1212, Las Navas de Tolosa

En el año 1200 el reino de Navarra sufría una nueva amputación territorial, realizada una vez más por Castilla. Doce años después, el legendario Sancho VII «El Fuerte» se veía obligado a participar, ante las reiteradas presiones y amenazas, incluso de ser excomulgado, realizadas por «el señor de Roma» Inocencio III y el obispo de Narbona, ante su llamada a cruzada, teniendo que ir a combatir a los musulmanes junto al ejército castellano de Alfonso VIII, enemigo de Navarra.

200 caballeros navarros acompañaron al Fuerte para uniéndose al ejército de los cruzados, el cual era comandado por el rey de Castilla. La situación era crítica para los aliados cristianos, ya que la mayoría de los cruzados ultramontanos regresaban a sus tierras, por orden de los obispos de Burdeos y de Nantes, después de dar muestras de gran crueldad contra los musulmanes, militares o no. Solo unos pocos de ellos, incluido el obispo de Narbona, se quedaron bajo las órdenes castellanas, concretamente del señor de Vizcaya.

Los navarros, que iban bien equipados, fueron recibidos con agrado por los demás ejércitos cristianos. La táctica que presentó el rey de Castilla era la de realizar un asedio a Salvatierra, pero el navarro consiguió que cambiara de idea, al demostrarle la pérdida de tiempo que ello suponía. Al final se decidió atacar de frente a las tropas de Al-Nasir, conocido en la leyenda de las cadenas, como Miramamolin.

Los aliados cristianos de Navarra, de Castilla y de Aragón, el 16 de Julio tras varios días de escaramuzas y siguiendo el consejo de Sancho VII de Navarra, se ponen en marcha para enfrentarse directamente a las tropas almohades. Las tropas castellanas se colocan en el centro, con Diego López II de Haro a la vanguardia, mientras que por detrás se situaban los Caballeros de San Juan, Santiago, Ucles y Calatrava, estando en la retaguardia el rey castellano Alfonso VIII y junto a él, el arzobispo Rodrigo de Toledo.

En el ala izquierda se colocó Pedro II de Aragón al mando de su ejército, teniendo de retaguardia a diversos infantes castellanos. Sancho VII «el Fuerte» se colocó en el flanco derecho con los navarros, que a pesar de ser relativamente pocos, su papel sería determinante para el resultado final de la batalla.

En el combate, por el centro, la vanguardia cristiana flaqueo, incluso el rey castellano llegó a temer por su vida. Mientras la masacre continuaba en el centro del campo de batalla, el rey navarro realizó un movimiento envolvente que le conduce directamente al montículo donde estaba situado Al-Nasir, el cual, se creía seguro tras la barrera formada por esclavos africanos encadenados entre sí y con ello, condenados a luchar por el emir para salvar sus vidas.

El navarro abrió rápidamente una brecha en el sistema defensivo del emir, lo que precipitó la huida de éste, obteniéndose así, una inesperada victoria para los ejércitos cristianos. La consecuencia principal de esta batalla, a la postre, fue la perdida de la hegemonía musulmana en la Península Ibérica. Pero la victoria cristiana, cosechada gracias a los navarros, no trajo ningún beneficio para el Reino vasco(n), al menos en lo que se refiere a la devolución de las tierras invadidas y ocupadas por Castilla, las últimas y más recientes, las tierras Araba y Gipuzkoa.

Además desde Roma no salió ninguna Bula para reclamar a los castellanos la restauración del reino cristiano de Navarra. Por el contrario, si se logró un gran botín con el que se engordaron sustancialmente las arcas del Reino vasco(n). La gloria acompañó desde entonces a Sancho VII «el Fuerte», posteriormente se convirtió en mito y llegó la leyenda.

No podíamos pasar por alto que realmente, el rey de Navarra contó con más de 200 navarros en la batalla, pues a esos 200 se les unieron los ganboinos, partidarios de Navarra en las tierras recientemente ocupadas por Castilla en 1200, los cuales mantenían con su patriotismo la llama de Navarra, es decir, de la libertad.

Baigorri, Abril de 2008