La encrucijada turca

El comienzo del juicio en torno a la trama golpista Ergenekon en Turquía ha supuesto un importante paso adelante para sacar a la luz pública las redes intervencionistas que desde los años de la llamada Guerra Fría han actuado impunemente en aquel país.

Para algunos, el caso Ergenekon no es sino la punta de un iceberg mucho más complejo que tiene sus raíces en la estrategia que en la década de los 50 desarrollaron EEUU y sus aliados de la OTAN en diferentes estados europeos y Turquía.

Así, vuelven a preguntarse sobre la famosa red Gladio que operó en Italia, y que forjó un maraña de intereses y personajes que defendían sus propios intereses y que llegaron a actuar con absoluta impunidad, desestabilizando gobiernos y estados. Por eso, esas mismas fuentes desean saber qué fue de esas «otras redes Ergenekon» que han campado en Europa desde los años de la Guerra Fría, y que ningún Gobierno occidental se ha atrevido a enjuiciar hasta hoy.

Coincidiendo con la apertura de juicio se han sucedido los debates, tanto a pie de calle como a nivel mediático. Para la mayoría de la población turca, cada día que pasa, se hace más evidente, y está más convencida que Ergenekon «ha realizado operaciones ilegales y clandestinas para derrocar a los gobiernos elegidos democráticamente». El debate en la calle señala que la vista judicial puede contribuir a que esa sensación se acreciente, de ahí que los defensores de los acusados busquen dilatarlo o aplicar una estrategia de constante obstaculización.

Los medios de comunicación extranjeros han seguido los primeros días del juicio con gran amplia cobertura. Mientras, los medios locales reflejan la división entre quienes creen que «los gobiernos elegidos democráticamente han sido atacados por grupos ilegales» y los que mantienen que «se trata de una estratagema y maniobra del Gobierno del AKP para acabar con sus oponentes, defensores del laicismo del Estado».

«Test para la democracia turca», «Histórico caso judicial», «El juicio del siglo», «La historia cambia hoy», «La tercera confrontación con el Estado profundo» y «El maratón Ergenekon», son algunos de los titula- res que se han sucedido estos días en la prensa turca.

Sin embargo, el papel de los militares se sigue moviendo tras el telón mediático y judicial que se ha formado en torno a Ergenekon. Hace unas semanas, se han sucedido las críticas contra la efectividad de las Fuerzas Armadas turcas en su lucha contra los independentistas kurdos. Si hace casi un año, un ataque contra un puesto militar por parte del PKK dejó decenas de soldados muertos y generó dudas sobre la capacidad militar turca, el 3 de octubre, un ataque similar de la guerrilla kurda, con diecisiete soldados muertos, ha disparado las alarmas en algunos sectores militares, poco propensos a las críticas de la opinión pública.

Desde el Gobierno, conscientes del peso que todavía tiene el estamento militar y sabedores de que el caso Ergenekon también le ha salpicado, se han lanzado discursos de apoyo al Ejército, al tiempo que se ponen en marcha mecanismos para reforzar su papel en la lucha contra el PKK. Esta misma semana, el todopoderoso Consejo de Seguridad Nacional ha aprobado importantes reformas, reestructurando algunas agencias e instituciones para «una mayor eficacia en la política antiterrorista».

Al mismo tiempo, el Gobierno turco ha lanzado una campaña diplomática para lograr acuerdos con EEUU (que le sigue prestando apoyo y coordinación en materia de inteligencia y militar) y con el Ejecutivo de Bagdad (que le permita seguir atacando los campamentos del sur de Kurdistán), lo que conformaría una especie de troika para combatir al PKK. También se han producido estas mismas fechas contactos con algunos representantes de los kurdos del sur, pero todavía Ankara sigue desconfiando de los mismos, y los dirigentes kurdos también son conscientes del rechazo que genera su colaboracionismo con Turquía entre su población, de ahí que sus apoyos sean puntuales y mediáticos.

Los kurdos siguen siendo «los únicos que llevan décadas resistiendo los intentos asimilacionistas turcos y defendiendo su identidad». Las políticas turcas de represión que caracteriza al rancio nacionalismo asimilacionista de Turquía se siguen topando con la resistencia kurda.

En los últimos meses, el Gobierno del AKP lleva manteniendo una política de doble cara, para intentar ganar el apoyo de la población local. Por un lado, promete inversiones (como los proyectos de Apoyo a la Infraestructura de las Aldeas -Köydes-), lanza discursos políticamente correctos de cara al pueblo kurdo, pero no termina de permitir que el mismo ejerza libremente su derecho a la libre determinación. Desde Ankara, se quiere presentar la situación encaminada hacia la normalidad, pero la existencia de partidos políticos prohibidos, la ocupación militar, las persecuciones y las torturas… evidencian que la realidad no es para nada «normal» en el norte de Kurdistán.

La tensión ha ido creciendo cada día, y la mayoría de observadores coinciden en señalar que hasta las elecciones municipales del 28 de marzo, todos buscarán ganar el apoyo de la población y hacerse cada vez más presentes. Desde el Gobierno turco se combate y persigue a los militantes kurdos, principal obstáculo para un hipotético triunfo electoral, que sería presentado como la «normalización definitiva» de la situación turca, o lo que es lo mismo, la asimilación definitiva del pueblo kurdo.

De todas formas, otras voces turcas, más conscientes de la realidad, ya han apuntado a que cualquier intento de resolver el conflicto por la vía militar está condenado al fracaso y apuestan por la búsqueda de fórmulas negociadoras que sienten a ambas partes en una mesa.

Todavía es pronto para saber el desenlace del juicio, pero como decía un periodista local, tal vez se haya dado el primer paso para «poner fin al ciclo de golpes militares y de ese llamado `Estado profundo'». Otros señalan que esa postura es excesivamente optimista, y recuerdan un caso sucedido en 1996, cuando a raíz de un accidente de tráfico se destapó el escándalo «Susurluk», que destapó la estrecha relación entre un jefe de Policía, un político kurdo que colaboraba con Ankara contra el PKK y un jefe mafioso. Al final y pese a las evidencias, todo quedó en nada.

El poder de Ergenekon, un «pulpo gigante» con importantes conexiones en toda la estructura del moderno Estado turco, todavía dará sus últimos coletazos. Y si al final los acusado son absueltos, intentarán realizar protestas en las calles, como en el pasado, para acabar con el Gobierno del AKP.

Mientras se produce el desenlace del juicio, y pese a la incertidumbre, uno no puede dejar de sentir cierta «envidia» al ver en el banquillo de los acusados a personajes que durante años han manejado las riendas de aquel aparato represor, una situación impensable en otros estados con el label de «democracia occidental».