Fernández Diaz & De Alfonso, Conspiradores Asociados

El caso del ministro español Jorge Fernández Díaz y del juez Daniel de Alfonso es uno de los más escandalosos que ha dado la política europea en los últimos años. Escandaloso, porque estamos hablando del ministro de Interior de un Estado y del director de una Oficina Antifraude, que mantienen largas reuniones -cuatro horas en total sobre las diferentes maniobras que se pueden llevar a cabo para criminalizar a las figuras más representativas de dos partidos políticos. Las reuniones, que tienen lugar en el año 2014, quedan registradas a través de un móvil, y este año, días antes de las elecciones españolas del 26 de junio, su contenido es difundido por capítulos por el diario Público. Hasta aquí, pues, la síntesis de los hechos; unos hechos, resaltemoslo, que habrían causado un terremoto de una magnitud extraordinaria en la escala de valores de países de auténtica cultura democrática. Para un caso similar, el caso Watergate, el presidente estadounidense Richard Nixon se vio obligado a dimitir en 1974. Se consideró que había cometido un delito contra los Estados Unidos, porque su acción desacreditaba los principios democráticos de ese país . Espiar al adversario con la doble intención de perjudicarlo y de favorecer los intereses políticos de una de las partes era un delito, y Nixon lo pagó.

En el caso Fernández Díaz/De Alfonso encontramos a dos ultranacionalistas españoles, el segundo de los cuales se pone literalmente a las órdenes del primero -«considérame un cabo de tu ejército policial», le dice-, y una praxis mafiosa que pretende dinamitar los dos partidos independentistas, CDC y ERC, que configuran actualmente el gobierno de Cataluña. Y por si esto fuera poco, la conversación revela que el presidente Mariano Rajoy está al corriente del caso y lo aprueba. Incluso se jactan de haber destrozado una sanidad que tiene un gran prestigio en Europa: «Les hemos destrozado el sistema sanitario». Todo vale en nombre de España, incluso la conducta política más abyecta, antidemocrática, execrable y repugnante. Ya lo dice De Alfonso en el despacho de Fernández Díaz: «Yo soy español por encima de todo». Por encima de la ética, también. Fernández Díaz llegaba a llamar personalmente a directores de periódico para que dieran por buenas informaciones que eran asquerosamente falsas y fabricadas, como las que acusaban Artur Mas y Xavier Trias de tener cuentas en Suiza .

Llegados aquí, no sorprende nada que, al salir a la luz las conversaciones, Mariano Rajoy se haya hecho el loco negando la evidencia, o que Fernández Díaz no haya sido destituido o que De Alfonso no haya dimitido. Todo lo contrario. Se han visto tan atrapados, tan desnudos de argumentos, que han optado por lo que siempre ha definido el nacionalismo español, que es la chulería más esperpéntica. Fernández Díaz, por medio de declaraciones rabiosas en los medios de comunicación, y De Alfonso, adoptando el tono de un chulito de taberna contra los diputados de los Parlamento de Cataluña, han recurrido a aquello tan viejo que dice que la mejor defensa es un ataque, es decir, el recurso de quien no tiene argumentos, y han dicho que los malhechores no son ellos, sino los que han grabado las conversaciones. Como si la grabación ilegal de un hecho delictivo excusara la comisión del delito y las víctimas no existieran. En realidad, es el comportamiento de los cobardes, que es lo que son Fernández Díaz y De Alfonso. Dos cobardes. Dos individuos sibilinos, incapaces de actuar a cara descubierta , que pretenden conseguir con nocturnidad y alevosía lo que las urnas les niegan. La suya es la estrategia de la impotentencia. El impotente vierte carros de mierda sobre personas que son mejores que él.

El nivel de estos chulitos se hace muy evidente en comentarios como este de Fernández Díaz: «Si esto está en el juzgado y sale, nadie sospechará que sale de la policía»; o como este de De Alfonso, que incluso llega a dar asco por su inhumano primitivismo taurino: «Yo, ministros, soy partidario de asestar el golpe cuando el golpe va a acabar con el animal. En fin… darle los rejonazos y clavarle las picas, no le mato. Yo un golpe así es un golpe mortal. Yo, me aseguraría  de que estuviera bien asestado, para que si es mortal sea mortal». Dejo las citas en español, porque la lengua catalana, que es más suave , ablandaria lo que no merece ser ablandado.

Por ahora, por suerte, es difícil encontrar en Cataluña personas que se sorprendan de estas maniobras. De España ya no sorprende absolutamente nada. Es un Estado con una incultura democrática espeluznante, un Estado que no sólo no tiene escrúpulos a la hora de servirse de prácticas fascistas para imponer la devoción religiosa a un dios tronado y absolutamente decadente llamado España, sino que las protege. Sin ir más lejos, PP, PSOE y Ciudadanos se han unido para impedir que Fernández Díaz tenga que rendir cuentas de su conducta en el Congreso. Y es que los gritos que se escucharon en Madrid, la noche electoral del 26-J, repitiendo una y otra vez » ¡Yo soy español, español, español! ¡Yo soy español, español, español! «, lo dicen todo. Dicen la profunda crisis de identidad de aquel país, un país que ya no sabe quién es ni qué es. Cataluña le ha pinchado el globo de la mentira que había construido y ahora empieza a tomar conciencia de su sucia debilidad. El grito de » ¡Yo soy español, español, español! «, por tanto, no es un grito de valor. En absoluto. Es un grito de cobardía, un grito de pánico, un grito de dolorosa y desesperada impotencia.

EL MÓN