Llamando a las puertas del paraíso

La llamada crisis de los refugiados que llaman a las puertas de Europa -322.000 el año 2015, según datos del ACNUR-, después de haber atravesado el Mediterráneo y de haber dejado atrás todo lo que tenían, todo su mundo, huyendo de la guerra, de la desolación, del hambre y de la muerte, marcará para siempre nuestra historia. Son miles las personas, ahora encerradas en campos miserables como si fueran ganado, que tenían idealizada la Unión Europea. Pensaban, como escribe el poeta, que era la tierra «donde dicen que la gente es limpia y noble, culta, rica, libre, despierta y feliz», y se lanzaron a una odisea que les ha llevado a toparse de frente con la antítesis de todo esto. Se han visto amontonados bajo la lluvia, me medio del barro, muertos de frío, tratados como seres inferiores, sometidos a la brutalidad militar, a una alimentación deficiente, a unas condiciones higiénicas humillantes… Han visto, en definitiva, que no hay nadie con más capacidad para degradar la condición humana que los mismos seres humanos. Especialmente los humanos más ricos, más cultos, más limpios, más despiertos y más celosos de su parcela de paraíso.

Quizás el Primer Mundo no es exactamente el paraíso. Pero es comprensible que a muchos de los que viven en el Tercer Mundo se lo parezca. Con el coste de todas las cosas que un niño de Europa lleva encima, cuando sale de casa, podría vivir una familia entera en los países subdesarrollados. Y se diría que tenemos miedo de que esto nos sea quitado. Y para justificar o disfrazar este miedo decimos desde el sofá de casa que no es cierto que sean refugiados. Decimos que algunos, quizás sí que lo son, pero que el resto son vividores, aventureros, oportunistas o terroristas. Es el argumento perfecto para justificar el inmovilismo, por no presionar a los gobiernos estatales, para contemplar toda aquella desesperación través del televisor con la misma actitud indiferente o escéptica de quien ve una película excesivamente dramática. Después de todo, si son parásitos, no hay que preocuparse.

Pero no son parásitos. Son personas que han perdido padres o madres o hijos o hermanos o abuelos entre los miles de muertos que ha habido hasta ahora en el infierno del que han huido. Y en este punto, el desprecio del Estado español por esta gente es brutalmente escandaloso. Estamos hablando del Estado que ha prohibido que Cataluña pueda acoger a 4.500, como había previsto la Generalitat. El caso más impresionante ha sido el del campo de Idomeneo, entre Grecia y Macedonia. En sólo tres días, a finales de mayo, la policía griega expulsó a diez mil personas. Se trataba de cambiarlas de lugar, de enviarlas a campos improvisados ​​que permitieran quitar a Idomeneo del foco de atención de los medios de comunicación internacionales. Ya se sabe, las cosas que no tienen nombre son más difíciles de identificar. Pasan más desapercibidas y parece que no existan.

Son tantos los compromisos que un día firmamos y que hemos olvidado. Hemos olvidado que la Declaración Universal de Derechos Humanos reconoce el derecho de las personas, en caso de persecución, de ser acogidas por todo el mundo. Hemos olvidado que la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea determina que la dignidad humana es inviolable y debe ser respetada y protegida. Hemos olvidado que la Convención de Ginebra de 1951 y el Protocolo sobre el Estatuto del Refugiado de 1967 prevén garantizar los derechos de las personas que huyen de la barbarie. Hemos olvidado que los refugiados son seres humanos como nosotros. Y puestos a olvidar, hemos olvidado también las palabras de Shylock en la escena primera del tercer acto de ‘El mercader de Venecia’: «Si nos pinchan, ¿no sangramos? Si nos hacen cosquillas, ¿no nos reímos? Si nos envenenan, ¿no nos morimos? Si se nos ofende, ¿no debemos vengarnos? «

Les invito a ver este pequeño video de sólo cinco minutos, titulado «Idomeneo, la vergüenza de Europa» (*), con imágenes impactantes de Blanca Rigau y con un texto escrito y narrado por mí mismo. Digo que las imágenes son impresionantes, pero no únicamente por el drama humano que muestran, sino también por la lección de coraje que transmiten gracias a la capacidad de hacer de tripas corazón que tenemos las personas incluso en las situaciones de más triste adversidad. Hagan suyo este documento sin ánimo de lucro y difundanlo a su gusto. Muchas gracias.

(*) https://m.youtube.com/watch?v=LuPOLp0p3IE

RACÓ CATALÀ