivamos en un entorno degradado. Penoso.

La crisis actual debiera hacernos pensar. Pues no. Los analistas económicos tienen la mirada puesta en los mercados financieros (que poco tienen que ver con la economía productiva, única digna de este nombre) y claman por volver a los índices de crecimiento de antes (como si fuese físicamente posible). No es maldad, creo. Es incapacidad. Incapacidad para percatarse de que iteran una forma de evaluar que ha pasado a la historia. Piensan como los economistas del siglo XVIII. Ya sería hora de que se dieran cuenta de que la situación ha evolucionado en estos tres siglos de civilización industrial, que ahora crecer es otra cosa. Pero no saben cómo medirlo, ni cómo contabilizarlo, ni cómo gestionarlo. Tal vez sea por ello por lo que prefieren ignorarlo y seguir acumulando vacas.

En 1856, Rudolf Clausius definió el concepto de entropía; poco después, Ludwig Boltzmann halló la forma de calcularla matemáticamente. La entropía expresa la progresiva incapacidad de los sistemas para regresar a su punto de partida. Podemos mezclar fácilmente pintura blanca con pintura negra, pero resulta muy difícil, por razones entrópicas, separar el blanco del negro en la pintura gris resultante de la mezcla. Las ideas de Clausius permitieron consolidar el segundo principio de la termodinámica (la entropía de un sistema crece con el tiempo, de modo que los procesos tienden a darse espontáneamente solo en un sentido) y entender que no podemos hacer y deshacer sin cesar. Ignorarlo en la organización de la producción de bienes en pleno siglo XXI es ya imperdonable; llevamos 150 años sabiéndolo.

La academia económica debería considerar tales extremos, me parece. Los físicos o los ecólogos podemos, educadamente, hacer notar que no se puede andar por ahí con ideas económicas caducadas, pero carecemos de formación y capacidad para formular las nuevas. Nuestra desaprobación no censura los saberes económicos, sino su obsolescencia. Precisamos más que nunca la destreza de los economistas, pero para crear modelos para el siglo XXI, no para reiterar los ya obsoletos. Los bienes libres ya no existen en la práctica, hay que saber computarlos en los balances. Si hemos puesto precio de mercado a un no bien económico como el dióxido de carbono, ¿cómo podemos ignorar en los balances el agua potable, el aire respirable, el suelo edáfico o el clima, por ejemplo? Porque, de no figurar en los balances, deteriorarlos no parecerá un problema económico. Y a fe que lo es.

Una empresa que maquilla balances ampliando capital y enajenando patrimonio es una empresa mal gestionada. Pues eso hace el actual modelo económico: crece para lograr liquidez y no computa los costes de reposición de los recursos naturales enajenados (petróleo irreversiblemente consumido, por ejemplo). La lista de debilidades contables o incoherencias conceptuales es larguísima. ¿De qué globalización económica hablamos, si en realidad nos limitamos a mundializar algunos mercados cautivos? Para empezar: ¿disponemos de una moneda global? Rescatamos a Grecia o a Irlanda porque compartimos el euro, pero poco nos importa Marruecos. La contaminación es una agresión económica porque en un sistema global no se puede funcionar en ciclo abierto, pero ningún analista parece considerarlo. Y así, ad nauseam. Si cuanto se nos ocurre ante la crisis es que debemos crecer, es que no sabemos qué decir.

 

Socioecólogo. Director general de ERF.

 

 

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