Políticos, que no usurpadores

A muchos políticos dará que pensar -tarea difícil para no pocos- el hecho de que los parlamentos tomen unas decisiones que la mayoría de sus bases sociales no comparten. Es lo que ha sucedido en los referendums de Francia y Holanda.

El concepto peyorativo que sobre el político rezuma en nuestra sociedad no es algo baladí ni un mero tópico. Muchos pensamos que urge restaurar, reestablecer este «oficio» en su dignidad y en su verdadera dimensión. ¿Sería correcto hablar de reeducación? El político debiera ser el garante de los derechos del ciudadano y de su soberanía. El defensor y representante de sus intereses. El gestor que defiende, desarrolla y mejora los servicios públicos, el que protege a los más desfavorecidos, etc. ¿Estoy delirando?

Pero, al parecer, hoy su cometido es ante todo: fidelidad servil a su partido, sumisión al «promotor», «conchabeo» con el explotador o empresario espabilado de turno… Agente «sine qua non» de la política del pelotazo, y muchas más inconfesables sordideces. Esto es, al menos, lo que se rumorea o más bien se vocea entre nosotros, la denostada plebe.

Pero, veamos, ¿quién es un político para decidir si algo conviene o no al ciudadano, sin contar con su representado? Será el propio ciudadano dentro de su colectividad, quien deberá decidir si quiere una consulta. ¿O no? Y no el gobernante de turno -aunque algunos parecen vitalicios-, que por sistema es alérgico a cualquier tipo de consulta. ¿Por qué temen tanto que se exprese el pueblo en temas puntuales? ¿Quién es UPN, en nuestro caso, para opinar, por ejemplo, que a los nabarros no nos conviene un referéndum? ¿Nos toma por tontos? «Los referendums son las elecciones». ¡Venga, venga! ¡Ah, si otros pudiéramos disponer -bien lo sabéis- de vuestro poder económico, mediático, político, o de vuestros magistrados! -esto expresado muy sotovoce no me vayan a encausar-. Porque, a decir verdad, la masa funciona por inercia y sólo ante grandes catástrofes se mueve, afortunadamente no siempre en la dirección oficial. Pero ante el chanchullo y el mejunje diario del político, tan sólo emite ese runrún apático y transigente.

Asistimos día a día a esa puesta en escena de los partidos políticos, agitándose como buitres en torno a un mezquino jirón de poder. ¡Buen comienzo de legislatura en Lakua! Mientras, el pueblo alucina viendo como se les va el tiempo y como queman el dinero público. La oposición – al menos, en Nafarroa, ¿a qué se opone?-, hace sus enjuagues con el poder mientras se sitúa y se acomoda en el reparto… ¿Qué hacemos con los partidos políticos? Porque, claro, a los que tenemos reparos para confesarnos ácratas se nos agotan las esperanzas confiando en ellos. Por otra parte, los que vamos de progres o de sociatas o de abertzales… o simplemente de inconformistas con este liberalismo a ultranza, tampoco rebosamos eficacia. O nuestro mensaje es poco atractivo, o nuestro marketing hace aguas, o hablamos para las piedras.

Pues es mucho lo que nos perdemos cuando los políticos nos usurpan nuestros derechos y voluntades. Por ejemplo, en la declaración de los derechos de los pueblos de 1976 se lee: «Todos los pueblos tienen el derecho de autodeterminación. En virtud de este derecho establecen libremente su condición política y proveen asimismo a su desarrollo económico social y cultural… Los Estados promoverán el derecho de autodeterminación (sic)» ¿Podemos pensar por unos instantes qué sucedería si esto se llevara a cabo? Pues… -los sueños, sueños son, decía Sigfrido, aunque yo no soy tan escéptico-, que las haciendas serían enteramente nuestras; que los tribunales dependerían de nosotros, no de Madrid; que nuestros presos estarían en nuestras cárceles; o que nuestras aguas serían administradas por nosotros; o nuestras pesquerías defendidas por nuestros arrantzales, etc, etc, O en definitiva, que podríamos restablecer y poner al día la «reintegración foral plena» ¡Qué pánico, mis queridos navarristas!

Pero me da la impresión de que nuestros políticos no están por la faena. Hay demasiados feudos que recalificar, demasiadas empresas que corromper, demasiadas bolsas que infectar… Éticas, filosofías, ideales trasnochados, sólo aportan jaquecas, que no euros…

Pues ¡allá sus señorías! Algunos, aunque sólo sea por elegancia y donosura (no cotizan), seguiremos en el intento.