El fatalismo politicamente correcto

Toleramos lo intolerable, como si fuera parte del orden natural de las cosas y como si no hubiera otro orden posible. Me propongo que esta consideración sea una carga de profundidad contra toda sociedad, estigmatizada por un conformismo baboso y por una gandulería mental. Posiblemente la mayoría sea buena gente, sin más… Pero esta insustancial bonhomía conlleva un suicidio histórico. Sería aceptar lo inaceptable, hacerse inquilino de la desesperanza. Los pecados contra la esperanza -decía Alonso Quijano-, son los únicos que no tienen perdón ni redención.

Comentaba con un compinche: «Que arramplan con todo hasta vomitar euros y nos venden Nabarra; que arrasan nuestro patrimonio, nuestra lengua y cultura; que se cargan los servicios públicos; que nos van a privatizar hasta el aire… que te descarnan los sueldos o te votan a la calle con una mano adelante y otra atrás…» La respuesta: «¡qué más da que estén unos u otros…! ¡Todos son iguales…! Y (¡oh flatulencia neuronal!) mientras esté la ETA…» Y se te encabritan las entrañas. Hablas de globalización, o de neoliberalismo: «No podemos adecentar nuestro chabisque -te dicen ciertos conspicuos con tufillo a progresía- y queremos zurcir el mundo… ¡La realidad es intocable!»

¿Hay que aceptar -pesimismo y fatalismo- que cinco países, máximos productores de armas, sean lo que tienen derecho a veto en el consejo de seguridad? ¿Hemos de soportar que el mundo se lo despachen a su antojo cuatro furrieles hacedores de guerras, empujados por cinco banqueros desalmados, criminales de guante blanco, para quienes las vidas humanas no valen un pimiento…? Son los responsables de que diariamente y con alarmante frialdad, asistamos a esta sangría de vidas humanas, unos baleados o ametrallados -¡tantas masacres de civiles!-, otros exhaustos y raquíticos de pura hambruna. Son quienes se ponen por montera todos los derechos humanos, quienes sin ningún pudor practican la esclavitud y las más humillantes torturas con los seres humanos, quienes controlan hasta el último rincón de nuestro cerebro, la prensa prostituida, quienes, en definitiva, están rompiendo nuestro planeta… ¿Hemos de tolerar el nefasto control que ejercen sobre la O.N.U, o sobre el comercio mundial, NAFTA, ALCA, la O.M.C., humillación de soberanías y obstáculo para el resurgimiento del mundo subdesarrollado?

Esperábamos que Europa, alguna vez… ¡Vanos sueños! ¿Dónde encontrar mejores concubinas para los oligarcas yanquis que en los dirigentes europeos? ¿Dónde está la autoridad moral de esta Europa que cuando no se empuerca en los mismos cenagales que los yanquis o rusos, los encubre? Luego les aprobaremos ese engendro de tratado que llaman constitución europea y que no pasa de ser un complot de buitres y mercaderes de vidas y haciendas…

Todo esto y mucho mas: la inoperancia y amancebamiento con el poder político de las religiones, tantos pueblos y culturas al borde del genocidio y de su demolición…-y me estremezco de dudas ante el «aggiornamiento» y el futuro del monstruo chino-, sí que genera en muchos de nosotros una atmósfera de impotencia. Y de aquí al fatalismo, pues, corto trecho…

Pero hoy día hay una esperanza y una lección -yo al menos pongo toda mi fe en ellas- y nos la dan, entre otros, los pobres de América latina. Porque creen de verdad que la dignidad de la persona está por encima de todos los valores bastardos exportados por las culturas e intereses de los colonizadores. Porque han descubierto que en el «primer mundo» estamos abotargados, con los estómagos como botijos y con el espíritu revolucionario -de existir- amuermado… Y porque se están rebelando contra ese fatalismo políticamente correcto que el mundo desarrollado, a veces como heraldos del Apocalipsis, les trata de imponer.

Ahí tenemos, es uno de tantos ejemplos, al pueblo boliviano, el más pobre entre los pobres, levantándose contra la empresa Bechtell que les quería privatizar el agua. Hartos de que les esquilmáramos la plata, el estaño, el salitre o en estos tiempos el gas. Salen a las calles, exigen, mueren… pero su sangre grita por toda Latinoamérica…Y Uruguay consigue evitar una nueva privatización del agua y los ecuatorianos echan a tres presidentes y el PT alza a Lula al poder -aunque luego desencante o como poco despiste-, la lucha imparable del MST, la semilla del MSLN, etc, etc. Es que, como apunta Eduardo Galeano, cuando los despreciados dejan de despreciarse a sí mismos hacen milagros.

Sí podemos, sí debemos romper ese fatalismo estéril. Sabemos, como sistemáticamente lo viven nuestros hermanos latinoamericanos, que la política lleva en sí el germen de la corrupción. Sabemos que política y democracia no son buenos compañeros de viaje. El pueblo debe estar siempre vigilante, con espíritu de censor ante sus políticos. Los pueblos deben preguntar y exigir ser preguntados -los referendums como método-, para evitar que los políticos corrompan las administraciones y las conviertan en sus feudos. No son tiempos ni de apatías ni de fatalismos, a no ser que nos resignemos a testar a nuestros descendientes un mundo hecho unos zorros.