La fuerza incontestable del SI

Me parece que no es ningún secreto que el independentismo se ha sentido infinitamente más cómodo que el españolismo en la defensa de su voto en estas elecciones catalanas. Hay varias razones que lo explican, pero quisiera destacar dos. La primera es la inmensa fuerza psicológica que tiene un SÍ por encima de un NO.

El SÍ transmite un montón de sensaciones positivas relacionadas con el acuerdo, con la armonía, con la avenencia, con la complacencia, con la amabilidad, con la receptividad, con el movimiento, con el progreso, con la acción, con la evolución… El NO, en cambio, es arisco y transmite aspereza, rigidez, cierre, conflicto, hostilidad, autoritarismo, inmovilismo, obstrucción, colisión, involución… No es extraño que se publiquen tantos libros de autoayuda para aprender a decir NO en situaciones de la vida diaria. La carga negativa del NO es tan elevada, que son millones las personas que a menudo no se atreven verbalizarlo y que optan por el SÍ para transmitir una imagen receptiva, empática y cariñosa de sí mismas.

Los partidos españolistas, por tanto, se han visto obligados a probar su propia medicina, esa medicina que consiste en tachar al independentismo de reaccionario, de radical, de extremista, de nacionalista, de involucionista y otras perlas con la intención que el calumniado se vea obligado a negarlas. Y es que negar una calumnia siempre es mucho más pesado que lanzarla. Básicamente, porque el calumniador, que tiene muchos menos escrúpulos éticos que el calumniado, necesita disimular su falta de argumentos recurriendo a la descalificación de quien lo pone en evidencia.

La segunda razón que explica la confortabilidad del SÍ en estas elecciones es que se trataba de la afirmación más positiva que puede pronunciar una colectividad: el SÍ a la libertad. ¿Quién, que no quiera pasar por absolutista o supremacista, puede negar el derecho de un pueblo a su libertad? ¿Quién, que se tenga por demócrata consecuente, puede negar el derecho de un pueblo a decidir libremente su destino? Es tan incontestable la demanda catalana, tan justa y noble, que no hay ningún argumento racional que pueda impedirla. Existe, eso sí, el argumento de la fuerza, el argumento de la represión, el argumento de una legalidad hecha por el secuestrador que dice que la liberación está prohibida. El secuestrador es la ley, él la redacta y él la hace cumplir con el látigo en la mano.

Al igual que Richard Widmark, en el papel de aquel ingeniero cegado por la ambición que dirigía la construcción del ferrocarril y destruía la hábitat de los indios en ‘La conquista del Oeste’, estaba convencido de que el ferrocarril era él -«Yo soy el ferrocarril», decía-, también los partidos españolistas están convencidos de que la ley son ellos. Una ley según la cual, siguiendo el espíritu del 1716, todo el mundo debe someterse a los principios absolutistas de Castilla. Castilla es la ley y ellos son sus celadores. Esto es lo que nos dicen: «No hay legalidad catalana, porque Cataluña no es nadie. Y si Cataluña no es nadie, vosotros tampoco sois nadie. Sólo España permite que los catalanes sean algo en esta vida».

El problema del frente del NO, aparte de la carga negativa de la palabra, es que estamos en el siglo XXI, no en el siglo XVIII, y hacen falta algo más que amenazas para detener un pueblo que sabe quién es y que sabe lo que quiere. Y como no han encontrado ningún argumento ético, ni uno, para negar la independencia de Cataluña, no les ha quedado más remedio que recurrir al insulto, la descalificación, la burla, a la mentira y al miedo. No se dan cuenta que en el siglo XXI las palabras ya no se las lleva el viento, como el XVIII.

Ahora queda constancia filmada y grabada y todo el mundo podrá ver las barbaridades que han llegado a decir sin el más mínimo sentido del ridículo. Sin embargo, todo tiene una explicación: no se puede pedir a alguien acostumbrado a imponer su voluntad por la fuerza que, de repente, se siente, escuche y respete al interlocutor que tiene delante. ¿Qué diálogo puede haber con alguien que te dice que no eres nadie? Al llegar a este extremo, sólo hay una solución. Y es dedicar la energía no a caer en la trampa de discutir, sino a saltar el muro y huir.

EL MON