El aeropuerto del Prat bajo la dictadura de Madrid

El 27 de marzo de 2007, más de un centenar de entidades académicas y empresariales de Cataluña se reunieron en un acto para reivindicar para el país el control del aeropuerto del Prat y su liberación del dogal al cuello con el que el Estado español lo aprisiona y degrada. Aquel fue un acto insólitol; un acto que asustó a mucha gente, por la mezcla de nombres, algunos significadament en contra de la libertad nacional de Cataluña, que entendieron que tampoco ellos podían crecer dentro de un país sometido a un Estado español que camina en sentido inverso a la evolución de los tiempos y que ha a llegado al siglo XXI sin encontrar otra manera de reafirmarse que no sea intentando empequeñecer el progreso y la proyección internacional de la nación catalana. Y, naturalmente, el aeropuerto del Prat es una estructura básica de este progreso y de esta proyección.

Al acto, impulsado por la Cámara de Comercio de Barcelona, ​​Fomento del Trabajo y el RACC, asistieron cerca de mil personas entre las cuales Andreu Mac-Colell, catedrático de Economía de la Universidad Pompeu Fabra, quIen dijo esto: «se puede ser una gran ciudad sin puerto, pero no se puede ser una gran ciudad sin un gran aeropuerto. las ideas que no entran por medios electrónicos, las ideas, por tanto, que con las personas que viajan, entran por el aeropuerto. y con las ideas entran las sedes de empresas y de organismos internacionales, los centros de investigación, las escuelas, los grandes congresos… los aeropuertos conectan directamente con el sistema nervioso de un territorio y de un país. […] en este marco, nos conviene llevar el timón de la navegación. Sólo así Barcelona podrá alcanzar el mejor aeropuerto que le sea estructuralmente posible. Para este fin, no nos ayuda que otro negocie en nuestro nombre, sobre todo si, además, tenemos razones serias para creer que este otro no es realmente nuestro agente».

Pues bien, han transcurrido casi diez años, de aquel acto, y todo está sin empezar. Estamos exactamente en el mismo punto donde estábamos, y las perspectivas son nefastas, porque España no mantiene sólo el dogal al cuello de Cataluña, sino que lo aprieta aún más cada día que pasa. El escándalo generado por Vueling, la compañía de bajo coste que controla insólitamente –resaltemoslo; insólitamente- casi la mitad de los vuelos de El Prat, que ha causado perjuicios millonarios, que ha despreciado alos usuarios hasta tratarlos como ganado, que les ha engañado y que se ha negado a darles cualquier tipo de información, que ha explotado laboralmente a sus trabajadores y que ha difundido una imagen caótica y tercermundista de Cataluña, forma parte de este dogal. y el papel de invitado de piedra, humillante, diría yo, del gobierno de Cataluña en todo este asunto todavía lo ha dejado más claro. Sin competencias sobre el principal aeropuerto del país, el gobierno catalán sólo ha podido tener un papel que podríamos calificar de ONG. Es decir, el de un voluntariado que se pone detrás de un mostrador para asesorar a las víctimas del caos sobre cómo cursar las denuncias y que reparte bocadillos. Realmente ignominioso e inadmisible.

No pasará nada, sin embargo. El aeropuerto del Prat no es un hub, no es un verdadero centro de conexiones, como Barajas, porque España lo prohíbe. España sabe que, sin el dogal, Barcelona superaría a Madrid en cuatro días. Barcelona, ​​sin embargo, es la capital de Cataluña, y Cataluña es precisamente el nombre que el gobierno español quiere degradar de cara al mundo. Incluso a costa de matar a la gallina de los huevos de oro. Hay que ser muy burro para querer destruir la imagen de Cataluña, un país que en 2015 se consolidó como el principal destino turístico del Estado al que aportó diecisiete millones y medio de visitantes. Pero la muerte de Cataluña es una vieja obsesión española, y todo vale; incluida la irracionalidad. Incluso José Manuel Villarejo, alto mando de la policía española, adscrito a la dirección adjunta operativa del cuerpo , reconoció ante el juez la existencia de una operación contra Cataluña orquestada desde el Ministerio del Interior.

¿Pero qué hay detrás de Vueling, que favorezca una operación gubernamental española para desacreditar a Cataluña internacionalmente? Vueling nació con el objetivo de destruir Spanair –nombre muy incongruente, todo sea dicho-, que tenía el apoyo de la Generalitat a fin de contrarrestar la opresión española en el espacio aéreo y que contaba con una dirección muy alejada ideológicamente de la de Vueling y de todo lo que hay o ha habido detrás, empezando por el grupo Planeta, José Manuel Lara, miembro destacado de la caverna española, varios elementos situados en la órbita del PP, un saneamiento de Iberia, que, mira por dónde, adquiere Vueling por cuatro reales y que la utiliza para sanearse, una fusión en 2010 entre Iberia y British Airways, que crean uno de los principales grupos aéreos del mundo, una marcha de Iberia del Prat, que queda, así, en las manos de Vueling, y un aeropuerto que, esposado y cautivo de Madrid, se convierte ya una plataforma perfecta para escenificar allí el caos y lanzar el mensaje subliminal previsto: «¿Cómo puede ser un Estado un país bananero que ni siquiera sabe manejar un aeropuerto?» El aeropuerto del Prat, claro, no lo gestiona Cataluña, lo gestiona España, pero esto no lo dice el mensaje. Lo importante es que las palabras «Cataluña» y «caos», aparezcan juntas lo más posible.

Por suerte, incluso la prensa internacional se ha hecho eco de la operación mafiosa del Estado , manifestada en las reuniones de Jorge Fernández Díaz y Daniel de Alfonso, con pleno conocimiento del presidente español Mariano Rajoy, que tiene el objetivo de criminalizar las figuras políticas y las entidades más significativas de Cataluña, ANC, Òmnium, Barça…,  dinamitando incluso también sus infraestructuras, entre las cuales, evidentemente, el sistema sanitario. En este capítulo, por cierto, hay que incluir el sistema ferroviario de cercanías que todos los gobiernos españoles -siempre beneficiando a Madrid- han mantenido en régimen tercermundista hasta extremos alucinantes, como el hecho de que para llegar a un destino determinado sea más rápido no coger el tren que te lleva al mismo, sino esperar uno semidirecto, subir, pasar de largo por tu estación, llegar hasta el final de trayecto y, a continuación, dar media vuelta en un tren que, esta vez sí, se detenga en el lugar a donde ibas. No es extraño que Cercanías, en la última década, haya perdido diez millones de viajes, un millón por año, en promedio.

La parte positiva del caso de Vueling y del alcantarillado estatal que hay detrás -de un mal surge un gran bien- es que ha ayudado a mucha gente a tomar conciencia de la necesidad vital que tiene Cataluña de ser un Estado, y , en este sentido, el aeropuerto Internacional de Barcelona, como nudo de comunicaciones de referencia internacional que debería ser, es una estructura de Estado. Cada día que el aeropuerto de El Prat, como todo el resto de infraestructuras, continúa sometido a la dictadura española, es un día más de pérdidas millonarias para la economía catalana y para el progreso y el bienestar del país. Un país que depende de otro para comunicarse con el resto del mundo, no es un país libre.

EL MÓN