La recuperación de la makil borroka. Los makilkaris vascos

Traducción: Koro Garmendia Iartza

Jatorrizko bertsioa euskaraz

En Euskadi, la costumbre de utilizar la makila está ampliamente extendida, como bien podemos observar en las ferias y exposiciones de artesanía, donde se dan cita fabricantes de makilas de todo tipo.

Pero, a pesar de los numerosos estudios que se han realizado sobre esta figura, no por ello debemos pensar que todas sus funcionalidades han sido ya analizadas. Del aspecto que presenta la makila o bastón tradicional vasco, con la parte inferior emplomada y un disimulado aguijón en la empuñadura, bien se podría deducir que no es sólo un accesorio de paseo, sino que sirve incluso para luchar. Otro tanto se podría decir sobre el bastón de acebo lleno de puntas. Lo cierto es que nunca se ha profundizado lo suficiente en el papel de las makilas en la lucha.

Y es que, en ocasiones, lo que más nos cuesta ver es precisamente lo más evidente.

Las primeras pistas

Tampoco yo me había parado nunca a pensar en este uso de la makila, hasta que un buen día me encontré en la siguiente situación.

Resulta que conocimos a unos sicilianos con los que empezamos a charlar sobre las costumbres típicas de nuestros respectivos países. De repente, uno de ellos se acordó de las makilas. Comentó que en su tierra tenían una particular manera de luchar con bastones y que había algunos grupos que seguían practicando este tipo de combate. Nos preguntó si también en Euskadi lo seguían haciendo. Le respondí que no. Pero pensó que me equivocaba, ya que el origen de aquella modalidad marcial se encontraba, según decía, en Euskadi. Además, parece ser que fue precisamente un euskaldun quien se lo enseñó a los sicilianos.

Tratando de despejar aquellas dudas, empecé a indagar en el asunto. Vean lo que llegué a descubrir…

El estudio que realizamos en Euskadi

Decidí recurrir a dos fuentes: a los datos que podía encontrar en los libros y archivos antiguos, y a la información que los euskaldunes guardaban en su memoria.

La colección bibliográfica

En algunos archivos hay cantidad de páginas sobre procesos judiciales y litigios en torno a la makila, pero no es ése el objeto de nuestro estudio. A fin de cuentas, cualquiera puede coger un palo y propinar una paliza. Lo que a nosotros nos interesa averiguar es si en Euskadi existió alguna técnica codificada desarrollada específicamente para la makila.

La respuesta es afirmativa, como lo atestiguan, entre otros muchos datos, las crónicas que se narran en los libros «Corografía de Guipúzcoa», de Aita Larramendi, «Gipuzkoako dantzak», de Iztueta, o «El Basojaun de Etumeta», de Juan Benantzio Arakistain.

En las dos últimas obras se describen luchas que tuvieron lugar entre hombres armados con makilas y los que llevaban espadas. Los espadachines, además, solían ser siempre soldados profesionales. En uno de los combates, además, el contrincante era un maestro de esgrima. En los demás casos, los makilkaris luchaban contra dos o tres soldados, y siempre salían vencedores.

En mis investigaciones por el País Vasco continental, he dado con una colección bastante completa, obra de Rene Cuzacq, en cuyas exposiciones se puede ver con toda claridad que las luchas de makilas tenían lugar frecuentemente y en cualquier lugar. Explica, además, que esta práctica venía a ser una modalidad de esgrima, y que, al igual que sucedía en otras disciplinas, había maestros y escuelas propias para su aprendizaje.

La tradición oral

En primer lugar visité las zonas donde, según indicaban los escritos, podía encontrar alguna huella de las luchas con makilas. Para ello me adentré en el interior de Euskadi, sobre todo en el ámbito pastoril. En el litoral vasco no ha existido esta modalidad de lucha.

Encontré la mayoría de las pistas en los municipios de Azpeitia, Azkoitia, Errezil, Beizama, Amezketa, Zaldibia, Hernialde, Zizurkil y Markina-Xemein. Muy a mi pesar, en Navarra no hallé absolutamente nada.

En las citadas villas hay gente que todavía recuerda algunos casos, por lo que traté de recoger su testimonio.

De cuanto he podido averiguar, deduzco que a principios del siglo XX este tipo de lucha se practicaba por doquier, aunque vivió sus momentos de esplendor en los siglos XVIII y XIX. Los makilkaris participaron en numerosas guerras y contiendas, como por ejemplo en la primera guerra carlista y en el enfrentamiento de los 100.000 hijos de San Luis. Parece ser que incluso Napoleón disponía de un regimiento de makilkaris para las luchas de cuerpo a cuerpo.

También en el siglo XX hubo expertos makilkaris. Me consta que en la década de los 70 tuvieron lugar algunas luchas, y que incluso en los años 1940-1945 hubo hábiles luchadores.

En el País Vasco continental se empleaban makilas más cortas. Estuve conversando con Joanes Bergara, el conocido artesano fabricante de makilas de la familia Ainciart-Bergara, quien no sólo me habló sobre varios luchadores y me contó unas cuantas anécdotas, sino que me ofreció algunos interesantes datos sobre las técnicas que se empleaban.

Conclusiones

Las técnicas que hemos podido llegar a conocer se parecen bastante a las empleadas por los sicilianos. Son modalidades lo suficientemente desarrolladas como para poder enfrentarse a soldados provistos de espadas.

La mayoría de las técnicas son giratorias y permiten mantener el cuerpo a salvo. Por ejemplo, esta misma técnica:

La forma de sujetar la makila es muy peculiar, pero permite girar y manejarla fácil y cómodamente:

Los tipos de makila que se empleaban eran dos: una larga, de 1,3 m.-1,5 m., y otra más corta, de unos 90 cm., para cuyo empleo existen unas determinadas técnicas:

En este caso, los golpes se asestan del revés, bien utilizando siempre la misma mano, bien turnándose entre ambas.

Por otro lado, y como venía siendo habitual en cualquier modalidad de combate, solía haber profesores y escuelas destinados a enseñar estas técnicas codificadas, quizás con menos formalidades que en la actualidad.

A partir de estos datos, y aprovechando las técnicas que los sicilianos emplean, sería perfectamente posible recuperar este tesoro marcial que surgió en nuestras tierras, siempre y cuando lo queramos…

Palos, bastones y makilas: EL ARMA

Antxón Aguirre Sorondo

EL ARMA

Como quedó dicho, palos, ramas y piedras fueron las primeras herramientas que conocieron nuestros antecesores primates para defenderse, cazar o atrapar las frutas de los árboles. Su multifuncionalidad a nadie escapa.

A partir de las Notas para un Curso de Antropología del profesor Francisco de las Barras de Aragón, podemos establecer una clasificación de las armas de primera generación, es decir las más simples, con resultados interesantes para el tema que tratamos. Por ejemplo, las armas de mano se dividen en armas de esgrima -con punta (lanza), filo (hacha) o con ambas (espada)-, y de contundencia (maza). El segundo grupo lo componen las armas arrojadizas, que según la forma de propulsión subdividiremos en de impulsión muscular directa (lanza) o con propulsor (honda), por propulsión de aire (cerbatanas) o por sólido elástico (arco o tirachinas). Finalmente, entre las armas de defensa se cuenta el bastón, el escudo y la coraza.

Como se ve por esta clasificación, el simple palo puede incluirse entre las armas de esgrima, de contundencia, arrojadizas, de impulsión y hasta de propulsión, amén de elemento de defensa. Más no se puede pedir.

En una reciente exposición organizada en el Museo de Arqueología de Alava sobre enfermedades de la prehistoria alavesa, se exhibió una colección de cúbitos afectados por fracturas de la diáfisis encontrados en varios yacimientos: tres piezas en San Juan Ante Portam Latinam, dos en el dolmen del Alto de la Huesera, uno en el dolmen de Los Llanos y en La Mina, y un caso más en la cueva sepulcral de Peña del Castillo-2. Todas las fracturas se recuperaron de forma admirable, hasta el punto que sería casi imposible percibir la existencia de una antigua lesión de no ser por el análisis radigráfico. Pero lo que más nos interesa aquí es lo que dice en el programa explicativo el excelente paleopatólogo Francisco Etxeberria Gabilondo, respecto al origen de las fracturas: «El cúbito se fracturó de forma transversal como consecuencia de un traumatismo directo, tal y como se produce cuando se recibe el golpe en la parte central del antebrazo al proteger el rostro ante el agresor. Este mecanismo de producción de las fracturas del antebrazo es frecuente en las disputas que se producen en los pueblos primitivos actuales que emplean palos como única arma de defensa y ataque».

Con la evolución, aquellos hombres convirtieron las piedras en lascas afiladas, y de la unión de palos y lascas surgieron las primeras hachas. Con el descubrimiento de los metales se sustituyeron las piedras por puntas de metal, naciendo así la famosa azcona o azkon vasca -por ejemplo-, cuya utilización ha llegado casi hasta nuestro siglo. En todo caso, lo que nos interesa subrayar es que el uso del palo como arma de defensa y ataque se remonta al mismo origen de la especie.

Un proverbio bíblico (XIII, 24) sentencia que «El que ahorra bastón no ama a su hijo», que acaso constituye la primera muestra de la concepción pedagógica del palo, tan antigua como actual (muy recientemente en Inglaterra se ha derogado el castigo corporal en las escuelas, con el consiguiente arrinconamiento de la extensa galería de palos al servicio de tan edificante objetivo). Con idéntico trasfondo, los ilotas espartanos -hace dos milenios y medio- recibían una ración de varazos diarios para recordarles su condición de esclavos.

En el Antiguo Testamento Dios promete castigar al rey con una «vara de hombre» (Libro II. Reyes, VII, 14), y en el Nuevo Jesucristo anuncia a los Apóstoles que serían castigados en las sinagogas a varazos. Pablo y Silas comprobaron en sus carnes la exactitud de la prédica, el primero de ellos por tres veces, a pesar de que la Ley Porcia del siglo 195 a. JC. prohibió que los ciudadanos de Roma fueran denigrados con la pena de varas o jus virgatum (sólo una vez el fundador de la Iglesia fue eximido). Más tarde los cristianos, romanos o no, padecieron esta penalidad por contumacia.

Ya anticipamos que los lictores romanos acompañaban a los magistrados con símbolos de justicia llamados fasces; pero cuando procedían a una condena a muerte, en su lugar portaban varas y hachas, instrumentos de suplicio capital: con las primeras flagelaban al reo antes de darle muerte con las segundas.

Para que no quede duda de lo consuetudinario de varas, férulas y látigos en la vida de la Roma clásica, añadamos que todos ellos eran parte del mobiliario escolar y doméstico para el apaleo de estudiantes y esclavos respectivamente.

Sólo tras la caída del Ancienne Régime, la Francia revolucionaria de 1789 eliminó la pena de varas.

Nuestros archivos están repletos de querellas por agresiones a golpe de palo, como esta de Noáin (N) datada de 1653: «Miguel de Irurzun, vecino de Noáin, contra D. Juan de Lecumberri, vicario del mismo lugar. Estando peleándose el demandante con Juanes de Lar, vicario, en vez de poner paz, le dio de palos y golpes. D. Juan declara que fue y a poner paz y como Irurzun le faltó al respeto, le dio dos zurriagazos».

Debo al investigador Koldo Lizarralde el hallazgo de un documento revelador de la común utilidad otrora de palos y chuzos (palo con una punta metálica en su extremo): se trata de las Ordenanzas de la villa de Elgoibar (G) establecidas en 1751 -cuyo original está depositado en el Archivo de Protocolos de Oñate-, en donde se indica expresamente que en caso de que la población sufriera un ataque de asaltantes, se haría sonar la campana y todos los varones útiles de la villa -es decir, los comprendidos entre los 18 y los 60 años- acudirían armados con fusiles, quienes tuvieran, y «los restantes con chuzos». Palmario es que quien más y quien menos poseía su propio chuzo como arma básica de defensa.

Aunque parezca evidente el uso de estos instrumentos por nuestros antepasados cercanos, tenemos otros datos que no nos resistimos a pasar por alto.

Ya citamos más arriba al antiguo Fuero de Navarra, para cuya redacción se utilizó el de Tudela de 1117, y para éste a su vez el de Sobrarbe. Pues bien, como apuntó el gran historiador navarro José Yanguas y Miranda, antes de su tardía impresión -año 1686- se procedió a adecuar el texto al tiempo y a las costumbres de la época, eliminándose al efecto una serie de puntos, y entre ellos el siguiente (que corresponde al libro 5, título 3, capítulo 8):

«Como debe ser fecha batailla de escudo et de bastón, et donde debe ser el consemble; et como et quales miembros debe ser mididos. Batailla de escudo et bastón, si ha á facer algún labrador del rey, los de Artajona son tenidos de dar el bataillio, et, trobando el comsemble, deben ambos los comsembles, ser cercenados, et á la nuit deven vellar en la glesia con lures escudos fechos de sieto de iguales, et los bastones. Otro sí, et al otro día débenlos sacar al campo por combater et deben los fieles parar lures señales et lures moyones; el que pasáre daqueillas seinales que sea vencido. Et los fieles, con el seinor, deben vedar que ninguna de las partidas non lis diga res á los combatidores; et si en todo aqueill día non se podieren vencer, de sol á sol, debe el un fiel prender al uno, et el otro fiel al otro; et al otro día débenlos tornar en aquell logar cada uno do seya, con aquellas armas que cada uno tenía en aqueill logar, así como los prisieron; et cuando al medir el reptado debe ser esnuo en bragas, et los otros eso mesmo que se deben medir con eill, et debe tenir los pies en una tabla plana, et débenlo mesurar los fieles, con correya de vaca estrecha, en las espaldas con los pechos á vuelta, el pescuezo cabo de la cabeza, et los musclos de los brazos, et en las munecas cabo las manos, en las ancas, en los musclos de las piernas, en las garras sobre los tobeillos; et débenlo mesurar dalteza; et después deben venir los otros peones et uno deillos aséntese sobre aquella misma tabla, sobíendo delant el qui es reptado; et deben mesurar como dicho es; et qui mejor iguala con eill, dalto et en ancho, bataille con él, como dicho es».

En resumen: dado un pleito entre labradores, si la justicia no podía probar de qué lado estaba la verdad se entablaba una «batalla de bastones», desarrollo del principio medieval de la ordalía o Juicio de Dios, que consideraba que el Altísimo no permitiría la derrota del justo. Cada pleiteador ponía un luchador para enfrentarse en los campos de Artajona, con bastones y escudos exactamente iguales, los segundos confeccionados con ramas. Antes, se medía a los luchadores para asegurarse que eran -utilizando el lenguaje boxístico actual- del mismo peso. Si el retado no presentaba contendiente en el plazo de 30 días se le daba como perdedor, y era además multado (67 sueldos y 6 dineros). Los combatientes velaban toda la noche con sus escudos y palos en la iglesia, rogando por su victoria. Al día siguiente los justicias y testigos los acompañaban al campo, correctamente amojonado para la ocasión. Iniciada la batalla nadie podía hablar a los luchadores y si durante todo el día ninguno de ellos noqueaba al contrario, a la puesta del sol se paraba hasta la mañana siguiente.

En caso de muerte de uno de los contrincantes, se condenaba al superviviente a pagar una cantidad en concepto de «homicidio».

Todavía encontramos restos de uno de estos desafíos en Irún (G) el año 1632: el día de San Pedro el presbítero D. Bartolomé de Ibaeta salió a danzar con unas mozas y osó tomar la mano a una de ellas, lo que ocasionó las iras de un tal Jacobe de Aliazaga. Se desafiaron a muerte en la plaza, «armados con daga y palo».

El lector se preguntará si existirían, como parece lógico a primera vista, especialistas e incluso profesionales en la lucha con palo. Y, en efecto, así era: el luchador debía combinar fuerza, habilidad y técnica para asegurar a sus clientes el éxito de su empresa, pese a que en teoría la causa previa recibiría la sanción divina.

En apoyo de esta hipótesis viene el testimonio del Padre Larramendi, quien hacia 1754 escribió en su Corografía de Gipuzkoa:

«Especialmente se ha olvidado la esgrima, en que se aprendía a jugar al palo como la espada, para dar y recibir los golpes, herir y defenderse, así como de agarrarlo para evitar el golpe y descargarle al mismo tiempo sobre el enemigo».

La manipulación durante generaciones de palos, makilas y chuzos como armas defensivas u ofensivas dio lugar a unas técnicas precisas trasmitidas de padres a hijos. Suponemos que los más avezados, los maestros, dado el provecho que sus servicios prestaban, recibirían el reconocimiento público. Pero sobre este particular volveremos más adelante