1 de junio: Iñigo, Eneko, Oneka….. Zorionak!!

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Representación de San Iñigo. Obra de Francisco de Goya cuando apenas tenía 17 años (Fuente: Wikipedia)

¿Y por qué esta felicitación? Pues porque ese es el día de SAN IÑIGO: ¿a que no lo sabíais? Apuesto a que la mayoría de vosotros/as no…. Vamos, pues, a averiguar un poco más sobre quién fue este San Iñigo, y qué papel tuvo en nuestra Historia.

¿Iñigo vs Ignacio?

Probablemente, la gran mayoría de quienes tengáis alguno de estos nombres vendréis asociando la festividad asociada a vuestro nombre al 31 de julio, día de San Ignacio de Loyola (1491-1556). Y, por supuesto, quien así quiera hacerlo, tiene todo el derecho a seguir haciéndolo, faltaría más…

Pero lo cierto es que Ignacio y sus variantes (Iñazio, Iñaki -creado por Sabino Arana-, Nacho…) no son el mismo nombre que los Eneko, Iñigo u Oneka. La razón de dicha identificación es, simplemente, que el fundador de los Jesuitas, cuyo nombre original era Iñigo López de Loyola, adoptó el nombre de Ignacio no antes de 1537, cuando se traslada a Roma, se ordena Sacerdote y da los primeros pasos que desembocarán en la fundación de la Compañía de Jesús.

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Ignacio de Loyola (Fuente: http://www.biografiasyvidas.com)

Y es que, si bien no hay un consenso sobre su origen exacto, lo cierto es que Eneko -la forma original, en su transcripción actual- es un nombre muy antiguo que se ha mantenido con especial vigor en los territorios de raigambre vascona, incluidas aquellas zonas donde dicho sustrato ha sido borrado de la conciencia colectiva, como es el caso de los valles de Castilla la Vieja, la Castella Vetula. Recordemos, asimismo, que Eneko, Yennego, Enneco… (o su variante latinizada, Iñigo) y Oneka (también Onneca, Onecha….) son nombres muy repetidos entre los primeros reyes y reinas del Reino de Pamplona, posterior Reino de Navarra.

Por su parte, el nombre Ignacio tiene origen latino o griego; y, si bien el santo azpeitiarra justifica su cambio nominal únicamente por el carácter “más universal” del apelativo adoptado (desconocemos si por un cierto complejo de inferioridad respecto a lo propio que a día de hoy sigue vigente en nuestro pueblo, o bien por un visionario sentido práctico que hoy llamaríamos marketing), es razonable que pueda tener que ver con la figura de Ignacio de Antioquía.

Este santo, que vivió durante el siglo I d.C., fue uno de los primeros Padres de la Iglesia -pertenece a la primera generación inmediatamente posterior a los Apóstoles-, murió martirizado, y fue obispo de Antioquía, en la actual Turquía junto a Siria. Su principal aportación fue una serie de cartas que, supuestamente, fue escribiendo durante su traslado forzoso desde Antioquía a Roma, donde murió entre las fauces de las bestias durante el reinado de Trajano (98-117 d.C.).

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San Ignacio de Antioquía (Fuente: http://www.cincominutosconjesus.org)

En el “boom” de la recién inventada imprenta, en 1498 se publicaron varias cartas, desconocidas hasta entonces, que se atribuyeron al santo. De inmediato se desató un encendido debate sobre la autenticidad de dichas cartas, que polarizó a los teólogos católicos y protestantes: los primeros defendían su autenticidad, al sustentar que la iglesia primitiva ya se organizaba de una manera muy similar a la Iglesia católica; los protestantes (con Jean Calvino a la cabeza), en cambio, rechazaban su autenticidad. La elección de su nuevo nombre por parte del actual patrón guipuzcoano-vizcaíno, por tanto, podría representar toda una declaración de intenciones del que, a la postre, llegaría a ser el más destacado “soldado de Cristo” contra la Reforma, el adalid de la Contrarreforma.

San Iñigo de Oña: contexto histórico

Pero volvamos a nuestro protagonista, San Iñigo. Como siempre sucede en este tipo de personajes, resulta difícil distinguir el relato verídico del relato hagiográfico, escrito para mayor gloria y alabanza del Santo. No obstante, y entre tanta penumbra, las diversas fuentes coinciden en que nació en Calatayud, en la actual provincia de Zaragoza, alrededor del año 1000.

Conviene detenerse brevemente a analizar el contexto sociopolítico de la época para entender mejor los acontecimientos posteriores. Recordemos, en primer lugar, que faltaban aún unos 120 años para la conquista cristiana de Calatayud[1]: Eneco, pues, era mozárabe, cristiano en territorio bajo dominio musulmán. Y es que la realidad social y política del valle del Ebro era bastante más compleja que el clásico relato maniqueo de moros y cristianos que se nos suele contar.

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Vista de Calatayud (Fuente: http://www.compromisodecaspe.es)

Desde los tiempos de la conquista musulmana (711-714), la remota región de la “Marca Superior” (así denominaban en Córdoba al valle del Ebro) fue gobernada, mayormente, por muladíes: es decir, dirigentes nativos que se convirtieron al Islam para mantener su estatus. Por lo tanto, y si bien hubo ciertas aportaciones árabes y, sobre todo, bereberes, no hubo en esta zona tanto un desplazamiento demográfico, como una asimilación de la cultura del nuevo poder por parte de la población preexistente.

Ello supone que, tras el relato políticamente correcto de fieles e infieles -en cualquiera de los dos sentidos- usado por las clases dirigentes, la red de relaciones sociales entre los habitantes de la comarca, por encima de su religión, siguió vigente. Buena muestra de ello es la conocida alianza entre los Banu Qasi (los descendientes de Casio) y los Arista, primeros reyes de Pamplona. Asimismo, en Zaragoza siguió manteniéndose en todo momento un obispado cristiano, y no pocos de los dirigentes militares y políticos de la naciente taifa de Zaragoza, así como algunas de sus tropas de élite, eran cristianas[2]. Por tanto, si bien la situación de cristianos y musulmanes distaba de ser equilibrada, lo cierto es que la presencia cristiana en territorio musulmán siguió siendo importante; y, de hecho, las diferencias entre cristianos mozárabes y cristianos latinos fueron, a veces, aún mayores que entre cristianos y musulmanes. La frontera de los infieles, pues, era mucho más maleable de lo que pensamos….

Por otro lado, en los primeros años de vida de San Iñigo se producen cambios políticos de gran trascendencia. Tras la muerte en el año 1002 de Almanzor, azote de los reinos cristianos, el hasta entonces todopoderoso Califato de Córdoba entra en un proceso de descomposición que desemboca en su partición en numerosos reinos de taifas; en particular, la poderosa taifa de Zaragoza comenzó a actuar de manera independiente a partir de 1018. En adelante, su existencia estará marcada por el pago de jugosas indemnizaciones económicas a los reinos cristianos circundantes, y la conflictividad con las taifas vecinas, en especial la de Toledo[3]. Las tornas, por lo tanto, habían cambiado: ahora los musulmanes estaban a la defensiva.

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Reinos de taifas alrededor de 1030 (Fuente: http://historiaiesjmiro.blogspot.com.es/)

Mientras tanto, en el año 1004 Sancho III “el Mayor” sube al trono del reino de Pamplona, iniciando el periodo de máxima expansión y poder del reino pirenaico. Una de las medidas más importantes impulsadas por el monarca fue la reorganización eclesiástica de su reino. Siguiendo los consejos del obispo Oliva de Vic, el rey implanta desde 1023 la Orden de San Benito (procedente del poderoso monasterio de Cluny) en su reino, pasando de una red de pequeños “monasteriolos” de carácter local, a una estructura basada en grandes monasterios (San Juan de la Peña, Leire, Iratxe, San Martín de Albelda, San Millán de la Cogolla, Oña…) directamente controlados por la Corona, y usados por ésta como instrumento para la organización del territorio: casi una “iglesia nacional”, se podría decir en lenguaje actual. Recordemos, por ejemplo, que la primera mención de “Ipuzkoa” en 1025 aparece en una donación al monasterio de San Juan de la Peña. Esta forma de organización, fuertemente defendida por los monarcas navarros -que se extendía también a la elección de los obispos-, toca a su fin, años después, tras la enérgica intervención del Papa Gregorio VII (1073-1085).

En este contexto, el rey Sancho “el Mayor” manda en 1025 a San Juan de la Peña al abad Paterno para ampliar e instaurar la orden de San Benito en el -hasta entonces- pequeño monasterio pirenaico. Este abad será también enviado en 1033 al monasterio de Oña (actual Burgos) para realizar una reforma similar, y, probablemente, esto tenga bastante que ver con el devenir vital de nuestro protagonista.

Vida de San Iñigo

Según la tradición, ya en su juventud se retiró san Iñigo a la localidad de Tobed, cercana a Calatayud, a fin de vivir como eremita. En un año indeterminado (probablemente en relación con la mencionada reforma liderada por el abad Paterno) Eneco/Iñigo se desplaza al renovado monasterio de San Juan de la Peña, junto a Jaca, donde siguió teniendo fama de anacoreta.

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Monasterio de San Salvador de Oña (Fuente: http://patrimoniohistorico.fomento.es/)

En el año 1033, Sancho el Mayor (entonces en su máximo apogeo) envía a Paterno e Iñigo al extremo occidental de sus dominios, al santuario de San Salvador de Oña -en el extremo occidental de los montes Obarenes, y controlando el paso entre la Bureba y los valles de la Castella Vetula-, a fin de implantar allí una reforma similar a la realizada anteriormente en San Juan de la Peña.

San Salvador de Oña había sido fundado en el año 1011 por el conde castellano Sancho García, suegro de Sancho III “el Mayor”, como donación a su hija Tigridia, quien fue su primera abadesa. Inicialmente funcionó como monasterio “dúplice” (es decir, con monjes y monjas) poblado con religiosos de ambos sexos procedentes de pequeños monasterios cercanos. Pero, al quedar el condado de Castilla bajo protección de Sancho III “el Mayor” -tras ser asesinado su cuñado García Sánchez en 1028-, éste decide extender en 1033 su reforma eclesiástica a los nuevos territorios. En particular -y este es un detalle interesante-, a la parte de los mismos (Castella Vetula, los valles castellanos al Norte del Ebro) que luego integrará en la herencia patrimonial de su hijo García Sánchez “el de Nájera”, y no en el condado de Castilla heredado, por vía materna, por su otro hijo Fernando I.

Como primer abad figura un tal don García, pero su mandato duró menos de 2 años. Según la España Sagrada del padre Flórez (tomo XXVII), a fines de 1034 Sancho “el Mayor” ya había puesto a san Iñigo al frente del monasterio, puesto que el 21 de octubre de 1034 firma ya como abad en un documento[4]. Y lo hace con un amplio territorio a su cargo, que abarcaba tierras de las actuales provincias de Burgos, Logroño, Santander y Palencia.

Un años después (18 de octubre de 1035) fallecía el rey Sancho “el Mayor”, siendo enterrado precisamente en San Salvador de Oña, lo cual da muestra de la importancia concedida por el monarca navarro al cenobio recién reformado. Con su hijo García Sánchez “el de Nájera” no sólo siguió San Iñigo al frente del monasterio oniense, sino que mantuvo una estrecha relación con el monarca, acompañándole durante la campaña de Calahorra (1045) y siendo su confesor.

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Menhir “Fin de Rey”, donde se recuerda el lugar de la batalla de Atapuerca (1054). Marcaba el límite del reino de Navarra, a modo de “Arbol Malato”. (Fuente: http://gurelur.blogspot.com.es/)

Fue esta cercanía al monarca navarro lo que le deparó un papel protagonista que, a buen seguro, jamás habría deseado el santo. Y es que, según la tradición, fue San Iñigo quien atendió en sus últimos momentos al malogrado García Sánchez “el de Nájera”, muriendo éste en sus brazos, durante la batalla de Atapuerca, el 1 de septiembre de 1054. Igualmente, fue San Iñigo quien se encargó del traslado de los restos del monarca hasta Santa María la Real de Nájera, donde recibió sepultura.

A consecuencia de esta batalla fratricida, la Bureba y la Castilla Vetula, con Oña como punto central, fueron anexionadas por Fernando I de Castilla. Pero San Iñigo siguió como abad de Oña hasta su muerte, periodo durante el cual se le atribuyeron diversos milagros y curaciones; y, sobre todo, un carácter bondadoso y apaciguador de numerosos conflictos.

Según la España Sagrada (Tomo XXVII, pag. 319-320), estando en el lugar de Solduengo, en la Bureba, cayó enfermo a finales de mayo del año 1068. Fue trasladado al cercano monasterio de San Salvador de Oña, donde falleció -como se suele decir, “en olor de santidad”- el 1 de junio de 1068: de ahí la festividad del 1 de junio. Fue enterrado en una arqueta de plata, que aún se conserva en el monasterio de San Salvador de Oña, y que fue abierta por última vez el 30 de mayo de 2014 para hacer entrega de parte de las reliquias al monasterio de San Salvador de Leyre. Anteriormente, en 1597, también se había hecho entrega de parte de las reliquias a su localidad natal, Calatayud. Menos de un siglo después de su muerte, en 1163, fue canonizado por Alejandro III, debido a su fama de santidad y a los milagros que se le atribuyeron.

Y aquí termina la Historia de San Iñigo, patrón de Enekos, Iñigos y Onekas….. ¡¡si ellos y ellas quieren, claro!!

[1] Calatayud = Qal´at Ayyub, o “Castillo de Ayyub”, nombre árabe que equivale al hebreo Job.

[2] Es el caso del General Mondir ben Yahya el Tochibi (1017), cristiano liberto, o del primer Ministro Ibn Gundisalvo (Hijo de Gonzalo), en la segunda mitad del siglo XI. (Vid. “Historia de los mozárabes en España” (1897-1903), de Francisco Javier Simonet, cap. XXXIII).

[3] En particular, la conquista de Calahorra por García Sánchez “el de Nájera” en 1045 se derivó de un acuerdo entre Yahya al-Mamun de Toledo y el rey navarro para hostigar a la taifa zaragozana. Posteriormente, y poco antes de ser asesinado en 1076, su hijo Sancho IV “el de Peñalén” había renovado (25 de marzo de 1073) un pacto con Muqtadir de Zaragoza para proteger a su taifa frente a Aragón, a cambio de un cuantioso pago. Este tipo de acuerdos -por lo demás, buscados por todos los reyes cristianos- fueron fuertemente criticados por el Vaticano (recordemos que, desde 1068, Sancho Ramírez de Aragón se había puesto bajo protección del Papa), y no hay que desdeñar su importancia a la hora de explicar el asesinato de Sancho “el de Peñalén” y la ulterior conquista y fragmentación del reino pamplonés. (Vid. “Historia del Reino de Navarra en la Edad Media” por Jose Mª Lacarra, 1972. Cap. V)

[4] El principal cronista de San Iñigo, Iñigo Gómez de Barreda (1715-1781), refiere que “obligado de las exhortaciones del Rey y assimismo de los mandatos de su Abad de la Peña (porque entrambos estaban presentes y le hacían las debidas instancias), temiendo desagradar a Dios si resistía a su vocación, aceptó el cargo y dexó el consuelo de aquellos riscos, testigos de sus penitencias, con harto desconsuelo suyo y de aquellos sus Hermanos y Compañeros Monjes, y… vino a descender de las montañas de Xaca para levantar las de Burgos”.

https://martinttipia.com/2016/06/01/1-de-junio-inigo-eneko-oneka-zorionak/