Un presidente suspendido «a Divinis»

La foto de Dick Cheney despidiendo a Ratzinger en el aeropuerto de John F. Kennedy es símbolo y reflejo de la degeneración moral, procacidad y fariseísmo que ostentan los que manipulan nuestro mundo. Del gringo de marras se ha dicho todo: fascista, trafulca empedernido, corrupto y ladrón… y lo peor, instigador de torturas, crímenes, guerras genocidas, etc.

Uds. lo habrán visto en ese gesto lascivo, pura hipocresía, reposando sobre el pecho su mano pérfida. Pero no es este sujeto perverso quien me interesa, sino su acompañante, ese personaje frío y ácido, que parece extraído de un tribunal del santo oficio o de un auto de fe, a quien llaman «Su Santidad».

Porque, evidentemente era urgente echar un rapapolvos -¿será suficiente?- a tanto clérigo pedófilo.

¿Pero no era menos urgente, poner en solfa a todo ese conservadurismo católico yanqui, tan en línea con la política de Washington? Pero eso, ya es otra harina… Delicado tema. A la iglesia católica yanqui, mejor no «menealla». No solo por los pingües beneficios que aporta a las arcas vaticanas, sino fundamentalmente -salvo muy honrosas excepciones- por su comunión con el proyecto Ratzinger.

Un proyecto que rezuma involución por los cuatro costados. Asume perfectamente el neoliberalismo y su depravación. Se queda en la moral tridentina, impide la emancipación de la mujer; impone una sexualidad restrictiva, asfixiante, inhumana. Y sobre todo, plantea una política social clasista, con la que jamás será posible ni la liberación de los pobres, ni un mejor reparto de la riqueza.

Para los que estamos contra las guerras y las políticas globalizadoras causantes de este desbarajuste socioeconómico y ecológico, sus responsables son el auténtico eje del mal. ¿Con quien se alinea el Vaticano, con lo que, como dice Galeano, durante miles de años han tenido el derecho de no tener ninguno, o matizaría, con los que han tenido el derecho de poseerlos todos?

Es lacerante, que la jerarquía católica se desasosiegue y se incomode tanto, cuando se instauran políticas que se impliquen en la lucha contra la pobreza.

Fernando Lugo, si sabemos con quien se ha alineado; con los pobres.

Buena oportunidad para la jerarquía católica para plegar velas, arrepentirse, girar 180 grados y retornar a los principios que nunca debió abandonar. Pues no, le suspende «a divinis», optando una vez más -larga historia de la secular traición a los principios evangélicos- por la colonización, la «moderación» del corrupto statu quo, la nauseabunda democracia colorada… En definitiva, por las familias de la oligarquía que han llevado a Paraguay a ser el segundo país más pobre de América.

¡Tanto le costaba al vaticano articular una dispensa o adaptar su código canónico -signos de los tiempos…- en beneficio de una política de liberación! ¿Acaso cuando ha convenido a sus intereses no ha tolerado Richelieus y otros tantos Mazarinos?

No sabemos a cuantos pederastas, a cuantos clérigos que han apoyado la tortura e incluso torturado (Chile, Paraguay, Argentina…) o a cuantos curas explotadores suspende a «divinis» el antro vaticanista. Si nos consta, cuán fácilmente transige con ellos.

La jerarquía católica está loca, loca o desquiciada, es decir fuera de los quicios sobre los que fue fundada. Siempre dirige sus anatemas, excomuniones, suspensiones a «divinis» y tamaña parafernalia al mismo blanco. En concreto, contra los testigos que denuncian la explotación de la oligarquía o de las multinacionales, y las tropelías de los gobiernos. ¿Acaso no son ambos, los responsables de la generación de la pobreza o de la destrucción del planeta? En cambio transige, cuando no confraterniza, con políticos corruptos, criminales de guerra, multinacionales del hambre…

Pues he ahí a Dick Cheney y Ratzinger, ¿la foto del bien y del mal, del mal y del bien o simplemente del mal…?

La lista de condenas, Sobrino, Cardenal, De Lubac, Boff, Gutierrez, Danielou, Forcano, Girardi…, resulta interminable. Y significativamente en todos los casos, se trata de personas absolutamente comprometidas con la justicia y la «redención» de los humildes.

Ahora le toca a un obispo que dejó el lujo, las comodidades, los ritos vacíos, etc, porque no pudo soportar el grito de los pobres, de su Paraguay.

La historia de Paraguay desde la colonización a nuestros días, es un lúgubre tejido de trágicos retazos. Es archisabida la devastación que el colonialismo supuso para los indígenas guaranís -la etnia predominante- payaguas, karios, guaikurus, etc.

Aunque los aires de independencia se presienten hacia 1811, realmente su consolidación no se verifica hasta el gobierno de José Gaspar Rodríguez de Francia (1814-1840). La historia habla de un sistema autárquico. La verdad es que este enigmático y controvertido gobernante, construyó una próspera y afianzada nación independiente. Repartió la tierra, fomentó la industria, las redes ferroviarias y de caminos, la educación gratitua y obligatoria etc… Murió, dejando un país pacificado, con una hacienda rebosante y con una pujante industria.

Lo nefastos políticos que le sucedieron y sobre todo la intervención del Reino Unido para quien la política paraguaya no se acomodaba a sus espúreos intereses colonialistas, condujeron a la ruina a la joven independencia.

La guerra de la triple alianza -Uruguay, Argentina, Brasil- instigada y teóricamente financiada por Inglaterra, desangró a Uruguay que perdió la mitad de su población y el 90% de los varones mayores de 15 años.

Tras la debacle y con la «inspiración» de Brasil se entroniza el partido colorado. Es el partido que dirige a los paraguayos hasta el día de hoy (20-IV-08).

Al partido colorado en su larga historia, podríamos describirlo como un mosaico de despropósitos, traiciones, incongruencias. Inicialmente al arbitrio de Brasil, y posteriormente entregado con armas y bagajes, al arbitrio de Washington -hasta el punto de albergar a la sede de la CIA-. Es el partido de unas pocas familias oligárquicas, que tradicionalmente manipularon, gestionaron y se apropiaron de la tierra y de la producción. Los militares, cuando no lo han dirigido, siempre tuvieron barra libre. A caballo del fascismo, de largas y sangrientas dictaduras como la del brutal Stroessnes, de golpes de estado o del más despótico neoliberlalismo.

Es en muy gruesos trazos, la crónica de un pueblo engañado, robado y desheredado.

Hoy por primera vez es elegido un representante de organizaciones y movimientos populares, e incluso de antiguos y decepcionados votantes colorados hartos de tal calaña de gobernantes.

El partido colorado ha dejado a Paraguay sumido en niveles de consumo, tecnológicos e industriales tercermundistas: Las grandes propiedades en manos de multinacionales o de grandes terratenientes, dedicadas a monocultivos transgénicos. El pequeño agricultor apenas accede a los mínimos niveles de subsistencia. La industria local ha sido absolutamente desmontada a favor de las pocas empresas extranjeras. La educación y la sanidad deplorables, cuando no inexistentes en amplias zonas rurales… Las puertas abiertas a los tejemanejes de un narcotráfico fluyendo hacia Argentina, Brasil y como no EEUU.

Esto es lo que Fernando Lugo se va a encontrar cuando en Junio acceda a la presidencia de la nación.

Pues bien, ahí tenemos al Vaticano, empezando a incordiar. Bien podía pontificar contra el «quilombo» que tienen argentinos, colombianos o peruanos. Pues no, es mas «piojoso» que el perro del hortelano… Y aún más grave, porque de un modo u otro, sistemáticamente se alinea con los medios canallescos que por orden del gran hermano gringo, se dedican a desautorizar o desprestigiar a los nuevos presidentes del cono americano. No a todos. Justamente a los que decididamente miran a sus pueblos y proyectan políticas que eliminen la endémica pobreza.

Recomendaría a la Iglesia que si no va a ayudar a Fernando Lugo, que calle. Difícil pretensión la mía, tratándose de una institución habituada a manejar a los pueblos con su sacrosanto palique. Sobre todo hoy, histórica coyuntura, en que su predicamento se pierde en los templos vacíos. Aunque lo que de verdad debe encorajinarle hasta la tonsura, es que cada vez la peña pasemos más olímpicamente de su verborrea, cuando no la censuramos por farisaica, vacua o represora.

Pero claro, en Paraguay como en gran parte de Sudamérica, sus dogmas y sus prédicas todavía imponen. Y esto si es preocupante.

Entre el enjambre de sectas que se cuelan hasta el más recóndito entuerto de selvas y altiplanos y la propia iglesia, la tarea liberadora unas veces se ralentiza o frecuentemente se diluye en peligrosas expectativas.

Afortunadamente, muchos adscritos a la teología de la liberación pasan del Dios vengativo e inquisitorial del Vaticano. Lo se por experiencia. Simulan mantener ciertas formas o fórmulas de acatamiento a los papanatas del «santo oficio»… ¡no hay que escandalizar a las almas angelicales…! Pero en privado denuncian muchas normas del trasnochado derecho canónico. Y la verdad, atrévanse y consúltelo. Por los menos para un servidor, solo sirven para encadenar la libertad de los espíritus.

Esperemos que Fernando Lugo sea lo suficiente entero y diestro, como para torear uno de los previsibles envites -porque el de los yanquis, entre furibundo y taimado, se espera potente…- de la santa «furia romana». Por fin, es una pequeña luz que puede alumbrar el camino que saque de la miseria, al pueblo paraguayo.

La verdad, roguemos al Dios verdadero, no al de Ratzinger que bien podría enrollarse en un mus con el señor Belial, para que selle los labios del sumo pontífice, deje en paz a los paraguayos y lo despiste en el laberinto trinitario. Amén.