Uno de los nuestros

La fuga definitiva

Mario, que siempre estuvo huyendo, ha llegado a la meta sin que sus perseguidores le echaran mano

Es sabido que los gatos tienen siete vidas. Durante tiempo he pensado que Mario también pertenecía a esa especie. Siempre lo escuchaba haciendo planes para los próximos treinta años, y, cuando contaba sus peripecias del pasado, era evidente que había resucitado más de una vez. La suerte y la audacia le acompañaron. En mil y una ocasiones había salido de otros tantos atolladeros. En la guerra y en la paz. Su vitalidad era sorprendente, capaz de provocar sonrojo entre sus amigos más cercanos. Era nuestro Pepito Grillo, nuestra conciencia. Hasta hace unos meses, cuando comenzó a presentir que quizás las vidas no eran más que una. Que polvo somos. Me desconcertó al principio. No era el Mario que yo conocía, no era mi Mario. Puso límites a la vida. Y comenzó a repasar sus escritos inéditos y a enviármelos para prepararlos y, algún día, editarlos. Mario percibía el punto y aparte. Y, por eso, quería ordenar sus pensamientos que, en la conversación y desde que le conocí, se agolpaban. Y luego tomó una decisión que había esperado toda una vida. Volvería a Euskal Herria y dejaría su casa de Nueva York, esa embajada por la que habíamos pasado buena parte de quienes viajábamos a Estados Unidos por una u otra razón. La decisión tenía que ver también con la cercanía del punto y aparte, con la conclusión del capítulo vital. Desde 1936, es decir desde hace casi 70 años, Mario deambulaba por el mundo, huyendo del fascismo, del macartismo. Su casa fue la de Nueva York durante décadas, pero también hubo otras, en California, en México… Desde que fue detenido en Santoña, Mario huía, huía, sobre todo, de España. Y ahora, con ese tono socarrón tan propio del país, se ríe de sus perseguidores. Llegó a la meta intacto, sin que sus seguidores pudieran echarle mano, ni a él ni a sus ideales, tan presentes ahora como hace 70 años. Y en esa meta se ha encontrado con todos aquellos gudaris, guerrilleros y conspiradores que inmortalizaron Pío Baroja o Marc Legasse, reales o virtuales, que, con Mario, habrán comenzado a preparar una nueva revolución.