Las fiestas las carga el diablo

Hace pocos días Ricard Vinyes, a propósito del Día de la Raza, escribía que “las fechas están cargadas de sentido”. Cuando alguien celebra un día señalado, ha de saber lo que celebra, porque nunca es una fecha inocua. Vinyes ponía como ejemplo el significado del 1 de mayo, como ejemplo de una semántica indiscutible. Nadie duda del sentido de esa fecha, y podríamos añadir que está definida en el calendario de todos los países y culturas. Lo mismo pasa con el 8 de marzo, celebración de la mujer trabajadora. Y qué decir del día de la raza, o de la Hispanidad como lo llaman ahora, que es un cartel cargado de vergüenza. Porque es uno de los atributos de estos significados; que una vez cargados, ya no se descargan. Si España ha ido alardeando de su raza, y su imperio, y sus conquistas, y su ‘descubrimiento’ de América, y sus masacres… aunque la mona se vista de seda, mona se queda. El 12 de octubre es la fiesta de la ignominia, del racismo, de la esencia de España, o sea, su violencia frente a pueblos más pacíficos y su prepotencia congénita.

Un ejemplo más cercano de estas polémicas lo tenemos esta semana. La del 25 de octubre es una fiesta que hay que tomar con cautela. Oficialmente constituida como ‘Día del País Vasco-Euskadi Eguna’, es un día institucional que remite a la aprobación formal del estatuto de Gernika. Para más solfa,  tiene como antecedente la famosa ley de 1839 (25 de octubre), aquella que afirmaba que «se confirman los fueros de las Provincias Vascongadas y Navarra sin perjuicio de la unidad constitucional de la Monarquía», o sea, la derrota del país, formalizada entre Maroto y Espartero en el abrazo de Bergara, tras la primera guerra carlista.

Este tipo de fiestas oficiales, cuando se puede, se  escenifica con alardes de tropas, aviones y tanques. Como la autonomía vasca no da para tanto, supongo que se cubrirá con alguna comilona -costumbres atávicas-, discursos rancios y, si nos descuidamos, alguna misa. Que la ceremonia siempre les pone a los cargos públicos. Pero no desvariemos; el significado, como sostiene Vinyes, es el que es. Lo explicó ELA hace bastantes años: “el estatuto está muerto”. Lo ratificó el lehendakari Ibarretxe cuando con tanta voluntad intentó negociar un nuevo status para la autonomía. Y podemos añadir que, para rematarlo, lo certificó Patxi López cuando con su gracejo y talento tomó el cargo y demostró que aquello era una patochada.

Es posible que a más de uno le moleste que la opinión pública asocie Estatuto con España. Pero es que, en ese significado que se forja por la semántica de la costumbre, la rutina y la experiencia adquirida, la celebración se remite a una ‘cosa’ que ha institucionalizado la división del país. Por mucho que los lehendakaris se titulen, una y otra vez, presidentes de todos los vascos. Que no. Que sólo una parte. Y es una ‘cosa’ con poca sustancia, que lo vemos cada vez que surge un pleito o querella: léase Wert, la doctrina Parot, la paga extra… ¿Dónde está la autonomía? ¿Dónde está la opción, como lo vemos en Catalunya, para que la población se autodetermine y decida? No existe. España defiende su poder como sujeto único de decisión. Y si hace falta bombardea Barcelona, como hacía cada cincuenta años.

Ese es el significado del 25 de octubre para nosotros. Que nadie nos lleve a proclamar valores envenenados, como el de la derrota militar, la fractura territorial y la sumisión a España. Que ya está bien de tragar carros y carretas.

Angel Rekalde