Jordi Carbonell, un catalán imprudente

El día que la nación catalana recupere su libertad, será un acto de justicia y dignidad en el que rendiremos homenaje a las personas que, como Jordi Carbonell, dedicaron su vida a la defensa de nuestros derechos nacionales. Vivimos un momento difícil, ciertamente. Vivimos un momento en que el pueblo catalán se ve acosado y criminalizado por el Estado español. Pero por agresiva que pueda parecer a los más jóvenes esta virulencia, en ningún caso es comparable a la virulencia de los días vividos por Jordi Carbonell en momentos anteriores de nuestra historia. Aquellos eran tiempos en que el independentismo no sólo era minoritario, sino que el miedo impedía que el independentismo que existía osara manifestarse en voz alta. Los independentistas entonces debían trabajar duro, muy duro, y, en el mejor de los casos, eran percibidos por los catalanes que todavía hoy se autodenominan «catalanistas» como gente «alocada». No querer la libertad de tu país era visto como una actitud «cuerda», por lo que la sensatez consistía en ser sumiso. Querer ser libre, en cambio, era ser «radical», «extremista», «loco», «provinciano»…

La frase mítica de Jordi Carbonell, la que nos advierte «que la prudencia no nos haga traidores», tiene mucho que ver con esto. La prudencia no es una cualidad negativa. Al contrario, es positiva. Pero deja de serlo en cuanto se convierte en una excusa para justificar la pusilanimidad, la docilidad, la sumisión. Cuando la prudencia se convierte en todo eso, deja de ser prudencia para convertirse en inmovilismo. Por lo tanto, viendo el punto histórico en el que nos encontramos y el crecimiento espectacular del independentismo, con las fabulosas manifestaciones de estos últimos años -las más multitudinarias de la historia de Europa-, hay que reconocer que nunca habríamos llegado tan lejos sin la peligrosa, oscura e ingrata tarea pretérita de personas como Jordi Carbonell. Porque es ahora, justamente ahora, cuando recogemos los frutos.

Acostumbrados como estamos a ver día tras día cómo hay personajes públicos que mercadean con sus principios, que los cambian sin escrúpulos como quien da la vuelta a un calcetín, y que subordinan todos los valores éticos a sus intereses personales, la trayectoria de Jordi Carbonell, siempre leal a la libertad de la nación catalana y a su lengua -incluso siendo torturado y tomado por loco por defenderlas-, es admirable y merece todo mi respeto. Ya lo tenía cuando estaba vivo, y lo tendrá para siempre, ahora que está muerto. Lo que no debe morir nunca, lo que tenemos el deber ético de preservar, es su ejemplo, su firmeza, su fuerza para no claudicar en los días en que ser traidor, ser sumiso, ser pusilánime tenía premio. Gracias, querido Jordi. Gracias a tu ‘imprudencia’, la traición se ha quedado sin el escondite de la prudencia.

RACÓ CATALÀ