Las maniobras contra la lengua

El lenguaje y la escritura son dos creaciones sin las cuales se hace difícil imaginar nuestra evolución cultural. El primero nos ha permitido explicar hechos, argumentar ideas y transmitirnos la experiencia; la segunda ha ampliado la transmisión de esta experiencia depositando en archivos y bibliotecas todo el saber alcanzado. Nada de esto habría sido posible sin nuestra capacidad de adaptación a la adversidad. La lengua catalana, sin ir más lejos, es un ejemplo. No ha tenido más remedio que adaptarse a la adversidad, después de tres siglos y medio de persecución sistemática. Una persecución, por cierto, que es muy viva, como lo demuestran las agresiones constantes que recibe por parte del gobierno español en el Principado, en el País Valenciano, en las Islas y en la Franja de Ponent. España ha elaborado un plan para exterminarla y los puntos donde concentra más energías son las escuelas, con la imposición de la lengua española, y el cierre o debilitamiento de los medios de comunicación en catalán. Recordemos el desmantelamiento de Canal 9 y Som Radio, única televisión y unica emisora radiofónica que emitían en catalán en el País Valenciano y en las Islas, respectivamente, y la maniobra de Madrid para obligar a TV3 a cerrar dos de sus canales antes del 1 de enero de 2015.

«Nos tienen miedo», decía el poeta Màrius Sampere, hace unos años, «un miedo patológico, tal vez ancestral». Y tenía razón. Parece un miedo filogenético, irrefrenable, ante la más mínima manifestación de catalanidad. Mande quien mande en Madrid -sería necesario que los catalanes lo interiorizásemos-, el conflicto entre Cataluña y España persistirá porque la segunda no puede admitir la existencia diferenciada de la primera. De ahí la virulencia de su comportamiento, de ahí la agresividad con la que reacciona contra todo lo que interpreta como una insubordinación a su autoridad. Y ese es el problema, que no tiene más autoridad que la que ella misma se atribuye. Basta con ponerse en su piel para entenderlo. No puede admitir la existencia de la nación catalana porque ello supondría admitir, indefectiblemente, la inexistencia de la España que el plan FAES, a través del ministro Wert, pretende imponer. Se da cuenta de que ha fracasado en el intento de instrumentalizar la inmigración para tratar de frenar la conciencia nacional de los catalanes -el independentismo está lleno de hijos y nietos de gente española que vino a Cataluña- y ahora pretende dividir a los alumnos en las escuelas por razones de lengua. «Dado que hay demasiados catalanes», sería su conclusión, «dividámoslos para que haya menos». En definitiva, se trata de dinamitar la cohesión del pueblo catalán para evitar que sea imbatible.

Afortunadamente, a pesar del tiempo valioso que hemos perdido estos años, todavía estamos a tiempo de cambiar la situación. Ahora es necesario que la Generalitat asuma las responsabilidades que le han sido conferidas como gobierno nacional de Cataluña y que haga frente con firmeza, ya que la lengua catalana no puede ser una lengua optativa cuya salvaguarda dependa de las actitudes individuales. El aumento espectacular que ha experimentado el independentismo estos últimos años en el Principado nos indica hasta qué punto hemos recuperado la confianza en nosotros mismos y hemos desactivado el mecanismo que mantenía paralizadas a las generaciones precedentes con la resignación como programa de futuro. Ahora, pues, por fin, estamos inmersos en el proceso que ha de convertir a Cataluña en un Estado independiente, el único estatus que garantiza que las lenguas y las naciones disfruten de la vida en libertad.

Diari de Sant Cugat