El poder de los hombres libres

Decía el líder de podemos que afortunadamente el Bundesbank, no había sido elegido en la vieja Hélade. ¿Pero se presentaba? Por supuesto,  que ahí estaban sus leales siervos, los  de Nueva democracia, Pasok etc…

Hemos de decir, que las utopías han sido el motor del  desarrollo humano.

Los derechos humanos  o el concepto de ciudadano, sin  el riesgo –incluso  la hoguera- de los pensadores  renacentistas o de la osadía de los intelectuales del siglo de las luces, hubieran sido impensables.

Por eso, hoy, y por mucha utopía que parezca, afirmamos que el poder legítimo ha de ser exclusivamente el que en todo momento, se someta al control de la mayoría ciudadana. Y entendemos que sólo, tal legitimidad, garantiza una justicia, solidaridad humana, actitud moral etc… impecables.

Hoy día en cambio, padecemos un poder  ejercido desde la tiranía del capital y como alguien dice, el de la chulería de los mercados.

Los grandes magnates y acumuladores del dinero, flagelan a los pueblos con  deudas insalvables. Deudas generadas por oligarcas y políticos corruptos, cuya indemnización se endosa a las clases humildes, ajenas al despilfarro que las produjo.

Otro poder, es el impuesto con la violencia de las armas, con el fanatismo y coacción de las religiones, con la represión política y la intoxicación mediática etc… Tal poder, somete sistemáticamente al ciudadano a la servidumbre,  a la miseria, al sufrimiento y a la muerte. También de este somos testigos.

Hoy  está en pleno vigor este poder tan sanguinario como criminal. Y justamente en momentos, en que gran parte de la sociedad se empeñaba en conocer y encarnar, el espíritu de los derechos humanos.

Esta bien claro que la maldad y avaricia de unos pocos es la verdadera responsable del sufrimiento del mundo.

Resulta obligado afirmar con toda nuestra consciencia, que los que anulan las conquistas sociales son los auténticos enemigos del pueblo. Esta evidencia ya debiera haberla asumido cualquier ciudadanía avisada y consecuente. De haber sido así, ya hubiéramos desterrado a estos monstruos de la injusticia y de la codicia, al limbo de los indeseables…  Aunque los/las sinvergüenzas, traten de amedrentarnos desde sus poltronas.

Así pues, el no haber asumido esta evidencia, supone sostener a presidentes y políticos corruptos, bancos tan mezquinos como ladrones, jueces pura carne de cohecho.(Y es que, como decía cierto bufón, ingrato recuerdo para los catalanes, Montesquieu ha muerto)

Y sin embargo nunca más urgente proponer utopías, para los que no perdemos la esperanza de conquistar la dignidad del ser humano.

La utopía no es un camino a la aventura. Es un itinerario proyectado desde la plena madurez de los ciudadanos. Los ciudadanos han de creer que por serlo tienen derechos a la vivienda, alimento, educación, trabajo…etc… Al menos si es cierto, que por nacer y sin que importe su condición social, la raza etc… todos seamos iguales.

La comunidad humana, jamás deberá aceptar –y habrá de rebelarse- que unos acumulen riquezas mientras otros se mueren de hambre… Y en el mismo sentido que muchos míseros mueran de frío a las puertas de miles de pisos vacíos… Y tantos otros despropósitos –tolerados por políticos, con la “profesionalidad” del celo policial- .

Claro, está el tabú de la intocable propiedad. Tema harto complicado para tratar de hincarle el diente en unas líneas…  Pero yo entiendo que una sociedad justa y solidaria, alguna vez tendrá que poner límite a ciertas acumulaciones de bienes, patrimonios, alimentos etc…  Sobre todo cuando tal amontonamiento, promueve la miseria humana. Y no quiero entrar ni en la ética, ni en la legalidad,  en el proceso de semejantes hacinamientos de riqueza…

En definitiva, el asunto es si nos sentimos ciudadanos libres. En tal caso deberíamos denunciar o desobedecer a gobiernos estatales o supraestatales, que con desvergonzada iniquidad estafan y humillan a la ciudadanía.

Un gobierno, que por ejemplo propone un programa y lo incumple, automáticamente debería perder toda su autoridad. Aunque nos mande lo que algunos coloquialmente llaman “la madera”. Al fin siempre acabamos en el mismo paraje…

Por eso la utopía, la de creer que solo el poder de la voluntad ciudadana libremente expresada –ni el del capital o el de las armas- valga la redundancia, nos hará libres y controlará a los malos…

Cuando la voluntad ciudadana, sea  sagrada para todas las instituciones del estado, hablaremos de un estado democrático. Mientras tanto los ciudadanos siempre estaremos a merced de mafias, o de la arbitrariedad de una empresa privada, por mucho que farolee de partido político…