Ortodoxia: obscurantismo e inquisición

El 8 de Febrero del 2005, aparece en «L´Observatore romano», un documento firmado por J.Ratzinger. En él, el teólogo Roger Haight, viene a ser castigado por hereje. Se le acusa de que en su libro «Jesús Symbol of good» se expresan ideas contrarias al mensaje central del cristianismo. Es probablemente la última actuación más sonada, de este viejo teutón, corazón de acero en alma de cancerbero, hoy, el nuevo, flamante e infuso Benedicto XVI. Los especialistas aseguran, que durante su gobierno en el viejo santo oficio o congregación para la doctrina de la fe, han sido censurados o excomulgados alrededor de 500 teologas/os y moralistas. Por citar algunos… Hans Küng, Bernärd Haring, Charles Curran, Ivonne Guevara, Eduardo Schillebeekx, Gustavo Gutierrez, Leonardo Boff, Juan José Tamayo, Marciano Vidal, Forcano, M. Fraijó, Xavier Picaza, José María Diez Alegría…

Pero sin duda, quienes más soliviantaron a este «Santo oficio», Gestapo de espíritus libres, valientes y honestos, fueron los teólogos de la liberación.

Leonardo Boff relata estremecido el juicio al que fue sometido en presencia del propio Ratzinger. El escenario y la parafernalia en nada envidiaban a una puesta en escena de la «Santa Inquisición». Lo que nos hace pensar a muchos que la iglesia está anclada en el medievo y que su soberbia, su enrocamiento y sus torquemadas son una auténtica amenaza para la libertad y la pacificación de las conciencias.

W.D. Lindsey afirma que las instituciones que oprimen sistemáticamente a sus pensadores, poetas y profetas, son instituciones en decadencia. No es posible, observaba el pensador cubano José Martí, que Dios ponga en la cabeza de la persona el pensamiento, y que un obispo que no es tanto como Dios prohíba expresarlo.

Muchos habíamos decidido que los métodos aplicados por Ratzinger no difieren en gran medida de las violaciones de los derechos humanos que dictaduras y estados totalitarios aplican a sus ciudadanos. ¿Alguien duda del control absoluto que Ratzinger y el Opus Dei han ejercido sobre el catolicismo? Y pensemos que un teólogo defenestrado en Roma automáticamente agota todas las posibilidades de recurso. O se arrepiente y se enmienda retractándose de sus veleidades o será suspendido como profesor, párroco, obispo… y -cabe mayor sadismo anticristiano- como persona cabal… Porque evidentemente, no existen límites a la potestad del Papa. Nadie puede juzgar al Papa. Ni siquiera Dios, aunque de darse el caso, ¿quién lo iba a testimoniar?

Ante este horizonte, no es extraño que las conciencias honestas se rebelen y que pongan en tela de juicio los fundamentos de una religión así entendida, por los peligros y maldades que puede conllevar. Dios une, la religión separa, decía Casaldáliga.

Así debe ser, cuando en palabras de R. Haight «no se puede seguir afirmando todavía que una religión pueda pretender ser el centro hacia el que todas las demás tienen que orientarse». No habrá paz entre las naciones, si no la hay entre las religiones, reflexionaba Hans Küng.

Y es que no se puede pretender organizar las conciencias, desde una burbuja sagrada, con los censores apretados en una mórula jerárquica blindada. Si algo tuvo el fundador del cristianismo fue su entronque en las capas más bajas de la sociedad. Se han complicado las cosa de tal forma, que han tratado de convertir una religión de pastores y pescadores semianalfabetos -apunta Renato Prada-, en una institución grecorromana, donde las sutilezas teológicas y el legalismo jurídico parecen su esencia.

Ese «tinglao» precisamente es el que tratan de desmontar los teólogos de la liberación. Y de su teología deducimos que el sacerdote se transforma de opresor en aliado de los pobres. Ya no conspira con los terratenientes, ante un pueblo que confundía la resignación con el bien.

Este mensaje se explicita en «La casa de los espíritus» de Isabel Allende: «Hijo mío -dice el sacerdote-; la Santa Madre Iglesia está a la derecha, pero Jesucristo estuvo siempre a la izquierda».

¿Què decir del grave contencioso con las esencias del más elemental humanismo, con las bases de la justicia y de la antropología? Me refiero al sangrante tratamiento que estos prebostes de la púrpura y de la ortodoxia dan a los derechos de la mujer. Ivonne Gebara, religiosa brasileña, en 1994 fue censurada al desarrollar sus reflexiones, en temas relativos a la mujer, que se me antojan de una clarividencia trascendental.

La propia teología de la liberación, recalca Ivonne Gebara, se movía, de todas maneras, dentro del esquema patriarcal del pensamiento. Para Gebara, hombre y mujer no son realidades biológicas, sino culturales. No se tiene un sexo biológico, sino cultural. No hay una esencia femenina y otra masculina preexistente al hombre y a la mujer histórica, sino cultural. Te dicen que tú, como hombre o como mujer, no puedes o no debes hacer determinadas cosas. Hasta te visten de una determinada manera. En definitiva hay una construcción social de la cuestión biológica. La cultura te educa de una manera en que son rarísimas las mujeres del medio popular que no tienen la mentalidad de la sumisión. Realidad todavía más fuerte en instituciones como la Iglesia. Los modelos jerárquicos tienen que cambiar, no exclusivamente en lo social sino en lo sexual. Los mismos sacramentos son siete para los hombres y seis para las mujeres. Pero si intentas hablar distinto que los hombres, desde tu dolor, desde como te sientes como mujer, no te escuchan, porque el dolor de la mujer no es normativo; el del hombre sí. Se nos dice que la sangre de Jesús es redentora… Nunca se habló de la sangre de las mujeres, que más bien es considerada como impura… ¿Cuál es el Dios de las mujeres?

Sabemos como se despachó el entonces cardenal Ratzinger con esta buena monja y con todos estos mensajeros/as de los desheredados. Unos fueron tildados de herejes, otros comunistas, aquellos asesinados impunemente ante la indiferencia vaticana; todos ellos exilados en el mas humillante desamparo.

Creo que en la vivencia y el compromiso con las esencias evangélicas son incuestionables: vinculación radical con el mundo de los pobres, apuesta por la libertad de las conciencias y del pensamiento, condena expresa y excomunión de los señores de la guerra y de los agentes que roban el alma y las riquezas de los pueblos… Pero tal parece que en el mundo de hoy este espíritu se escapa de los parámetros de las religiones… Y es que tal vez el auténtico cristianismo no sea una religión o al menos transite por senderos opuestos al de las actuales instituciones, llámense cristianismos, budismos, islamismos, etc.

En puridad evangélica, el papado debiera jugarse su prestigio en los cenáculos del neoliberalismo y de la ética de los poderes fácticos. Habría de abandonar ese fatuo y místico «glamour» de corte opusdeista, incluso tendría que alejarse de Roma. Si así fuera, predicaría el Dios del amor, del gozo y del perdón y no el de los castigos… Y es que en estas últimas décadas, todo lo que emana de Roma y de las prelaturas tan fundamentalistas del sistema, son normativas, planteamientos éticos trufados de maniqueísmos -otros posibles, según Ratzinger pecan de sospechoso relativismo- intransigencia ante las nuevas prespectivas de la sexualidad -¿Qué harán los gays y lesbianas católicos?-, desatinadas pautas, hasta el escándalo, para el tratamiento del sida, etc., etc.

¡Cuán lejos, cuan en las antípodas camina Roma de la verdad, del frío y escaso pan de los pobres! Crea sus santos entre armiños y hopalandas y prohíbe los mártires que cubren la nobleza del alma con harapos. Mártires prohibidos como Monseñor Romero o el prelado argentino Enrique Angelelli. ¿Dónde estuvo la corte vaticana cuando lo asesinó la triple A, harto de condenar la violación de los derechos humanos y la represión brutal del asalariado. «Escape excelencia», le decían amigos y feudos… «Tengo miedo, pero no se puede esconder el evangelio debajo de la cama». Y lo asesinaron. Ese sí, ése si es un mensaje en el que uno puede creer. Tal vez el único que pueda evitar un futuro de templos envueltos en la frialdad y en el silencio… Es el mensaje de hombre comprometidos con la justicia, como el de Angelelli:

«El pan que en el horno florece ¡es para todos, amigos!, nadie se siente más hombre, la vida se vive en el pueblo… ¿Por qué no quieren que diga lo que siento… es que es mentira hablar del silencio… no escuchar el grito de los de tierra adentro?