El discurso de la sangre

Cada vez que escucho apelaciones a la sangre para justificar posiciones políticas siento náuseas. La sangre es el recurso de la ignorancia, del racismo, de la impotencia intelectual. La sangre es el argumento de quienes no tienen argumentos. La sangre es el discurso de Mariano Rajoy, es el discurso del PP, es el discurso de una de las formaciones políticas más repugnantes y execrables de Europa, una formación que, tanto por sus orígenes como por su participación en la gran mentira sobre Irak -con una invasión que causó cien mil muertos, la mayoría civiles-, debería ser llevada ante un tribunal penal internacional. Con el pasado fascista de su fundador, con la negativa de éste a renegar de su pasado y con la negativa del PP a condenar el franquismo, es suficiente para aplicarle la ley de partidos e ilegalizarlo de arriba abajo.

 

Rajoy y el PP saben que no hay fuerza política o militar que pueda someter un pueblo indefinidamente . Se le puede oprimir durante un tiempo, se le puede esposar mientras su conciencia nacional está abatida o en fase de reconstrucción, pero cuando por fin despierta y clama por su dignidad ya no hay nada que lo pueda detener. Este es el caso de Cataluña, una nación de Europa que ha tardado tres siglos en despertar de una pesadilla y que ahora, finalmente, ha dicho basta a la dominación española. Y como ni los fantasmas del miedo, ni los insultos, ni las amenazas parecen detener el paso firme del pueblo catalán, Rajoy y su partido justifican la dominación hablando de los catalanes y los españoles que «han mezclado su sangre y cruzado sus familias». Como si los vínculos matrimoniales entre unos y otros implicaran la desaparición de la nación catalana. Es decir que los españoles, por el solo hecho de casarse con catalanes, habrían borrado su identidad nacional y les habrían transmitido la identidad nacional española. Cómo le gustaría esta tesis a Vallejo-Nájera.

 

Sin embargo, si el señor Rajoy, en calidad de presidente del gobierno de España, quiere hablar de sangre, puede empezar por pedir perdón a los pueblos de Latinoamérica por la sangre que la colonización española derramó -sólo en México, los dieciocho millones de habitantes quedaron reducidos a dos-. Si el señor Rajoy quiere hablar de sangre, puede empezar por pedir perdón a Cataluña por el asesinato del presidente Lluís Companys -Alemania y Francia lo pidieron en 1990 y 2008 por haberlo deportado-. Si el señor Rajoy quiere hablar de sangre, puede empezar por reabrir el caso de Salvador Puig Antich, como piden sus hermanas, y reconocer que su proceso fue un crimen de Estado. Si el señor Rajoy quiere hablar de sangre, puede empezar por pedir perdón por toda la sangre que el nacionalismo español ha derramado en nombre de la sacrosanta «unidad de España».

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