Sin referéndum lo tienen crudo

La política española está atrapada en un callejón sin salida que, cuanto más meses pasan, más pone de relieve los extremos a que puede llegar la falta de cultura de pacto. Es una cuestión que tiene mala pieza en el telar (poco recorrido), porque para entender que no son las victorias militares, ni las amenazas, ni los exabruptos lo que ha hecho avanzar a la humanidad, sino el razonamiento, hay que tener capacidad de diálogo. Especialmente de diálogo entre oponentes. España, sin embargo, no dialoga nunca, porque el diálogo, el pacto, el acuerdo entre opuestos, en su cultura, es percibido como una rendición en toda regla, y eso no se lo puede permitir nunca una cultura conquistadora, coercitiva y subyugante como aquella.
PP y Ciudadanos, sí que saben de pactos entre iguales, pero la idea de un pacto PP-PSOE les deja fríos, lo que cuesta entender, porque, bien mirado, salvo algunas cuestiones puntuales, ambos partidos tienen muchísimas cosas en común. De entrada, afirmar que el PSOE es un partido de izquierdas resulta tan hilarante como lo sería que alguien dijera que la CUP es un partido de derechas. Pero todos los productos necesitan una etiqueta que los identifique, y el PSOE también, claro. Que sea cierta ya es otra cosa. Sea como sea, esto es superfluo comparado con el callejón sin salida al que nos referimos. Y es que, acostumbrados como estaban al bipartidismo -hoy gobiernas tú, mañana gobierno yo-, de repente se han encontrado con que los números no cuadran. ¡Y todo, mira por donde, por culpa de Cataluña!
En la historia política española no hay sólo una falta de cultura de pacto, también hay tradición de no reconocer la existencia nacional de Cataluña. Cataluña, hasta hace poco, era únicamente un puñado de votos que, en caso de que no hubiera mayoría absoluta de PP o PSOE en el Congreso de Madrid, resolvían todos los problemas aritméticos a cambio de alguna migaja. Ahora las cosas han dado un giro espectacular y aquellas maniobras ya no son más que cuentos al borde del fuego. Ahora, en Cataluña, hay un gobierno independentista, y hay también una mayoría independentista en el Parlamento. Y eso lo cambia todo. Absolutamente todo, ya que el PP y Ciudadanos no suman, y tampoco lo hacen PSOE y Podemos.
Para poder gobernar España, los políticos de ese país necesitan de Cataluña. Pero para obtener los votos de Cataluña deben aceptar la celebración de un referéndum de independencia, y esto les da más pánico que el arranque de una muela en vivo. De hecho, choca frontalmente con su naturaleza dominadora, porque implica muchas otras cosas. Aunque bueno, si sólo fuera el referéndum. Hay, además, dos cuestiones que hacen imposible el aceptarlo: una es que las posibilidades españolas de perderlo son inmensas; y la otra es que la celebración de un referéndum, independientemente de cuál fuera el resultado, significaría reconocer de manera irreversible que Cataluña es una nación de Europa con derecho a decidir por sí misma. Y no hace falta decir que este reconocimiento tendría consecuencias inmediatas en las relaciones entre ambos países y en el marco internacional.
La pregunta, pues, es: ¿cómo piensan salir del callejón sin salida? ¿A donde piensan llegar con pronunciamientos como éste del PSOE, que dice: «No pactar con los independentistas catalanes»? ¿Como se lo montarán, en definitiva, ignorando a Cataluña? Una solución sería ir celebrando elecciones indefinidamente. Al PP ya le va bien eso de ser «gobierno en funciones», porque le permite permanecer en el poder sin tener que someterse a los controles parlamentarios. Pero el ridículo ante el mundo, que ya es gigantesco, se convertiría en puro esperpento. Veremos cómo salen del embroĺlo. De momento, la vida les está enseñando que la política no puede ser judicializada, que la política no se hace en los tribunales, la política se hace en los parlamentos llegando a acuerdos con los contrarios cada vez que los resultados de unas elecciones no son favorables. Y otra enseñanza que les está dando la vida es que por más que quieran ignorar a Cataluña, por más que quieran empobrecerla, burlarse de ella, menospreciarla, Cataluña seguirá siendo Cataluña, y no renunciará, se pongan como se se pongan, a su derecho a ser un Estado independiente. La vida les está enseñando todo esto, otra cosa es que lo quieran aprender.

EL MÓN