Walter Benjamin, una aproximación a su pensamiento

Walter Benjamin nació el 15 de julio de 1892 en Berlín donde inició sus estudios de filosofía, continuándolos en Friburgo, Munich y Berna. Su vocación académica quedó interrumpida, al no ser aprobada su tesis doctoral en la Universidad de Frankfurt. De origen judío, desde 1933 vivió exiliado en París, adonde se había mudado ante el ascenso del nazismo en Alemania. A mediados de junio de 1940 huye junto con su hermana a Lourdes y consigue un visado facilitado por Max Horkheimer para viajar a EEUU. Al atravesar la frontera franco-española, es detenido por la policía en Portbou y se suicida.
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Benjamin fue una persona singular e insólita, un derrotado brillante y malentendido, una figura perturbadora y desconcertante. El desarraigo de Benjamin de las fuerzas sociales que lo rodeaban hizo que fuera considerado un judío entre los alemanes, un alemán entre los judíos, un alemán entre los franceses, un comunista entre los sionistas y un sionista entre los comunistas. Muy probablemente esta condición de extrañamiento, de no-pertenencia, fuera la que le diera esa capacidad de ser tan original y de hacer propuestas tan novedosas en su visión política, estética, filosófica e incluso religiosa. Pensador inclasificable y paradójico, no es moderno ni premoderno, tampoco posmoderno. Crítico radical del progreso, es un revolucionario marxista, un nostálgico del pasado, un materialista que alude a la teología. En suma, se trata de una personalidad sorprendente, excepcional y misteriosa.

Benjamin no nació marxista. En su juventud demuestra gran interés por la teología y por el romanticismo, escribe su tesis de doctorado “El origen del drama barroco alemán” que al ser rechazada por un tribunal de Frankfurt  trunca su carrera académica. Veraneando en la isla de Capri, dos circunstancias distintas obrando simultáneamente desencadenarán su descubrimiento repentino del marxismo. En esos días estaba leyendo el libro “Historia y conciencia de la lucha de clases” de Lukács, libro que marcó toda una generación de pensadores de izquierda marxistas, y que constituyó una iluminación para Benjamin. Al mismo tiempo conoció a Azja Lasis, letona, bolchevique, que le conmocionó tanto desde el punto de vista político como erótico. Es curioso que este encuentro (marzo 1923) tuviera lugar en el último momento de la revolución alemana, es decir, cuando la gran ola abierta por la revolución de 1905 tocaba a su fin.

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Así pues, desde entonces el marxismo pasó a ser un eje esencial de su pensamiento. El primer texto marxista de Benjamin “Dirección única”, dedicado a Asja, es una selección de aforismos que versa sobre diferentes temas. De entre ellos hay uno, “Aviso de incendio”, que destaca especialmente al evidenciar la singularidad de su marxismo: “Si la eliminación de la burguesía no se cumple antes del momento casi calculable de la evolución técnica y económica (indicada por la inflación y la guerra química), todo estará perdido. Hay que cortar la mecha encendida antes que la chispa alcance la dinamita”. Es decir, no concibe la revolución como el resultado natural e inevitable del progreso económico y técnico, sino como la interrupción de una evolución que lleva a la catástrofe económica y a la guerra química.

Comúnmente, historia y progreso son términos que suelen aparecer identificados. Opinión muy extendida y ampliamente compartida por todo el espectro político es esta ideología del progreso, según la cual la historia se entiende como una continuidad progresiva, evolutiva, superadora, perfectible, siempre avizorando el futuro y oteando el porvenir con ingenua esperanza. Es la idea de que la historia de la humanidad ha sido un progreso continuo, de más razón y libertad (como afirma Hegel), de mayor democracia e igualdad (como proclaman las izquierdas), o de más desarrollo económico y técnico (como lo reputan los liberales burgueses).

A esta concepción homogénea, vacía, mecánica, lineal y cuantitativa del tiempo histórico, Benjamin opone otra percepción cualitativa de la temporalidad, basada por un lado en la rememoración, y por otro en la ruptura mesiánico-revolucionaria de la continuidad; la revolución sería la interrupción mesiánica de la historia, la detención mesiánica del acaecer.  Asimismo rechaza las concepciones de la historia dominante y reivindica que la historia del progreso es la historia de la barbarie, es la historia de los vencidos. El progreso en sus diferentes nombres: avance, desarrollo, evolución, primer mundo… guarda dentro de sí la otra cara: retroceso, ruinas, subdesarrollo, involución, tercer mundo.

Esta visión pesimista de la historia lo singulariza por ser el único que en el campo marxista-revolucionario proclamaba tal opinión. Su pesimismo se expresa en una especie de “melancolía revolucionaria” que traduce un sentimiento de recurrencia al desastre, al temor de un eterno regreso de las derrotas. En otro texto de 1929 en el que analiza el surrealismo, reivindica este pesimismo revolucionario que no tiene nada que ver con la resignación fatalista y mucho menos con el Kulturpessimismus alemán, conservador, reaccionario y prefascista de Carl Schmidt y Oswald Spengler.

Cuatro años después (1933), Hitler toma el poder y Benjamin es obligado a exiliarse en Francia, donde a duras penas sobrevive. Con el pretexto de escribir un libro sobre los Pasajes parisinos, intenta comprender el Paris del siglo XIX, la civilización burguesa, el fetichismo de las mercancías, los movimientos de resistencia, las barricadas…En este libro hay una cita a resaltar sobre la teoría del progreso: “Se puede considerar como fin metodológicamente buscado en este trabajo, la posibilidad de un materialismo histórico que aniquile en sí mismo la idea de progreso. Es justamente oponiéndose a los hábitos del pensamiento burgués, como el materialismo encuentra sus fuentes”. De manera que, para liberar al materialismo histórico de las impurezas de la ideología burguesa, hay que rescatarlo de la idea burguesa del progreso.

Durante estos años concibe afiliarse al partido comunista alemán, pero vacila y sospecha (son los tiempos de los procesos de Moscú 1936-1939) del papel que la URSS afrontará en la defensa de los intereses de los antifascistas europeos en una guerra futura. El pacto germano-soviético Ribbentrop-Mólotov (agosto de 1939) lo sacará de dudas.

A fines de 1939 la situación de Benjamin, así como la de los demás antifascistas alemanes exiliados en Francia, empeora. El gobierno francés acomete su aprisionamiento en campos como ciudadanos de una potencia enemiga, y posteriormente tras la derrota de 1940 la gerencia de Vichy promueve su entrega a la Gestapo. Benjamin logra escapar de un campo, se oculta en Marsella, vuelve a ser apresado y vuelve a escapar. Tiempos de zozobra y desasosiego en los que concebirá un texto “Tesis sobre el concepto de la historia”, que va a ser su testamento filosófico y político. Hacia agosto de 1940 resuelve escapar de Francia y atravesar los Pirineos, pero es apresado en Portbou y decide suicidarse.

“Tesis sobre el concepto de la historia” es un texto corto de 7 páginas, escrito para él mismo y para 3-4 amigos (Brecht, Arendt, Adorno, Scholem). No era destinado a la publicación, pero se puede considerar como el texto más importante de la teoría marxista desde las “Tesis sobre Feuerbach”(1845) de Marx. No es un texto fácil. Escrito en un momento histórico de urgencia en el que los antifascistas estaban realmente desesperados, Benjamin contribuye con su identidad, su cultura judía y su cultura alemana a la hondura y riqueza de este inigualable documento de relevancia universal, que puede ser útil para la comprensión de todo tipo de sucesos, fenómenos  o coyunturas históricas acaecidos en cualquier época y lugar.

La primera tesis encierra y sintetiza en clave simbólica su pensamiento. Considera un aparato para jugar al ajedrez inventado por Maelzel en el que un autómata, vestido de turco y fumando en pipa, gana todas las partidas. Edgar Alan Poe describe en un cuento al jugador de ajedrez de Maelzel, y concluye que dentro de la caja debía de haber alguien, muy pequeño, algún enano campeón de ajedrez que movía los hilos y hacía que el autómata ganara las partidas. Benjamin inspirándose en esta idea, proyectó uno de los temas centrales del conjunto de las tesis, la asociación paradójica entre el materialismo y la teología. El autómata, a quien denomina materialismo histórico, gana todas las partidas gracias al enano escondido que es la teología. Para Benjamin la teología no es Dios sino la rememoración, la redención mesiánica entendida como la ruptura de la temporalidad histórica, como la aparición de lo imprevisible, de lo nuevo. Pues bien, el materialismo histórico puede ganarle todas las partidas a su adversario (el fascismo, el capitalismo) siempre que se meta en el aparato a la teología. Empero, si en un primer momento se tiene la impresión de que la teología mueve los hilos y utiliza al autómata (Philosophia ancilla theologiae), Benjamin remarca que “la teología está al servicio del materialismo histórico” (Theologia ancilla philosophiae). Existiría, pues, una especie de reciprocidad, de complementariedad, de simbiosis: el materialismo no podría triunfar sin la teología ni tampoco la teología sóla sin el materialismo, y así,el aparato en cuestión sería un intento de combinar ambos para la consecución del objetivo final: vencer al fascismo, al capitalismo. Esta temática de la complementariedad entre el materialismo histórico y la teología, atraviesa y engarza todo el conjunto de sus tesis sobre el concepto de la historia.

Ni que decir tiene que este argumento ha suscitado gran incomprensión y perplejidad, y por ende, su autor ha sido objeto de diversas interpretaciones. Unos (Scholem) consideran a Benjamin teólogo judío, otros (Brecht) lo estiman marxista, y aún otros terceros (Habermas) conceptúan su pensamiento como improductivo y estéril, una “contradictio in terminis”.

Durante los últimos años prevalece una cuarta interpretación (Löwy). Según ésta, Benjamin no es un pensador habitual siendo la singularidad de su pensamiento una tentativa de articular, combinar e incluso fusionar la teología y el materialismo histórico, por todo la cual, concluyen,  sería conjuntamente marxista y teólogo. Abundando en este análisis, a las consideraciones que sus amigos más íntimos (Scholem y Brecht) le hacían equiparándolo a Jano, el Dios romano de dos caras, él respondía riendo: “Sí, soy como Jano, tengo dos rostros, uno mira a Moscú, el otro a Jerusalem”. Ciertamente Benjamin, como el Jano bifronte, tiene dos rostros pero una sola cabeza: marxismo y mesianismo no son sino las dos expresiones de un solo pensamiento innovador, original, inclasificable. Ese es Walter Benjamin, una cabeza coherente que reúne en sí dos exteriorizaciones de su pensamiento: la teológica y la materialista.

Ante la magnitud de los problemas de la actual sociedad globalizada, el interés contemporáneo por  el pensamiento de Benjamin se acrecienta, a la par que se va acabando el crédito para pensamientos débiles o políticamente correctos. Es verdad que cada vez con más fuerza se reiteran las críticas al progreso destacándose sus efectos colaterales deletéreos (deterioro del medio ambiente, cambio climático…), sin embargo las medidas terapéuticas que se reclaman no dejan de ser sintomáticas, en todo caso meramente paliativas.

Benjamin plantea la crítica radical al progreso. El problema no está en el mal uso del progreso sino en su lógica. El progreso piensa conquistar el futuro dando la espalda al pasado por lo que está incapacitado, por principio, para establecer una relación entre injusticias pasadas y justicia presente. De ahí que el nuevo nombre de revolución, entendiendo por ello el sueño de felicidad de todos los hombres, también el de los hasta ahora marginados de ella, no sea acelerar el ritmo de investigación, de innovación o de producción;  no sea apresurarse a sustituir viejas estructuras por otras nuevas, sino  tirar del freno de emergencia y parar esta loca carrera hacia el desastre.

Si bien los comentarios que en Europa se hacen sobre Benjamin son en su mayoría escépticos, no es menos cierto que su pensamiento ha germinado, y lo que en 1940 era sólo una intuición ha dado su fruto en América Latina convirtiéndose en un fenómeno histórico de primera magnitud, la Teología de la liberación. Autores de primer nivel con gran formación cultural y filosófica (Gustavo Gutiérrez, Hugo Assmann, Enrique Dussel, Leonardo Boff y muchos otros), lideran un movimiento popular de base amplia que, articulando de manera sistemática el marxismo y la teología, está contribuyendo a cambiar el curso de la historia.

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