Pakistán es el vértice de un complejo triángulo

Las ocupaciones militares de Iraq y Afganistán han desembocado en una guerra abierta y permanente entre los diferentes grupos de la resistencia local y las tropas de ocupación lideradas por Estados Unidos. La sangrienta guerra que los ocupantes han llevado hasta esos dos escenarios nos hace en ocasiones olvidarnos de un tercer país, que junto a los anteriores conformarían una especie de triángulo interrelacionado y del cual Pakistán le podría corresponder el vértice del mismo.

La situación en Iraq cada día deja entrever con mayor claridad que los ocupantes buscan desesperadamente abandonar la zona y acabar con la continúa lista de bajas y coste económico que están afrontando (evidentemente la seguridad y el futuro de la población local no entra entre los parámetros para abordar la estrategia venidera). Adornando la situación a través de un gobierno títere intentarán salir de Iraq y dejar la situación abierta para que se pueda producir un enfrentamiento «local».

Por su parte, la situación afgana no presenta tampoco un panorama alentador para las fuerzas de ocupación. Como bien ha señalado recientemente un alto diplomático británico, «la actual situación es muy mala, y los aspectos de seguridad empeoran cada día, y luego está la corrupción rampante, y un gobierno que ha perdido cualquier credibilidad…». Las fuerzas extranjeras están inmersas en una labor de mantener por tanto un régimen que puede reventar en cualquier momento, atrapándoles a ellos en su caída. Por ello, no debe extrañar las últimas llamadas a una posible salida negociada en Afganistán, con el papel de intermediario privilegiado concedido a Arabia Saudí, pero que de momento tan sólo ha echado a andar.

Numerosas fuentes estadounidenses están señalando que la mayor amenaza para sus intereses puede encontrarse en Pakistán, y sobre todo en el rumbo que este país tome en el futuro cercano. Lo cierto es que la intervención de Washington ante el que hasta ahora era su aliado estratégico en la región puede variar. Y de paso las relaciones entre ambos actores también pueden seguir rumbos diferentes.

La llamada intervención unilateral estadounidense se está convirtiendo en uno de los mayores focos de tensión en estos momentos, y está provocando una situación de la que todos quieren sacar partido. El aumento de los ataques estadounidenses en territorio paquistaní ha generado buena parte de esa polémica. Sin embargo, conviene recordar que no es una cosa nueva, ya que desde octubre del 2001, los lanzamientos de misiles contra zonas de Pakistán o el vuelo de aviones sin piloto sobre territorio de ese país han sido una constante. Sin embargo, en estos momentos nos encontraríamos ante lo que un analista de EEUU ha definido como «el paso del aire a tierra».

En este contexto cobra relevancia el ataque estadounidense del pasado tres de septiembre en el sur de Waziristan. La presencia militar norteamericana en suelo paquistaní y en una operación contra la población local ha generado airadas reacciones en buena parte de los diferentes segmentos y actores del país. El hecho de que fuera llevada a cabo sin previo aviso al gobierno o a los militares paquistaníes es una fuente del importante malestar en el status quo, al tiempo que ha generado el rechazo general y ha supuesto un aumento del sentimiento anti-americano entre la población.

Los estrategas de Washington están meditando un cambio en la relaciones como medida para forzar una mayor implicación de Pakistán en la defensa de los intereses de EEUU, aún a costa de la estabilidad del país asiático. Por un lado está el informe de un importante instituto estadounidense, el USIP, señalando que «el tiempo del cheque en blanco ha concluido», y por otro lado está la destitución del responsable del ISI y su sustitución por Ahmed Shuja Pasha, conocido pos su simpatías hacia EEUU y su radical oposición al movimiento taliban. Ese cambio ha estado acompañado de otros en las ramas externas y locales del ISI.

Por su parte, el nuevo mando militar estadounidense para la zona, el general David Petraus, ha apuntado la necesidad de repetir la experiencia iraquí, donde afirma que se tuvo que negociar con una parte de la resistencia ante la imposibilidad de acabar con la misma. Esta posición vendría a complementar la de aquellos que apuestan por una intervención directa en Pakistán para mantener a salvo los intereses norteamericanos. De momento, Petraus se ha encontrado con el rechazo de los talibanes locales, que lejos de aceptar esos cantos de sirena han incrementado sus acciones.

El ataque contra el hotel Marriott el pasado día veinte ha supuesto un importante salto cualitativo en la inestabilidad de Pakistán. Independientemente de saber quienes han sido sus autores, éstos han conseguido incrementar la sensación de inseguridad tanto entre la diplomacia extranjera como entre la población local, que ha sido la que ha sufrido la mayor parte del ataque (empleados civiles, elementos de la clase política…). Por otro lado han logrado una amplia cobertura mediática y han demostrado su capacidad para atacar zonas que en teoría se suponen las más vigiladas del país (la residencia presidencial se encuentra a escasa distancia del mismo).

Otro aspecto que ha podido sacar a la luz ese atentado es la creciente inestabilidad política de Pakistán. La decisión del presidente Zardari de mantener su viaje a Washington poco después del ataque ha sido mal visto por la clase política local y la población que le acusa de falta de sensibilidad.

Y todo ello se enmarca dentro de la ruptura del pasado agosto de la coalición gubernamental que apenas ha durado cinco meses, y que ha contribuido a acrecentar el vacío político. Si a ello unimos las múltiples insurgencias y enfrentamientos violentos que se suceden en Pakistán (los baluches por un estado propio, las pugnas entre chiítas y sunitas, la insurgencia en las zonas tribales, la presencia de militantes islamistas extranjeros en torno a al-Qaeda, el auge del movimiento taliban paquistaní…) es evidente que nos encontramos ante la posibilidad de «una peligrosa ramificación de todo ello tanto en la estructura política como económica del país».

Las diferencias entre los dos partidos mayoritarios, el PPP de Zardari y la PML-N de Sharif han desencadenado la nueva crisis. Los segundos pretenden restaurar en sus puestos a los jueces apartados por Musharraf, pero el actual presidente, Zardari, teme que con esa medida se anule la amnistía que le aplicaron a él y que le ha permitido hacerse con la presidencia y que se cierren al mismo tiempo los casos de corrupción contra él (no olvidemos que al nuevo presidente se le conoce como el «señor 10%» por las cantidades que cobraba a cambio de favores políticos).

Zardari ha maniobrado estas semanas para atraer a los que antes eran sus enemigos políticos. Así, ha nombrado embajador en Washington a Husain Haqqani, que dirigió la campaña contra Bhutto en 1988. Además ha logrado, con el nombramiento de Hussain Haroon como representante permanente ante Naciones Unidas, el apoyo de la poderosa familia Haroon, enemiga tradicional del partido de Zardari. Por último, está buscando acuerdos con antiguos apoyos de Musharraf y con el influyente movimiento religioso, Jamiat-i-Ulema-i-Islam de Fazlur Rahman.

Para echar más leña al fuego, las recientes declaraciones de Zardari, acusando de terrorismo a los movimiento armados de Kashmir puede añadir un nuevo factor desestabilizador, si éstos deciden responder violentamente esas palabras.

La potencialidad nuclear, el vacío político, las mil y un luchas armadas, la presencia de al Qaeda, son ya de por sí elementos que no ayudan a generar un clima de paz, y a todo ello añadimos la intervención interesada de Estados Unidos nos podemos encontrar con un nuevo frente de guerra, esta vez con el epicentro en Pakistán.

* TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)