La madre de todas las crisis

¿A ustedes no les parece que la concurrencia al mismo tiempo de seis graves crisis como: la crisis inmobiliaria, la crediticia, la financiera, la energética, la alimenticia y la climática, son todos síntomas de una enorme burbuja ecológica mundial que hemos creado por el desarrollo insostenible que tan estúpidamente seguimos impulsando? ¿No les hace pensar que el modelo socioeconómico sobre el que asentamos nuestro crecimiento económico ya no da más de sí? ¿Tampoco las lacerantes crisis que padecemos les sugieren que, de seguir haciendo más de lo mismo, nuestro futuro puede llegar a ser tan traumático que incluso podrían ponerse en peligro la vida de miles de millones de personas que actualmente vivimos en las zonas urbanas (alrededor del 80% de la población mundial)?

Hace tiempo que el consumo de recursos que la humanidad realiza es superior a la capacidad de carga del planeta. El estallido de la burbuja inmobiliaria-crediticia-financiera y el encarecimiento progresivo de los precios de los alimentos y de la energía son consecuencias económicas inevitables de una multitud de factores. El exceso de población, el agotamiento progresivo de los recursos naturales, el injusto y poco razonable consumismo en el que codiciosamente hemos caído y el crecimiento económico insostenible que impulsamos, entre otros.

Hemos de ser conscientes que nuestro crecimiento económico e, incluso, nuestro propio sustento de vida lo ganamos en base a falsas presunciones, acerca de que los recursos naturales que utilizamos para el consumo son ilimitados. Esta asunción tan errónea puede llegar a ser muy peligrosa y llegar a crear una «burbuja ecológica», sin precedentes, que amenazaría la viabilidad física de toda la civilización, cuando ésta ya se acerca a los 7.000 millones de habitantes.

El crecimiento económico mundial se basa en la codicia y el despilfarro y su sistema financiero está manejado por ludópatas que juegan febrilmente y sin descanso contra nuestro futuro razonable en los mercados bursátiles mundiales. De este modo, y como resultado de su propia codicia, la maquinaria productiva, basada en la maximización de beneficios, se ha convertido en un poderoso ariete que golpea constantemente los límites ecológicos. Es evidente que la adicción de miles de millones de personas al consumismo irracional supera los límites físicos que tienen de producir las tierras de cultivo y los yacimientos petrolíferos. También supera la capacidad que tienen la atmósfera y los ecosistemas de absorber las emisiones de GEIs y los vertidos de residuos. Lo que, a la postre, producen unos impactos muy negativos tanto sobre las economías como sobre el bienestar de las personas.

La recesión económica que hemos empezado a sentir, soy consciente de que para muchas familias va ser algo muy doloroso y lleno de angustias. A pesar de que ya hemos empezado a sufrir los primero síntomas, a todos nos va a resultar cada vez más difícil poder pagar la hipoteca de la casa, comprar los alimentos en los supermercados y llenar de combustible el depósito del coche. No digamos de poder disfrutar de algunos lujos especiales. Por ello, porque las crisis, tarde o temprano, las vamos a pagar con nuestras propias carnes me parece un disparate que, ahora que comienzan, nos gastemos nuestros ahorros en proteger a los sectores inmobiliario, crediticio y financiero que han sido los verdaderos culpables de todo este desaguisado.

En un mundo finito lo ilimitado es imposible. Lo contrario sería un pensamiento absurdo pero es el que, hoy por hoy, piensa, o quiere hacernos, pensar gran parte de la clase dirigente. Ésta es una de nuestras mayores tragedias pues nos hace perder un preciado tiempo que sería muy válido en la preparación de los que se nos avecina y, de este modo, no se nos permite reaccionar como debiéramos. No se nos deja prepararnos para que más tarde no tengamos que sufrir, de manera traumática, los acontecimientos que nos sobrevengan. De cualquier modo, a pesar del fuego que nos amenaza, también están apareciendo vientos húmedos y fríos cargados de esperanza.

En efecto, el filósofo Hölderlin solía decir que, en la medida que crece el peligro, también crece aquello que puede salvarse. Del mismo modo, este reciente enfriamiento de la economía también podría ofrecernos unos momentos de respiro que nos permitieran reconsiderar la locura colectiva que representa apostar por un crecimiento económico, a cualquier precio. Si lo hacemos, será nuestra propia codicia la que acabe con nosotros, devorando la vida de los ecosistemas de la Tierra que, en su progresivo deterioro, amenazan con empobrecer y generar una pandemia de tales dimensiones que llegue a poner en serio peligro la vida muchos de nosotros.

A lo largo de la historia de la humanidad, siempre ha sido una constante que los seres humanos hayamos querido más cuando apenas lo había. Quizá sea un instinto autodestructivo que llevamos en nuestros genes. Quizá sea que lo natural en nosotros sea la codicia ilimitada y por ello, fomentemos y promovamos el mito de que somos el centro de la creación y que todo lo creado está a nuestro uso y servicio. El siguiente paso sería reafirmar el mito en clave de que el crecimiento económico, basado en el lucro y el consumo exacerbado de recursos naturales, es tan natural como posible.

Sin embargo, tanto la razón como los datos y los hechos nos están demostrando que se trata de un delirio que puede traernos fatales consecuencias a la humanidad. Han tenido que transcurrir casi dos siglos para llegar a comprobar que el modelo económico basado en el rol dirigente de los mercados ya no funciona. Un modelo económico más próximo al keynesianismo empuja por hacerse de nuevo con las riendas de la economía. De pronto, la actual crisis económico-sistémica que padecemos ha obligado a los gobiernos a intervenir mientras enmudecen las voces de aquellos que siempre habían defendido la no intervención de los gobiernos en la economía. La hipocresía de los neoliberales ha quedado en evidencia al dejar en descubierto que sus tesis económicas verdaderamente postulaban sólo por la privatización de los beneficios y la socialización de las pérdidas. Es decir sostienen las mismas tesis que defendería cualquier ludópata avaricioso de barrio. El egoísmo no puede ser solución a nada que queramos construir, de manera solidaria, y que se sostenga en el futuro y, mucho menos, cuando también defendemos los principios democráticos, el bien común y el interés general de la humanidad.

Por ello, debemos evitar que tanto el crecimiento de la economía como el aumento de la población y del consumo de recursos naturales inciten a la maquinaria productiva a la destrucción de los ecosistemas que sustentan la vida terrestre. El cáncer maligno del crecimiento que entraña el capitalismo se produce a partir de que considera a los ecosistemas como recursos financieros propios y los explota hasta dejarlos extenuados y agotados. Además, lo hace como si se tratara de una plaga de langostas que arrasa toda vida vegetal que encuentra a su paso. En tan sólo un año, los recursos que utiliza para producir bienes y productos, tras su rápido consumo, se convierten en deshechos, residuos y basuras que hemos de eliminar sin apenas reposición de recursos. Ésta es la economía lineal que necesitamos eliminar cuanto antes y sustituirla por la economía circular. Es sólo así como podremos entrar en la nueva era emergente. El neoliberalismo económico ha muerto. De él sólo quedan los rentistas del sistema, todavía dominantes y muy poderosos, y que se aferran, defendiéndose como gato panza arriba, a sus privilegios. Se trata de ellos o nosotros, pues, no olvidemos, que en la medida que ellos sigan manteniendo sus privilegios, será más dura, dolorosa y traumática nuestra transición al nuevo mo