El manual

Nos encontramos en un escenario sobre el relato de lo ocurrido en las últimas décadas que se asemeja sobremanera a aquella Causa General que abrió el franquismo a los supuestos crímenes de la República. La pureza y nobleza de la razón franquista estaban por encima del resto de valores que quedaban eclipsados por el entonces bien común. Es decir, que el fin justificaba los medios.

Todo lo que emigraba de aquel argumento era, en realidad, parte de un contubernio primero judeo-masónico, más tarde rojo-separatista. Había, para atacar al régimen, una serie de manuales, en los que se explicaba al detalle cómo socavar los cimientos del falangismo y la memoria imperial de España. Tal y como los que han denunciado torturas o secuestros recientemente.

Así, denuncias, acusaciones, libelos, debieron encontrarse en un manual, o varios, que para Martín Villa o Fraga se redactaban en los sótanos del Kremlin, para Díaz Fernández o Pérez Rubalcaba, en la sede central de la izquierda abertzale, probablemente en algún zulo adaptado, ubicado en Hernani o quizás en Amoroto o Heleta.

Siento defraudar al lector más sorprendido. Años y años de investigaciones, profundas a veces, superficiales otras, no me han permitido encontrar esos famosos manuales. Ni siquiera los de época lejana. Se podría suponer, con razones más que sobradas, que soy un pésimo investigador. Sin descartar esa posibilidad, en mi defensa aduzco que decenas de colegas con los que en estos años he tropezado en archivos, hemerotecas y bibliotecas, tampoco han descubierto esos míticos manuales rojo-separatistas. Ni siquiera los terroristas, más accesibles desde la cruzada moderna de Bush.

Sí, en cambio, he hallado diversos manuales, de colores, tipografía o extensión diversa, sobre la actuación de los llamados cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. La perspectiva nos ha permitido comprobar cómo existe todo un protocolo de actuación para abordar y aplacar a la disidencia. Y no me refiero al Plan Zen, la madre de todos los planes, sino a manuales más breves, como aquellos que, con letra minúscula, acompañan a otras herramientas y pertrechos.

El penúltimo de estos manuales tiene ya sus años, casi 30. Pero, a pesar de su antigüedad, es todo un compendio de cómo actuar ante un acontecimiento que, en aquella época, se trataba de un secuestro. El del industrial vizcaino Pedro Guzmán, a comienzos de 1986. La Policía supuso que se encontraba retenido en un escondite ya usado otras veces y que uno de los vascos deportados a Ecuador por Francia en 1984 conocía su localización.

La historia es del todo conocida. El 8 de enero de 1986 después de que Cristiane Etxaluz, la compañera de Alfonso Etxegarai, abandonase la vivienda en la que estaban permanentemente vigilados los deportados, una docena de personas ecuatorianas irrumpió en el apartamento encapuchando a los dos vascos (Etxegarai y Angel Aldana) y llevándolos a una casa alejada de la ciudad, en pleno monte.

El interrogatorio se desarrolló como tantos otros. Aún no había pasado ni siquiera un mes desde la muerte de Mikel Zabalza. Los secuestradores de los dos jóvenes se presentaron como policías españoles, entre ellos un médico, y utilizaron todo tipo de torturas, incluidos los electrodos, hasta obtener la información que precisaban: la ubicación de la cárcel del pueblo en la que se encontraba Pedro Guzmán, en Bizkaia. Al día siguiente los geos, al mando del comandante Carlos Holgado, entraban en un local de Basauri, deteniendo a los tres integrantes del comando de ETA, y liberando al industrial Guzmán.

Una de las partes del manual abordaba la manipulación informativa. Las revistas ‘Cambio 16’ y ‘Tiempo’, y el diario ‘Abc’, lanzaron una campaña intoxicadora señalando que tres deportados en Cabo Verde habían colaborado con la Policía española para desvelar el lugar en que se encontraba secuestrado Guzmán. Los tres deportados (Angel Lete, Endika Iztueta y Tomás Linaza) lo desmintieron. ‘Tiempo’ volvió a la carga y ofreció una entrevista a Rafael Vera, subsecretario de Interior, que afirmó que «la historia que cuentan los etarras en Ecuador es una pura invención». Vera, con varias extensas condenas por instigar y protagonizar la llamada guerra sucia es de los que tuvo padrinos: 11 meses de cumplimiento real en prisión.

Cuando en Euskal Herria se conoció la noticia, Txomin Ziluaga y Jon Idigoras viajaron urgentemente a Ecuador, para interesarse por los torturados. Fueron expulsados del país hacia Amsterdam. Los medios españoles, siguiendo directrices del manual citado, dijeron que Ziluaga e Idigoras intentaban entrar en Ecuador con documentación falsa. Una gran mentira, como la de Vera.

Unos días después de que los dos vascos fueran torturados, el presidente ecuatoriano León Febres-Cordero llegó a Washington, en visita oficial promovida por su homónimo Ronald Reagan, haciendo declaraciones sobre las denuncias: «Los vascos llegaron a Ecuador voluntariamente. No hay presos políticos, nadie es torturado, hay libertad de prensa, hay paz y hay orden. Lo que sucede es que tengo que hacer frente a una fuerte oposición comunista que distorsiona la realidad». El periodo presidencial de Febres-Cordero, que murió en 2008, está siendo investigado en la actualidad por las graves violaciones de derechos humanos que se produjeron.

Julián San Cristóbal, director de la Seguridad del Estado, Francisco Alvarez, director del Gabinete de Información de Interior, y Julio Hierro, jefe de la Brigada de Información de Bilbao, fueron citados a declarar por la defensa en el juicio contra los secuestradores de Guzmán, como diseñadores de la operación de Ecuador. Madrid negó su implicación. De manual.

Como saben, Julián San Cristóbal fue condenado por otro secuestro, el de Segundo Marey. Entonces revindicado en nombre de los GAL. Julio Hierro también fue condenado por el secuestro de Marey y por otras circunstancias. Entre ellas la de intentar castrar a un detenido en la comisaría de Bilbao. Una de las pocas condenas por torturas a agentes policiales. Y de Alvarez tampoco hay mucho que añadir, quizás que también estuvo implicado, él mismo lo dijo, en otro secuestro, el de José Mari Larretxea.

Las negativas de Madrid fueron ridiculizadas desde Ecuador. Febres-Cordero dijo a la prensa que «Alfonso Extegarai cantó más que Sofía Loren». El ministro Luis Eduardo Robles Plaza fue más allá: «Los etarras, puros pendejos, entraron en contacto con Alfaro Vive. Un grupo de bandidos que hemos desarticulado. Querían sacarles del país. Si se hubieran atrevido solo a intentarlo, de Ecuador habrían salido con un pijama de madera».

La parte del manual más desconocida, sin embargo, fue la previa. Marina Karazo, natural de Berango (Bizkaia), de 32 años y profesora universitaria en Ecuador, fue detenida un mes antes que los deportados, el 5 de diciembre de 1985. Según su testimonio, fue interrogada y torturada por agentes españoles, colombianos y ecuatorianos en Guayaquil. Los españoles llevaban colgando, incluso, su acreditación de la embajada. Sufrió malos tratos ininterrumpidamente durante cinco días, bajo la acusación de pertenecer a ETA.

Karazo había ayudado a Etxegarai en sus primera semanas de deportación y por ello la detención y las torturas. A finales de diciembre, Ecuador expulsó a la profesora vizcaina, que llegó a Barajas, donde esta vez fue interrogada durante nueve horas por la Policía española. Tras quedar definitivamente en libertad marchó a Estocolmo donde pidió asilo, que le fue concedido. Medio año después de las torturas en Ecuador, Cruz Roja sueca hizo un informe sobre los malos tratos que había sufrido la profesora, aún evidentes. En 1990 Marina Karazo obtuvo la nacionalidad sueca.

Quien suponga que la última página del manual ecuatoriano se cerró entonces está equivocado. En octubre de 1987, ETA secuestraba a otro industrial vizcaino. Y nuevamente, el protocolo volvió a activarse esta vez hacia Uruguay, donde la última página del repertorio volvió a convertirse en primera. Secuestros, torturas… de manual. Porque es cierto que haberlos, haylos.

NAIZ