El objetivo no es matar la lengua, es matar el país

La ofensiva que el nacionalismo español, a través del gobierno de Madrid, de los partidos políticos y de entidades ultras, como Sociedad Civil Catalana o Convivencia Cívica Catalana, está llevando a cabo contra nuestra lengua para hacer realidad lo que no consiguieron dos criminales sanguinarios como Felipe V y Franco, no tiene absolutamente nada de lingüística. Es política. Digámoslo claro: el objetivo real no es aniquilar la lengua, el objetivo real es aniquilar el país. Por eso es ahora, y no antes, cuando la ofensiva adquiere tanta virulencia. Mientras Catalufa se ha mostrado políticamente sumisa, el modelo lingüístico catalán no les ha quitado el suelo. No era necesario, porque, como decía uno de sus caudillos, «todo está atado y bien atado». Ahora, en cambio, observan horrorizados como los catalanes hemos descubierto que las ˙nicas cuerdas que nos ataban a una cautividad perpetua eran mentales y vivían en nuestro cerebro.

Y, claro, el descubrimiento ha tenido efectos inmediatos, tanto a favor como en contra. A favor, porque hemos tomado conciencia de nuestros derechos y estamos deshaciendo los nudos psicológicos que nos habían convertido en un pueblo desconocedor de su poder; y en contra, porque hemos despertado todas las alarmas de la prisión y tanto los carceleros como el cuerpo de guardia se han echado las manos a la cabeza y han corrido a tratar de cerrar las puertas y ventanas que pudieran estar abiertas. Esta es la razón de los ataques a nuestra lengua. Saben que no pueden negar la existencia de la nación catalana mientras el catalán esté vivo -lo niegan igual, ya lo sé, pero se saben en falso- y han decidido llevar a cabo el lingüicidio. Hay que reconocer que tienen la mano rota, para ello, solo hay que mirar como tuvieron Éxito en las colonias de ultramar; pero la lengua de la colonia catalana siempre se les ha resistido y hiere su orgullo depredador. Ellos, que si pudieran impondrían el español en todo el planeta, viven como una humillación la existencia de nuestra lengua en un espacio de mundo que consideran suyo por derecho de conquista. Pero, como digo, no es la lengua en sí misma, lo que de verdad les ofende, es lo que significa.

¿Y qué significa la lengua catalana? Pues, aparte de evidenciar la existencia ya mencionada de una nación, significa unas raíces diferentes, una cultura diferente, una forma de ser, de pensar, de entender y de explicar el mundo diferentes, una actitud ante la vida diferente y, en definitiva, una civilización diferente. Y la ˙nica manera de borrar todo esto es restringir el uso de esta lengua en el ·ámbito doméstico, folklorizarla y sustituirla por el español. Pero para ello es necesario, entre otras cosas, que el español tenga en casa los mismos derechos que en Castilla, aunque en Castilla el catalán no tenga ningún derecho; es necesario que todos los catalanes tengan la obligación de saber español, aunque todos los castellanos no tengan ninguna obligación de saber catalán; hace falta que interioricemos que un hispanohablante es un ser superior y que un catalanoparlante es un ser inferior hasta el punto de que el primero vale por treinta de los segundos. Así lo dice la ley española: solo con que haya un solo alumno escolar que rechace el catalán, todos los alumnos del aula deben hacer la clase en español. Ningún alumno, en cambio, puede pedir que una clase en español se haga en catalán. Del mismo modo que los negros debían dejar el asiento libre del autobús al subir un blanco, o los inmigrantes tienen que bajar de la acera, al pasar un xenófobo, y los homosexuales deben esconder su orientación ante un homófobo, también los catalanohablantes tienen que cambiar de lengua en cuanto un hispanohablante levanta el brazo o frunce el ceo. Y así ser· mientras nos rijamos por la justicia española en vez de regirnos por una justicia catalana. Acatar la justicia española y presentar recursos contra las leyes que nos aniquilan es tan estéril como ser esclavo y acatar la voluntad del dueño presentándole un recurso con la esperanza de que dicte sentencia contra sí mismo. Cada acatamiento que hacemos y cada recurso que presentamos no hace más que legitimar el dominio español sobre nosotros.

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