El enigma de los Mairubaratz, una explicación

Uno de los monumentos de los pueblos euskaros a la llegada de las legiones romanas de los que tenemos constancia arqueológica son los crónlech. Estos conjuntos megalíticos, según el prestigioso antropólogo y arqueólogo gipuzkoano Joxé Miguel Barandiaran (1889-1991), tienen su origen en Bohemia (Chequia) y Baviera (Alemania), pasando por Suiza y el norte de Italia. Se encuentran en lugares tan distantes entre sí como Gran Bretaña, Dinamarca, Escandinavia o el sur de la península ibérica en Portugal (Alentejo). Pero monumentos con círculos circundando sepulturas o no, se hallan en muchas partes del mundo: en la India, en Zambia o el Sahara en África y en América, como los encontrados en los Andes bolivianos.

En el caso de los Pirineos, entre los ríos Oria-Leizaran (Gipuzkoa) y Andorra, existen a los dos lados de la cadena montañosa sobre 1.500 crónlech (cifra del año 2015 que aumenta cada año), los cuales, por su frecuencia, tipología y cronología no se parecen a ningún otro del mundo. Unas pocas de estas circunferencias líticas rodean un dolmen (megalitos muy anteriores en el tiempo y con los que no convivieron) o tienen un túmulo en su centro, pero la mayoría no. Los crónlech son “megalitos” o “grandes piedras”, por lo que no sería el caso de los crónlech pirenaicos, ya que son círculos muy pequeños en general si los comparamos con crónlech de otras latitudes. La mayoría tienen de 3 a 6 metros de diámetro, siendo el más pequeño de 1,2 metros y el más grande de 21 metros, aunque es raro que lleguen a los 15 metros. Se componen de piedras inhiestas de entre 30-50 centímetros (pero con excepciones), que no pretenden cerrar del todo el círculo. El centro estaría “decapado”, normalmente hasta que aparece la capa más dura de la tierra o roca y a veces se rellenaba con una superficie de arcilla, por lo que estaría la corona de piedras rodeada de un prado verde y un centro color tierra; la propia corona estaría rodeada por dentro de una trinchera el 44% de las veces, por lo que parece que se preparaba el centro para la consagración de algún tipo de rito.

Se han encontrado en el 70% de ellos cenizas de leña en el centro de los crónlech, pero con un par de puñados como mucho. En casi 1 de cada 3 crónlech la ceniza está dentro de vasijas o en cistas (cajoneras de piedra con tapa), por tanto, era más bien simbólico. Se completaba el rito con el lanzamiento de una capa de ceniza esparcida por todo el círculo. No hay “ustrinum” o un lugar para incinerar los cuerpos dentro por lo que es descartable esta función, pero tampoco se ha encontrado fuera de los mismos. Estos crónlech en general no contienen ajuar alguno y sólo unos pocos tienen algún vaso, herramienta lítica o de metal. Todos estos datos parecen cambiar si nos vamos a los crónlech de los grandes llanos, como los del Bearne o las Landas (Gascuña), que sí contienen ajuar y son muchos más grandes, por lo que podemos decir que estos crónlech pirenaicos tienen características propias diferenciadas de otros cercanos.

La mayoría de los crónlech pirenaicos han sido encontrados entre 500-1000 metros, pero existen entre los 1.800 (altos Pirineos) y los 150 metros sobre el nivel del mar como en Lapurdi. Muchos de estos monumentos están en las crestas de los montes y con grandes vistas, por lo que esta circunstancia parece que era importante. La datación por carbono 14 ha dado una horquilla de los pocos restos encontrados en ellos de entre los años 1200 a.C. al 200 a.C., pero como veremos, hay importantes excepciones.

Entrando ya a su significado, los crónlech que tienen cistas o vasijas con cenizas humanas, no pueden corresponder a un cuerpo humano entero por su escasa cantidad. Hay una excepción entre los 1.500 crónlech,  en Millagate IV en un crónlech con túmulo frente al monte Ori, en el que se encontró un cuerpo humano en el centro, a un metro de profundidad en un cofre o cista de 1,10m. x 0,50 m. con restos de madera quemada y óseos calcinados de un individuo fuerte de cierta edad y sexo masculino, pero sin datar.

Estos crónlech pirenaicos reciben en euskera de “Mairubaratz”, pero también el de “jentilbaratz” como en Ataun (Gizpuzkoa) o en Arano (Alta Nabarra), pero el nombre genérico para crónlech sería el de “harrespil” (“cerco de piedras”). Si nos fijamos en la etimología de la palabra, “Mairubaratz” está compuesta por dos palabras, la primera viene de “Mairi o Mairu”, la cual es una deidad de la religión pirenaico-cantábrica precristiana y no viene de “moro” de Mauritania (en su acepción que tuvo de musulmán), como podría parecer al que desconoce bien el idioma, así como la religión precristiana pirenaico-cantábrica.

En su “Diccionario de Mitología Vasca”, Jose Miguel de Barandiarán decía que: “Mairu, con este nombre son designados generalmente tipos de hombres de otro tiempo, no cristianos, es decir, paganos”. El término “Mairu” con sus variantes está también muy extendido en la toponimia occidental por los territorios bizkaínos de las Enkartaciones, Larrabetzu, Nabarniz, Amorebieta, en el monte Gorbea en Zigoitia (cueva de Mairulegorreta) o en Meñaka (Bizkaia), en la Gipuzkoana de Eskoriatza o en las alabesas de Trebiño, Asparrena (Aiala), etc. Por el sur lo hayamos en Artajona o por el noreste en Zuberoa.

Algunos ejemplos son: Mairubide “camino de Mairu” (crónlech de Oiartzun), Mairuilarri “sepultura de Mairu” y Mairubaratz de Ibañeta (Zugarramurdi) en Sara, Mairuetxe “casa de Mairu” (piedras enhiestas del monte Buluntsa, dolmen de Mendibe y en la región de Okabe), Mairu-arhan (“Valle de Mairu”), Mairukeri (“keri” es un sufijo que denota algo negativo), Maidekorralia en Alzay (“prado de Maide”). En Zugarramurdi existe Mairuilarri «sepultura de Mairu», con sus derivados en otros lugares: Mairu-ilhar, Mai-ilar, Mailarreta o Mairuilarrieta (sobre la montaña Otsondo-Mondarrain).

Siguiendo a Joxe Miguel Barandiaran, a los Mairu se les atribuye la construcción de algunas casas fuertes, como las de Irissarry, Donamartea (Lecumberry), Aphatea (Bussunarits), Logras (Zaro), Larrea y Lahostanea (Ispuru). También se atribuye a los Mairu la construcción de ciertos dólmenes y crónlech como los mencionados de Ibañeta de Zugarramurdi, los de Oiartzun, los de Buluntsa, etc. Personajes de este nombre figuran en varias leyendas de Baja Navarra, de Lapurdi y del extremo oriental de Gipuzkoa, con tales funciones. En otras zonas del país estas labores van asociadas a otros nombres: mairi, maru, moru, moro, jentil, maide, lamina, sorguin, etc.”. Euskaltzaindia nos otras diferentes variantes que se les ha dado a estos genios: “Mairu, Mahiru, Mauru y Mauri”. Pero incluso mucho más allá de las tierras vascas actuales existe el mismo personaje mitológico en Galicia y en Asturias (Mouro), lo cual es normal al tener una religión precristiana común o similar a los Pirineos toda la cornisa cantábrica y muy diferente a la religión céltica en muchos aspectos fundamentales. El “Mouro” astur-galaico vivía también en el subsuelo en guaridas y túneles siendo mineros de oro, se presentaban igualmente como paganos no cristianizados.

El otro componente de Mairubaratz es “baratz”, que hoy es usado como sinónimo de huerta y otras veces de jardín, pero hasta hace poco era un terreno pegado a la casa y tradicionalmente trabajado por la mujer como su huerto personal. Antiguamente tenía el significado de “cementerio”, por lo que Mairubaratz podría ser  el “cementerio de los Mairu”, como lo son los “Mairuilerri” que hemos visto. La propia Enciclopedia Auñamendi señala que: “Así, en Atáun llaman Jentilbaratza (huerto de gentiles) al sitio donde se supone que éstos se hallan enterrados”. El término “baratz” no es usado en el dialecto occidental donde reciben el nombre mencionado de “harrespila” (cercado de piedras). En todos los significados actuales y ya perdidos, coincide que es usado para describir un “terreno cerrado o acotado”, lo cual encaja perfectamente con el “mairubaratz”.

Existe además una tradición, mantenida hasta casi el presente, por la que un brazo desecado o un hueso del brazo de Mairu tiene virtudes misteriosas. En  una leyenda de Garazi (Saint Jean Pied de Port, Baja Nabarra), al hueso de un niño muerto sin bautismo (no cristiano), se le denomina “Mairu-beso” (brazo de Mairu), se utiliza como antorcha para alumbrar de noche y sirve para adormecer a los habitantes de la casa. También se usaban estos huesos como amuletos. Según Olivier de Marliave en “Trésor de la mythologie pyrénéenne” (1987), si se entierran estos huesos en el portalón del caserío y alguien los desentierra, se hace con la voluntad de toda la familia. Esta costumbre está documentada en Meñaka (Bizkaia), Ataun (Gipuzkoa) o en Latsaga-Izura (castillo de Baja Nabarra). Los enterramientos de los no natos o que mueren antes de bautizar “bajo la tejavana” de la casa (gentiles o paganos por tanto), estaba extendido por todo Euskal Herria como protección de su alma, estos lugares en los dialectos orientales se llamaban “baratze o baratza”, lo que refuerza la idea de “cementerio” y la idea de protección, en este caso a la familia, quizás un ritual de entrega del cuerpo del niño que no es cristiano a los genios telúricos para que lo cuiden, a los Mairu.

En el documental patrocinado y emitido por EiTB con dinero público “Una historia de Vasconia: euskaldunización tardía”, protagonizado por el historiador Alberto Santana, se llega a comentar que estos crónlech son extraños al país y relacionando incomprensiblemente su nombre con el de “moro”. Su distribución, según este historiador o los guionistas del documental, reforzaría una “baskonización tardía” o invasión de los baskones al resto de pueblos pirenaicos y de la cordillera vasca, lo cual no guarda concordancia alguna con la distribución de los crónlech hallados como vamos a detallar, al contrario, refuerza la idea de una religión común de todos ellos y diferente a otros pueblos como celtas o íberos.

La distribución de estos mairubaratz empieza dentro del territorio atribuido al pueblo euskaro prerromanos de los bardulos entre los ríos Oria y Leizaran y acaba en Andorra, por tanto abarcan territorios de diferentes pueblos como bardulos, baskones, vescetanos, cerretanos, ilergetes etc.. También existen al norte de los Pirineos como en Baja Nabarra, donde estarían los “ausko” de Aquitania I, o entre los andosinos y aerosinos (probablemente actuales Andorra y valle de Aran). Todos estos pueblos eran euskaldunes según, por ejemplo, el historiador español Ramón Menéndez Pidal (La Coruña 1869-Madrid 1968) que dice en su libro “Del elemento vasco en la lengua española”: “(…) lo hablan descendientes de pueblos antiguos como los várdulos y caristios que nunca se confundieron con los vascones. Y no sólo esto; los ilergetes y los cerretanos de Aragón y de Cataluña, ya muy alejados de los antiguos vascones, hablaban una lengua afín a la de éstos (…)”. Aún se hablaba euskera en esos territorios al menos hasta el siglo XII (http://lehoinabarra.blogspot.com.es/2015/09/hasta-cuando-se-hablo-euskera-en.html)

Estos crónlech “pirenaicos” eran todavía 1.104 en el año 2008, cuando uno de los máximos conocedores de estos monumentos prehistóricos el arqueólogo gipuzkoano Xabier Peñalver (1952), explicaba en su libro “Los vascones y sus vecinos” que se distribuían en 413 conjuntos, de los cuales 291 están en Euskal Herria actual, sobre todo en Alta y más aún en Baja Navarra.

El propio Xabier Peñalver en otro libro, “Mairubaratzak, Piriniotako harrespilak”, nos da la distribución de esos 1.104 crónlech por región:

Gipuzkoa 130 en 32 grupos.

Lapurdi 58 en 20 grupos

Baja Nabarra 166 en 65 grupos

Zuberoa 30 en19 grupos

Huesca 40 conjuntos grupos

Bearne 73 grupos

Altos Pirineos 9 grupos

Alta Navarra 460 en 150 grupos.

El monte Okabe (Alta Nabarra) presenta la mayor concentración de estos ritos funerarios, hasta 26 de estos círculos, siendo la zona de Illarrita (“zona de cementerios de piedra”) en el municipio de Lekunberri donde mayor concentración de ellos se da. En el norte pirenaico y tan sólo en la actual Euskal Herria, hay crónlech en Senpere, San Juan de Pie de Port (Garazi), Biriatu, Kanbo, Ezpeleta, Azkain, Bidarrai y un largo etc., pero se extienden por todo el Bearne (hay más de 70) o Gascuña, llegando al sur de la Gironda.

Pero también los hay en Bizkaia y en Alaba. En Bizkaia hay 7 crónlech en 5 grupos. En territorio de los antiguos autrigones: Turtzioz (Biroleo), Turtzioz (Perutxote) y Barakaldo-Güeñes (2 Kanpazulo), y en territorio Karistio o karieta: Orozko (Korleta) y Busturia (2 Sorbitzuaga). Es decir, el “mairubaratz” pirenaico tiene un hermano gemelo cuya pista podemos seguir por territorios bizkaínos y alabeses actuales como en Araia o en la sierra de Entzia (Mendiluze), donde no habitaba el pueblo baskón prerromano sino el bárdulo y dónde no dudamos que aparecerán nuevos crónlech.

Respecto a su uso o motivo de construcción, según explica el folclorista Juan Antonio Urbeltz (Iruñea 1940)  en su artículo “Mairubaratz. Moros y cromlechs pirenaicos” (Revista Kobie nº6 año 2004): “La hipótesis más clásica y extendida hoy día, supone que estos círculos de piedras guardan en su interior enterramientos llevados a cabo por grupos pastoriles que, desde la Edad del Hierro, han venido ocupando los parajes donde están construidos (…) En 1949, en un pequeño ensayo sobre los crónlech publicado en homenaje a D. Julio de Urquijo, Barandiarán apunta la hipótesis funeraria en base a los trabajos del general Pothier en Bearne, y a tradiciones populares vascas que los consideran antiguas sepulturas. (…) Pese a que las excavaciones no han dado restos suficientes como para hablar de tumbas de manera plena, la idea primera del enterramiento es la que se mantiene (…)”.

José Miguel Barandiaran (Enciclopedia Auñamendi) aceptaba que pudieran ser tumbas, pero nos decía que faltaban los cuerpos o sus cenizas para que esta posibilidad sea definitiva: “Don Telesforo de Aranzadi y D. Pedro Manuel de Soraluze hicieron algunas excavaciones en los crónlech de Oyarzun el año 1914; pero no hallaron en ellos material alguno que sirviera para conocer el significado o empleo y edad de tales construcciones. Yo mismo excavé en alguno de los de Olegui (Ezcurra) el año 1936; pero tampoco hallé nada que me aclarara el destino de aquellos cercos de piedra. Más tarde -1957 y 1959- efectué una exploración bastante detenida en los crónlech de Mendittipi y Meatse, situados en territorio de Bidarray y de Itxasu, por encargo de la Directión de l’Architecture (Fouilles et Antiquités) del Ministerio de la Educación Nacional de Francia. En el centro de uno de ellos hallé una arqueta o cista hecha con piedras planas: contenía tierra y trozos de carbón”.

También es contradictorio atribuirlos a los prados de verano de los pastores pirenaicos, pues no hay asentamientos pastoriles de ovejeros en sus inmediaciones con sus bordas. Es más, los más altos están a 15-20 km de un centro habitable y sería inaccesibles en invierno impidiendo o haciendo muy difícil el frío las cremaciones, por tanto, no podrían usarse con ese fin al menos la mitad del año, pero el análisis de los restos de carbón sí que denotan el uso de la madera de los árboles del lugar.

Por ello, se buscan otras explicaciones como la que menciona el propio Urbeltz: “Se ha pensado en (otras) funciones de ágora pastoril durante la estación veraniega; también se ha visto en ellos la base de recintos ocupados por mayorales y rabadanes (cabreros), o también rediles para el ganado, pero esta explicación tampoco resulta satisfactoria (entre otras cosas, por su escaso tamaño medio). Es extraño por tanto que las gentes de la Edad de Hierro se enterraran lejos de sus lugares de residencia (…) no son parte de ninguna costumbre funeraria, ya que no hay apenas huesos en su interior y sí abundante ceniza de carbón fruto de un acto de consagración de cada crónlech (…) obedecen a un propósito similar: dejar sin efecto el poderío de unos genios”. Los pastores ahuyentaban a los malos espíritus y pedían a los buenos, como los Mairu, que les guardasen el ganado que pastaría de nuevo en aquellos prados tras el crudo invierno, lo cual encaja mejor con otro tipo de ganado.

Eran por tanto “espacios en los que se protegía el ganado mayor sin tabular, como vacas y caballos de genios y seres malvados (…) La presencia masiva de ceniza de carbón de leña (con una ausencia casi total de restos humanos), sería consecuencia del acto de consagración de cada crónlech, como espacio protector del ganado familiar dentro de los pastos comunales. La ceniza del hogar (como en otros casos la teja) sería aquí un símbolo de esa propiedad familiar (según Barandiaran, ha habido costumbre de enterrar en los mojones trozos de teja y restos de carbón como símbolo de propiedad) (…) Lo que sí coincide con los lugares de estos crónlech sin embargo, son los lugares de pastoreo dentro de la trashumancia veraniega, pero no de ovejas”. Un dato a tener en cuenta es que muchos de ellos están en lugares inhabitables, más en invierno, pero con abundancia de agua, lo que refuerza la idea de que están relacionados con el ganado y no con las personas.

Respecto a la explicación de la presencia de ceniza en los Mairubaratz, el uso ritual de la ceniza de los troncos quemados en el fuego del hogar los días 24 y 25 de diciembre, es una tradición que perdura gracias al sincretismo entre el rito pagano milenario del culto al sol o solsticio de invierno (“sol quieto”) y el de la Navidad cristiana o nacimiento de Cristo, el cual se celebra desde el siglo IV. Incluso hoy en día se sigue usando esa ceniza para la consagración, la purificación, para dar buena suerte, contra maleficios y hechizos, para evitar enfermedades que aquejan a la familia o para proteger los cultivo y al ganado; para ello se esparce la ceniza por los establos y campos. Además, sirven como símbolo de propiedad, al marcar con él los mojones de los caseríos.

Este tronco de Navidad y esta costumbre está extendida por toda Euskal Herria, desde Bizkaia hasta Zuberoa y desde al menos la Valdorba hasta Baiona, recibiendo nombres como: Txubilar, Txubil, Supil, Tupil, Subilaro-egur, Suklaro-egur, Sukubela, Suhilaro, Xubilaro, Sunbilero, Subilaro, Gabonzuzi, Gabon-subil, Gabon mukur, Olentzero-enbor, Onontzoro-mokor, Porrondoko, etc. Se seguían ritos como el que decía sobre las cenizas: «Jainkoak duela parte, aingeruek beste hainbeste eta gaiztoak ez batere» (Que el Señor tenga su parte, los ángeles otro tanto, y los malos nada). Este ritual tiene su extensión por todo el Pirineo y cordillera cantábrica e incluso en las llanuras de Gascuña y occitanas.

El etnólogo de Uxue Mikel Burgi, nos habla sobre el significado de las cenizas de estos troncos siguiendo a Joxé Miguel de Barandiaran, y que es el mismo que podrían tener los Mairubaratz: “A este tronco se le atribuían poderes milagrosos: En muchos pueblos guardaban el tizón final como una reliquia o talismán, utilizándolo el día de San Antón para bendecir los animales o para conjurar tormentas durante el verano. Sus cenizas llegaron a ser recogidas para curar determinadas enfermedades del ganado o librar los campos de plagas. En amplias zonas de la Montaña y la Navarra Media cada miembro de la familia ponía sobre el tronco una astilla para calentar al Niño, recordando con todas ellas a los familiares vivos ausentes y a los difuntos”.

 

CONCLUSIONES

Algunas conclusiones que podemos sacar sobre el “Mairubaratz” del Pirineo, es que es difícil que su uso primigenio sean enterramientos humanos, dada la escasa ceniza encontrada y menos fruto de una cremación, lo que abre la puerta a otras explicaciones religiosas paganas o de gentiles.

El pirenaico es un tipo de crónlech o mejor dicho de estructura microlítica de círculos de piedra en territorios veraniegos relacionados probablemente con el ganado no estabulando, dentro de la religión precristiana de los pueblos euskaros, cuya extensión no se limita a los baskones prerromanos. Su presencia entre todos los pueblos euskaros del Pirineo es muy superior a otras cadenas montañosas del resto de Baskonia, pero donde también existen en menor cantidad.

Su nombre, y probablemente el rito en él practicado, tiene que ver con los “Mairu”, pequeños genios que vivían en las profundidades de la tierra, pero que no eran malignos, al contrario, eran muy laboriosos y traían suerte, cuidaban del ganado según las mitología que nos llegado hasta el presente, y cuya veneración es común en todo el Pirineo y el cantábrico hasta Galicia, pero no está documentado más al sur entre u oriente entre pueblos celtas e íberos. Los puñados en el centro y la capa de cenizas esparcidas en la superficie de estos monumentos, nos recuerdan a las costumbres que han llegado hasta el presente en toda Baskonia de rituales con poderes divinizados atribuidos al tronco de Navidad: para la purificación de animales y campos, demarcaciones de propiedades con sus cenizas, así como de recuerdo a los difuntos.

Lo más sorprendente, es que varios de estos microlitos fueron usados hasta el siglo XV, como en Sohandi (Garazi, Baja Nabarra). Es más, en la comarca y datado su uso entre los siglos VI al XIV, tenemos los crónlech de Ahiga, Biskartxu y Urdanarre. En Urdanarre, cerca de Garazi, se encontró una osamenta en un arcón y una cista encima con ceniza humana y carbones de los siglos XIV o XV; pensar de que se tratase de una comuna pagana aislada no se ajusta a la época ni al lugar, de gran tránsito dentro del Camino francés de Santiago, el cual pasaba por Nabarra llevando cristianos de toda Europa en peregrinaje a Santiago de Compostela en el reino de Castilla-León.

En muchos de estos crónlech medievales constan ritos de incineración y ofrendas de monedas, las cuales también han sido halladas en el crónlech de San Martín de Iraurgi (Gipuzkoa, Azkoitia), datados del siglo XIII, pero es difícil saber si eran fruto de una vuelta al paganismo o un ritual puntual, pues son siglos donde el judeocristianismo está muy desarrollado en todo el reino baskón de Nabarra, aunque hasta el pleno siglo XX perduró en pleno sincretismo con la religión autóctona en los montes y zonas rurales de toda Baskonia, incluido el culto a los Mairu como hemos visto.