Las agresiones a la lengua catalana

La semana pasada, aquí mismo, hablábamos sobre el acto de racismo lingüístico llevado a cabo por el Real Madrid, al prohibir que el jugador Kiko Casilla pudiera responder en catalán a la pregunta de un periodista de TV3, algo que sí podían hacer en las sus lenguas respectivas jugadores de habla inglesa, francesa, portuguesa o croata. Fue exactamente el 8 de mayo. Pues bien, a raíz de ello, ha vuelto a circular de manera intensa por la red la denuncia pública del acto aún más feroz que sufrió el 6 de mayo de 2014 Caterina Terrassa, una mujer de treinta y cuatro años, al ser expulsada de una sucursal del Banco Santander, de Palma, por hablar en catalán.

Obviamente, en ambos casos, no ha habido ninguna reparación, ya que estamos hablando de España, un Estado lingüicida para el que las lenguas catalana, vasca y gallega son lenguas domésticas, de segundo orden, que frenan, como dice exquisitamente el lingüista madrileño Juan Carlos Moreno Cabrera -recomiendo leer sus libros-, la expansión imperial de «la lengua común». Pero el silencio cómplice no es nada aconsejable en ninguna situación de agresión, porque quien calla otorga. El silencio cómplice es lo que tanto gusta a los que dicen que «las cosas son como son», ya que de esta manera pueden seguir diciendo eternamente que «las cosas son como son» olvidándose por completo de añadir que ellos, muy callados, son los que contribuyen a la existencia de esta situación.

Caterina Terrassa no es de las que dicen que «las cosas son como son», y difundió la agresión que había sufrido. Dado que su carta es conocida, sólo recordaré de ella los aspectos más significativos. Los hechos tuvieron lugar en la oficina del Banco Santander situada en la calle del Marqués de la Senia, 44, de Palma, donde fue a hacer un ingreso de 500 euros. La cajera que la atendía no la miró hasta que llegó el momento de decir el número de la cuenta corriente. Entonces, la cajera saltó y le dijo: «Dímelo en castellano». Caterina Terrassa le preguntó si no le entendía, la cajera respondió que no, y la primera le recordó que en el lugar que ocupaba, de atención al público, tenía el deber de entenderla. La consecuencia de esto fue que la cajera le gritó que «¡los catalanes estáis fatal!» y añadió que pediría a un compañero que le atendiera, que ella no lo quería hacer.

Caterina Terrassa aceptó la decisión, pero pidió también el poder hablar con la directora . Y la directora vino. Pero, al hacerlo, el hombre que esperaba detrás de la señora Terrassa apoyó a la cajera diciendo: «¡No es verdad, yo soy testigo. Ella [la cajera] no ha hecho nada!» A partir de ese momento, la directora, por más que la clienta le pidió que viera los hechos a través de las cámaras de seguridad, no quiso saber nada. Y como quedaba muda, la cajera, envalentonada, expulsó a Caterina Terrassa de la oficina con gritos, insultos y con frases como «¡Amargada! ¡Los catalanes estáis fatal! ¡Fuera! ¡Fuera!» Huelga decir que la señora Terrassa no pudo hacer el ingreso porque, como ella misma dice, «todo el rato me  mantuve en catalán, por lo que quedó demostrado que no había ningún problema de comunicación, sino que se vulneraban mis derechos lingüísticos por capricho. se me discriminó y agredió verbalmente por haber hablado en catalán».

El racismo lingüístico es así. No soporta que le hablen en la lengua que odia. La entiende, naturalmente que la entiende, pero lo odia, y cobardemente, como hacen los blancos racistas o los homófobos, aprovecha los entornos favorables y la complicidad pasiva de ‘la autoridad’ circunstancial, en este caso la directora, para liberar todo su veneno y cebarse en la víctima. Como siempre, queda preguntar: ¿alguien se imagina estos hechos a la inversa? ¿Alguien se imagina qué se diría en toda España si la cajera de una entidad bancaria de Girona, Vic o Olot expulsara una cliente por hablar en español? El señor Lluís Rabell, de Cataluña Sí Que se Puede, por ejemplo, aprovecharía para salir en la tele otra vez a hacer de marca blanca de Ciudadanos y PP, diciendo mentiras y hablando de racismo catalán. Curiosamente, no le hemos oído decir nada del caso del Real Madrid. Exactamente igual que Ciudadanos y PP.

En el caso de la señora Caterina Terrassa hubo otro elemento a tener en cuenta: el del silencio del resto de personas presentes en la oficina bancaria. Nadie reaccionó. Ni siquiera cuando el hombre de atrás de la señora Terrassa apoyó a la cajera. Todo el mundo callado. Después, claro, en la calle, siempre viene alguien que te da una palmada en la espalda y te dice «no hay derecho, no hay derecho», pero a la hora de la verdad, mientras se está produciendo la agresión, los años de sumisión atenazan las piernas de los testigos, la garganta se les queda seca y piensan: «No te metas, que aún recibirás». Es la vieja historia de los colectivos inferiorizados: negros, homosexuales, inmigrantes, mujeres… No todo el mundo es sumiso, por suerte. La señora Caterina Terrassa no calló ni se dejó vejar. La expulsaron de una oficina bancaria por hablar en catalán de la misma manera que en el año 1955 el conductor de un autobús de la ciudad estadounidense de Montgomery, Alabama, quería expulsar a la señora Rosa Parks, de piel negra, de un asiento reservado a los blancos. Esta última incluso fue a la cárcel por su ‘rebeldía’. Pero no se levantó del asiento.

En abril pasado, un ciudadano alicantino preguntó a la ‘Fundación de la Comunidad Valenciana Auditorio de la Diputación de Alicante’ (ADDA) la razón por la que el catalán no aparecía en los rótulos de la fachada de su edificio mientras que sí lo hacía el español , y la respuesta que recibió del vicepresidente fue que poner el catalán sería «antiestético» para el diseño estructural. Esta, pues, es la situación. Pero si sabemos algo es porque no todo el mundo guarda silencio, no todo el mundo es sumiso y afronta el racismo lingüístico con resignación, sino que explica las agresiones para que no pasen desapercibidas, que es justo lo que pretenden los que nos quieren callados. Es una cuestión de dignidad.

EL MON