La Vergüenza de Tortosa

La consulta organizada por el Ayuntamiento de Tortosa -en la que sólo participaron unas 8.000 personas de las 28.000 con derecho a voto- ha dado como resultado el mantenimiento del monumento fascista de la ciudad, que es lo que querían la Falange, determinadas entidades nostálgicas del antiguo Régimen, y también, como es bien sabido, el alcalde Ferran Bel, que incluso aprovechó su presencia en TV3, treinta y seis horas antes, para hacer campaña con el apoyo de otro invitado que en negaba el carácter franquista, apelaba a sus cualidades estéticas y calificaba de «simpática», el águila que pusieron.

La consulta, sin embargo, fue una farsa. Una farsa por un montón de razones. Al menos siete: una, porque la semántica de la boleta era descaradamente manipuladora; dos, porque mentía de manera flagrante -no es un «monumento de la batalla del Ebro», sino, como dijo el gobernador civil de la época a Franco: «Este es, señor, el monumento que hemos levantado con un propósito de homenaje a Vos, a vuestro ejército, a vuestra obra, a sus raíces y a su proyección actual y futura»-; tres, porque incumple la Ley de la Memoria Histórica; cuatro, porque contraviene la resolución del Parlamento de Cataluña, que este 2016 instó al Ayuntamiento de Tortosa a «retirarlo inmediatamente»; cinco, porque se burla de los requerimientos que el Síndic de Greuges, la Comisión de la Dignidad y diversas entidades locales, entre ellas el Casal Panxampla, han hecho al Ayuntamiento en este sentido; seis, porque, como dice Òmnium Cultural, se ha intentado «enmascarar con buenismo democrático lo que es una banalización del franquismo»; y séptimo, porque, en definitiva, escupe sobre la memoria de unas personas que dieron la vida en defensa de las libertades arrasadas por los asesinos que lo inauguraron.

Otros dos elementos que el alcalde Ferran Bel introdujo los días previos a la consulta para favorecer la opción de mantener el monumento fueron el de sus dimensiones y el de la propiedad. Con relación al primer elemento, dijo que aunque ganara la opción de retirarlo sería de difícil materialización porque «tiene unas dimensiones que si se traslada a otro lugar aún tendrá más impacto». ¡Ahí es nada! Y en cuanto a la propiedad, siempre haciendo campaña a favor de que el monumento no se toque, dijo que «no es propiedad del Ayuntamiento de Tortosa», ya que «está en medio del río, que es de titularidad estatal», por lo que una victoria de la opción de retirarlo serviría de poco dado que primero habría que pedir permiso a «prácticamente todos los niveles de la Administración». En otras palabras, según Bel, el Ayuntamiento no puede tocar el monumento. Llegados aquí, la pregunta es: si el Ayuntamiento no tiene potestad sobre el monumento, ¿por qué organizó una consulta cuyo resultado, fuera cual fuera, no podría cumplir? ¿Hay algo más sumiso que organizar una consulta para preguntar si se puede pedir permiso? Las consultas, señor Bel, son para decidir, no para marear la perdiz haciendo instancias por triplicado.

Curiosa y entusiasta sintonía, por cierto, entre Ferran Bel y el portavoz del PP, Francisco Javier Dalmau, en esta materia, incluso en las declaraciones posteriores a la consulta. Ambos han pedido «respeto a los tortosinos». Como si los tortosinos estuvieran exentos de las decisiones del Parlamento de Cataluña, que ya hemos dicho que instó al consistorio a retirar el monumento. El mantenimiento de la simbología fascista, sea en la población que sea, degrada a todo el país. Y es vergonzoso que un país que quiere convertirse en un nuevo Estado de Europa radicalmente democrático tenga la inmensa cara de banalizar las ‘glorias’ de un régimen genocida por el diabólico procedimiento de ‘reinterpretarlas’. Realmente sólo de oirlo da asco. Hay que ser cínico, muy cínico, para aducir que un monumento erigido a la gloria de un genocida, el monumento más grande de Cataluña, puede ser ‘reinterpretado’. Hay gente muy aficionada a ‘reinterpretar’ el fascismo en nuestro país. Si ‘reinterpretaron’ a Juan Antonio Samaranch, homenajeándole post mortem en el Palau de la Generalitat, o a Carles Sentís, nombrándolo presidente del Colegio de Periodistas, qué no harán con un montón de hormigón y dos puntas de hierro. No sé si en estos momentos faltan traductores e intérpretes en Cataluña, pero no hay duda de que vamos sobrados de reinterpretadores. Tenemos un buen excedente de llos. Hay reinterpretadores que incluso se reinterpretan a sí mismos.

Es muy curiosa, por otra parte, esta obsesión por pedir «respeto a los tortosinos» por parte de quienes no respetan a los catalanes. ¿O es que el Parlamento de Cataluña, no representa a todos los catalanes? Mira por donde, los que se han reído del Parlamento son los mismos que ahora mismo estarían pidiendo que se le respetara si éste hubiera dictaminado a su favor. ¡Cómo está el mundo! ¡Y pensar que todavía hay gente de buena fe que se pregunta cómo es que Franco murió de viejo! Hace más de cuarenta años que murió y todavía hay alcaldes y concejales que se preguntan si hay que retirar o mantener los símbolos que exaltan su régimen de terror y que organizan consultas para abordar la cuestión como si se tratara de instalar un semáforo o de pintar de azul o de rojo el barco turístico del Ebro.

Curiosa también la brillantísima argumentación de varios tortosinos para mantener el monumento: «Siempre ha estado aquí», «Siempre lo hemos visto aquí», «Siempre ha formado parte del río, es un símbolo de Tortosa». Haría falta que estas personas nos explicaran qué significado otorgan a la palabra ‘siempre’. ¿Consideran, tal vez, que el monumento apareció como una seta después del Big Bang? ¿Cuántas generaciones incluye, desde su punto de vista, el término ‘siempre’? ¿O es que tal vez Tortosa nace con ellos, y la Tortosa de antes no cuenta? ¿Qué consulta se hizo a la ciudadanía para ponerlo en medio del río, como si ‘siempre’ hubiera estado allí? ¿Dónde está el resultado de la consulta popular de 1966? Digámoslo claro y catalán: en los archivos del Ayuntamiento de Tortosa no hay ningún resultado en este sentido, porque el monumento fue impuesto -resaltémoslo: impuesto- por un régimen sanguinario para glorificar a su caudillo y humillar a los vencidos. Y, sin embargo, Ferran Bel y los concejales que, salvo el de la CUP, han avalado esta farsa no han tenido escrúpulos a la hora de lavarse las manos cargando el muerto a la ciudadanía. Pero ahora son ellos los que se han cubierto de gloria. No querían pasar a la historia como los políticos que retiraron un monumento fascista y ahora resulta que pasarán como los representantes municipales que se burlaron del Parlamento de Cataluña protegiendo lo que llaman «un símbolo de Tortosa». Esperamos que Convergencia, en su refundación, se dé cuenta de que alcaldes como Ferran Bel constituyen un lastre nefasto para el partido.

Más vale que a los gloriosos consistoriales de Tortosa no se les ha ocurrido el disparate de ‘reinterpretar» el monumento colgando una estelada. ¡Ay, no, claro! Esto no se les podría ocurrir nunca, porque colgar una estelada sería hacer bandera de una opción política. el monumento, en cambio, no hace política, el monumento es sólo un armatoste simpático que no hace bandera de nada. Pues bien, dado que el monumento de exaltación del fascismo más grande de Cataluña es un símbolo de Tortosa, según 5.755 tortosinos, propongo que a partir de ahora tenga nombre. un nombre que le corresponda y por el cual el conozcamos el resto de catalanes: «la Vergüenza de Tortosa».

EL MÓN